ÁgoraA*
Guido Mora
guidomoracr@gmail.com
El pasado 16 de setiembre, Saúl Weisleder publicó un artículo que valoro de los más sensatos que he leído los últimos meses.
Reflexionando sobre el tema de la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente y la necesidad de realizar cambios en el Estado costarricense, plantea este autor, que “el común denominador, entre quienes han propuesto reformas a la Constitución Política, a leyes y a transformaciones del aparato estatal, es la preocupación por acondicionar un Estado que responda a los desafíos y problemas de hoy en nuestro país”.
Conociendo a Alex Solís, Walter Coto y otros ciudadanos que han suscrito esta iniciativa, no cabe duda de la buena intención que orienta las acciones por ellos emprendidas.
Considero, y así lo he expresado en otras columnas, que la coyuntura política actual no es la oportuna para emprender los cambios constitucionales propuestos.
Por otra parte, coincido con la gran mayoría de costarricenses, en la urgente necesidad de realizar transformaciones impostergables, para evitar que la crisis institucional que envuelve al Estado costarricense se profundice aún más. Es imprescindible evitar que esta situación desemboque en un estado de anarquía mayor en la que otros grupos, portadores de oscuros intereses, asuman un mayor protagonismo en el escenario político nacional.
Retrotrae Saul Weisleder la propuesta que ha escuchado al Dr. Jaime Ordoñez, quien ha expuesto la necesidad de “hacer reformas que generen reformas… La propuesta, -sigue exponiendo-, se centra en reformar algunas leyes (no la Constitución en un inicio), que permitirían destrabar los esfuerzos por hacer cambios en las materias más importantes de nuestra gobernanza y de algunos temas sociales y económicos”.
Es sobre este particular sobre el que deseo centrar mi reflexión del día de hoy: en el campo de las “reformas posibles”.
Y es que, resulta loable escuchar hablar de la Asamblea Nacional Constituyente, del Gobierno de Unidad Nacional, de emular iniciativas que se han ejecutado en otras latitudes, orientadas a superar la crisis institucional que sufren muchos estados en la actualidad y que no es problema exclusivo del costarricense. Sin embargo, a partir del análisis de nuestra realidad política actual, es imprescindible comprender que ninguna de estas propuestas se mueve en el campo de las “reformas posibles”.
En la actualidad, resulta evidente la prevalencia de los intereses particulares por sobre los nacionales. El nivel de politización, gremialización y corporativización que sufre nuestro país, ha conducido a la sustitución del “interés general”, privilegiando los beneficios particulares de los diversos sectores políticos, económicos y sociales.
De unos años para acá, es evidente la división de nuestra sociedad y la pérdida de un objetivo nacional que, por encima de los particulares, oriente el quehacer de los diversos actores políticos y económicos: Ni los grupos políticos y económicos dominantes han convencido a los demás sectores de asumir el conjunto de metas que orientan sus iniciativas, ni las han logrado imponer.
Predomina en nuestra sociedad una gran desconfianza en el accionar de los diversos sectores sociales. Esta actitud impide la definición de un norte, que concite la acción de los diversos grupos que integran la diáspora de intereses sociales, políticos y económicos, prevalecientes en la sociedad costarricense actual, de manera que puedan emprender acciones conjuntas, hacia el logro de objetivos comunes, que contribuyan a trabajar por “el interés nacional”.
En este estado de cosas, retomando las recomendaciones expuestas por Weisleder y Ordoñez, es imprescindible y extremadamente urgente, definir e identificar con claridad el contorno de las “reformas posibles”, – las citadas por el articulista y otras más que se puedan asemejar-, de manera que se constituyan en disparadores que descifren el nudo gordiano que tiene atado al Estado costarricense.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.