Cuentos para crecer: Humberto Lobito y los supergrandulones

Humberto Lobito y los supergrandulones
Humberto Lobito y los supergrandulones

Humberto Lobito y los supergrandulones

Todos decían que Lobito era educado, de mirada clara y dientes bien limados, señal de buena educación entre los bebés lobos. Por otra parte, distinguir a los lobitos corteses es muy fácil. Contemplan la punta de sus zapatos, se ruborizan bajo su pelaje, dicen «gracias», «por favor», y miran a los demás con aire«reconcentrado». Si no los conoces, se podría pensar que son tímidos. Pero simplemente son reservados.

Un día, el papá de Lobito decidió cambiar de trabajo. Lobito se mudó, cambió de guarida, y también de colegio. Sus padres le prometieron:

—Ya verás, pronto tendrás colegas. Todos los niños lobos hacen amigos deprisa, pues viven en bandas.

«¡Esa es una típica idea de adulto!», pensaba Lobito, que sabía muy bien que, a los ocho años, no se hacen amigos en el colegio tan fácilmente.

El primer día, bajo el pórtico del colegio, llovía. Lobito se sentía un poco solo, con sus ojos «reconcentrados», y a pesar de su camiseta y de su mochila Superloblob. Como es bien sabido, a los niños lobos les gustan mucho las marcas conocidas que te ayudan a olvidar que no eres, precisamente, Superloblob. De modo que tenemos a nuestro pequeño lobo bajo el pórtico ensordecedor, perdido en medio de gritos de sorpresa, de alegría, de rabia. De un simple vistazo se apreciaba que todos los lobitos estaban al menos de dos en dos, de tres en tres, o en grupo. Ninguno estaba solo. Salvo él.

De pronto observó que, desde la otra punta del patio, tres supergrandullones se dirigían hacia él mascando chicle.

—Hola, colega. Ya veo que tienes una mochila Superloblob.

—Buenos días, sí, es una Superloblob —respondió Lobito ordenadamente.

Uno de los tres supergrandullones silbó:

—Es una auténtica Superloblob. Se nota por la franja fluorescente roja. Porque ya sabes que hay falsas. Superloblob falsas y malas.

—Sí, ya sé que hay falsificaciones —respondió orgulloso Lobito alzando la nariz.

—Oye, colega, así que tus padres tienen pasta… —dijo el más gordo de los supergrandullones.

Lobito se rio por lo bajito, pero no respondió, ya que no tenía ni idea. Dos veces le había preguntado a su mamá si eran más bien ricos o más bien pobres. Y su mamá le había contestado: «Más bien ricos, pero no muy ricos», añadiendo: «Eso no es asunto de un lobo pequeño bien educado».

De modo que Lobito se olvidó de la pregunta, considerando que, entre las personas mayores, los asuntos de dinero parecían endiabladamente complicados.

Miraba fijamente sus zapatillas deportivas con aire incómodo. Y pensaba: «¿Pero qué quieren de mí?». Ante el asalto de las tres miradas, ¡le parecía que su mochila se estaba descolgando de su espalda!

En ese momento sonó la campana. El segundo supergrandullón le dijo:

—¿Cómo te llamas?

—Humberto Lobito —respondió Lobito.

—¿Te esperamos a la salida?

—Claro —respondió Lobito, sin saber si reír o llorar. Pues, a pesar de la actitud un poco amenazadora de los supergrandullones, no podía dejar de pensar:

«¡Tengo tres colegas! ¡Tengo tres colegas!». A la salida, los tres supergrandullones estaban allí, con las manos en los bolsillos. Cuando se acercó a ellos, lo saludaron como a un príncipe:

—¡Oh, pero si es nuestro Superloblob! ¡Wuao, Suberloblob con su supermochila!

El mayor se dio la vuelta enseñándole a Lobito una vieja mochila muy raída.

—Te propongo un trato. Te cambio mi soberbio saco viejo y podrido por tu sublime Superloblob… Si no, te zurro —le advirtió.

Lobito quiso resistir, pero vio que algo brillaba en la mano del grandullón. ¿Qué era? ¿Un par de tijeras? ¿Un cúter? Vació su mochila en silencio y se la tendió, con el rostro desencajado.

—Bravo, colega. Es la mejor opción, porque si no…

Y le hizo el gesto de degollarlo: cuic.

Al día siguiente, Lobito salió de casa con mucho sigilo, como un lobo, para que su mamá no descubriera su nueva mochila raída.

