Política entre bastidores
Manuel Carballo Quintana
Daniel Oduber Quirós, Expresidente de la República, el más brillante de los políticos, el más político de los intelectuales, el Benemérito de la Patria, el estadista por excelencia, era un hombre muy serio e imponente. Inspiraba respeto. Sus intervenciones, ya fuere por radio, por televisión, en el aula de capacitación política, o en plaza pública, eran lecciones magistrales, eran diagnósticos nacionales, eran trazados del futuro de Costa Rica.Muy serio, pero de un fino humor, podríamos hasta decir que de un humor a veces sarcástico. En ocasiones daba bromas, pero no soportaba que se las dieran.
En la campaña electoral de 1966 —campaña política en que triunfó don José Joaquín Trejos por escasos 4 000 mil votos—, el equipo de apoyo personal más cercano a don Daniel fuimos Rosario Castro Acevedo, su secretaria particular, y en la recepción, al frente de los despachos de Rosario y el candidato, estábamos Moisés Valitutti Chavarría y este servidor. Éramos filtro y orientadores de los innumerables visitantes y partidarios que llegaban a la sede del partido. Allí se recibían adhesiones, se facilitaban los nombres de dirigentes territoriales, se recibían quejas de toda naturaleza, se coordinaban citas con el candidato y otros dirigentes, se entregaban afiches y propaganda. Moisés y yo realmente disfrutábamos de ese trabajo voluntario tras el mostrador de la recepción.
La mayoría de las quejas que se repetían eran directamente contra Daniel: que por qué no los visitaba en tal distrito, que le escribían y no habían recibido respuesta, que llegó a tal reunión y no saludó a la gente, que después de la reunión dejó esperando a la gente en un almuerzo que le tenían organizado, que llegó en helicóptero, que la mitad de la gente que lo esperaba en la plaza de deportes era por ver el helicóptero, y que no se quedó conversando con sus partidarios al final de la plaza pública. Nosotros le trasmitíamos todas las quejas, sin ocultarle nada. En una oportunidad nos respondió: ¡qué quieren que haga si no me gusta alzar chiquitos ni comer tamales!
Por cierto en su segunda campaña electoral, la de 1974, no usó helicóptero, alzó chiquitos y se metía a la cocina de las casas a destapar ollas preguntando por tamales. Era un hombre tan inteligente y disciplinado que para entonces ya había cambiado de actitud y carácter.
Hay un pasaje simpático del que deseo dejar constancia. Acompañé a Daniel en una gira por el cantón de San Carlos. Al final de una plaza pública en Ciudad Quesada, el diputado Carlos Ugalde Álvarez lo invitó a su casa porque quería darle una sorpresa. La sorpresa fue una lora que lo recibió diciendo “Yo también voy con él, con Daniel”, y seguía repitiendo lo mismo. “¿Qué te parece, Daniel?”. Don Daniel, con una gran sonrisa de satisfacción le respondió: “Muy bueno, Carlos, conseguite unas cien loras como ésa y las repartís por todo el país”.
Volvamos a 1966, su primera campaña electoral. Llegó un partidario a la recepción del Partido preguntando y pidiendo reunirse con don Daniel: “Dígale a Daniel que me quiero reunir con él, dígale que soy Ernesto Azofeifa, el que le enseñó a nadar en las pozas de Tibás”. En este caso le explicamos que veríamos si todavía se encontraba, pues a veces salía por la puerta trasera. Le dimos el recado a don Daniel y era un día que no andaba “de buenas pulgas”. “Díganle que salí hace una hora. Además, a mí nadie me enseñó a nadar, yo aprendí a nadar solo”. Frío e imperturbable, en otras palabras flemático, como era a veces.
(Sí es pertinente explicar que don Daniel Oduber tenía fama de ser un excelente nadador. Era un asiduo asistente diario al Balneario de Ojo de Agua. Ahí fue su centro de ejercicios y gimnasio para su mantenimiento físico; en ese entonces no existían clubes privados con piscina olímpica y gimnasio. Antes de ser candidato, algunas personas llegaban a Ojo de Agua sólo por conversar con don Daniel).
Le explicamos a don Ernesto que don Daniel no se encontraba en esos momentos. Don Ernesto no nos creyó; nos miró con una mirada de absoluta desconfianza. No respondió nada, pero se quedó sentado esperando a don Daniel a la hora que fuere. A don Daniel se le olvidó que don Ernesto estaba en la recepción y media hora después que dijimos que había salido, se apareció en la recepción. Ahí estaba don Ernesto todavía y, apenas lo vio se le acercó y lo saludó con un fuerte y sonoro abrazo: “Diay, Ernesto, qué sorpresa, nadie me dijo que estabas aquí”. Dirigiéndose a nosotros, a Moisés Valitutti y a mí, nos reclamó: “Por qué no me avisaron”. Por supuesto, don Ernesto Azofeifa nos miró con burla, posiblemente pensando en qué cabr… éramos los ayudantes de don Daniel. Pero, en fin, don Ernesto a quien le creyó fue a don Daniel.
Moisés y yo éramos fieles partidarios, y además hacíamos trabajo voluntario, ad-honorem. Pero comprendíamos perfectamente las cosas que se presentan en todo conglomerado humano.
Al día siguiente, al encontrarnos con Daniel le preguntamos: “Bueno, díganos, don Ernesto Azofeifa le enseñó o no le ensenó a nadar”. “No, no, en serio -respondió don Daniel-, yo aprendí a nadar solo”. Nunca daba el brazo a torcer.
Contraje matrimonio con mi actual esposa en setiembre de 1967. Agendamos una ceremonia religiosa íntima en la Iglesia de San Sebastián, sin padrinos ni nada. Llegó el día y para mi sorpresa, minutos antes se presentó en la iglesia don Daniel Oduber. No sé quién pudo haberle informado, probablemente Moisés Valittuti. Para finalizar la historia, Daniel y Moisés desfilaron como padrinos. Lo vimos como un gesto de amistad y agradecimiento por el trabajo de dos de sus más cercanos colaboradores.
Después de todo, Daniel Oduber fue brillante, imponente y agradecido.
Campaña 1974, Plaza Pública San Marcos de Tarrazú
Estos apuntes no tienen ninguna pretensión literaria; son la narración de simples hechos reales poco conocidos que al cabo del tiempo se convierten en históricos.
En mi casa de ancestral y fuerte arraigo mariachi y del riñón del doctor Rafael Ángel Calderón Guardia y de su hermano Paco, no fue como para hacerme un calderonista de hueso colorado, que libre pensador desde chiquillo siempre he sido, y si bien en 1966 voté por J.J. Trejos no así en la siguiente elección que voté por Daniel Oduber y trabajé para él desde una mea electoral. Y desde entonces nunca he tenido bandera ni partido político, que la política no está en mi ADN. En mis últimos 56 años he votado siempre por el candidato que más me gusta sin mirar su procedencia de partido ni color de su bandera, solo me equivoqué una vez, fue con Rodrigo Carazo ODIO.