Día tras día, el tejemaneje continuó. Lobito se deshizo de su goma Superbblob, de su camiseta forrada de piel de cordero, de sus caramelos de pollo, de su coche teledirigido Manix, y, por último, del bocadillo que llevaba todos los días al colegio. ¿Cómo decir que no con ese relámpago de plata que destellaba en las manos de los supergrandullones, y con esa amenaza: cuic?

Pronto tuvo que darles más, mucho más: dinero que cogía a escondidas del monedero, e incluso, al llegar las Navidades, unos pendientes de plata de su mamá.

Sin haber estado nunca en su casa, los supergrandullones lo sabían todo sobre los objetos que había, pues interrogaban largamente a Lobito sobre sus juguetes y su ropa de marca. Y Lobito respondía correctamente: ¿acaso su mamá no le había dicho que debía responder educadamente a todas las preguntas que le hicieran? Pues así obedecía también a los tres supergrandullones, y a su «Si hablas, estás muerto».

De cualquier forma, ¿acaso él no era una cagarruta de lobo, un lobito ridículo incapaz de tener amigos? Sin duda era normal que lo pagase de alguna manera.

Cuando volvía a casa, mamá lobo lo observaba preocupada. Es difícil esconderle algo a alguien que te quiere. Por mucho que se camufle tras una sonrisa educada, y se diga: «Sí, la comida estaba buena, sí, he estudiado mucho», las mamás saben cuándo está afligido el corazón de su pequeño lobo.

Cuando llegaba al colegio, las tripas de Lobito estaban más enredadas que una madeja. Y terminaba en la enfermería, retorciéndose de dolor.

—¡Qué tenso tienes el vientre! —le dijo un día la enfermera—. Se diría que está lleno de secretos malos.

—Es un trozo de pollo que no pasa —respondió débilmente Lobito, que sabía muy bien que todo se debía al miedo. El miedo había empezado a corroerlo, hasta la punta de sus bigotes. El miedo a que su mamá descubriera que metía la mano en su monedero, el miedo a que le dieran una paliza, el miedo a tener miedo…

Pero no le decía nada a sus padres. Había aprendido a no denunciar y, por otra parte, los supergrandullones lo tenían amenazado. Si decía cualquier cosa, los supergrandullones acabarían con él, eso seguro, ellos le habían contado lo que le pasó a un pequeño de primaria que se negaba a darles su bocata.

Un día, mientras Lobito se acercaba a la reja del colegio, vio… el coche de su papá. Y su papá, con ese vozarrón suyo que retumba, ¡estaba regañando a los tres supergrandullones!

—Ahora lo comprendo todo. ¡Pandilla de ladrones! ¡Banda de golfos!

Lobito abrió mucho los oídos. ¡No podía creer lo que veía! Se quedó atónito. ¡Se daba perfecta cuenta de que su papá era mucho más fuerte que los tres supergrandullones! Pues, a fuerza de tener pesadillas, Lobito había perdido el sentido de la realidad. Había imaginado que los supergrandullones, con su rabia y su codicia, ¡medían al menos dos metros! Una noche, incluso vio en sueños a los tres supergrandullones amenazar a su papá delante de un banco, ¡con una ametralladora! Y ahora parecían tan pequeños delante de su papá… Lobito, con los ojos desorbitados, se saciaba con el espectáculo de la ley que venía en su ayuda.

Esa noche, papá le leyó la cartilla a Lobito:

—¡La ley existe entre los lobos! Y la ley es tener derecho a hacer ciertas cosas, y no tener derecho a hacer otras. Robarle a los demás, contar historias inquietantes, amenazar a los más débiles… Es algo que no se debe hacer, ¡y está castigado con la cárcel! Los lobos pequeños, aunque sean muy educados, ¡deben defenderse absolutamente! Los tres supergrandullones han hecho algo muy malo y serán castigados.

Lobito recuperó su mochila Superloblob, su polo Superloblob y su goma Superloblob. Los tenía en su cuarto, pero nunca más los llevó al colegio. Y desde entonces ¡se siente mucho mejor! Si vieras a Lobito en el patio, durante el recreo… Hoy, él es el que grita, el que ríe más alto. Ya no necesita supermarcas para ser un superlobito. Y te puedo asegurar que a los supergrandullones ni se les pasa por la cabeza la idea de meterse con él.

Sophie Carquain
Pequeñas historias para hacerse mayor
Madrid, Editorial Edaf, 2006

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

cuentosn@cuentosparacrecer.com

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