Hélène Ducourant, Université Gustave Eiffel
En los últimos meses, el boicot a la Copa del Mundo de Catar ha ido ganando terreno. En Francia, varios alcaldes han anunciado que su ciudad no retransmitirá el evento en pantallas gigantes como es habitual. Varias personalidades aseguran que no asistirán ni seguirán el evento. Los periodistas invitan a los deportistas y a los políticos a posicionarse. Y en bares y restaurantes, los entusiastas discuten si hay que prescindir del placer de ver los partidos.
En el libro Sociología del consumo, Ana Perrin-Heredia y yo rastreamos los múltiples vínculos entre consumo y política.
El boicot es uno de estos posibles vínculos.
Un término nacido en la Irlanda del siglo XIX
En el campo irlandés de finales del siglo XIX, Charles C. Boycott, administrador al servicio de un rico terrateniente, elevó desproporcionadamente las rentas de los campesinos adscritos a sus tierras. Esto condujo al desalojo de los agricultores, que estaban ya debilitados por la hambruna.
Un líder nacionalista irlandés propuso entonces a las familias afectadas y, más ampliamente, a todos los habitantes de estas regiones (comerciantes, empleados, etc.) que condenaran al ostracismo a C. C. Boycott, es decir, que rechazaran todo contacto cotidiano con él. La propuesta se extendió entonces a todos los propietarios que aumentaron su renta y a los agricultores que se hicieron cargo de las tierras de los desalojados. Un periodista de la época acuñó el término boicot, convirtiendo este nombre de familia en un sustantivo común para designar estos modos de actuación.
Aunque en la actualidad el término se utiliza con mayor frecuencia para referirse a la negativa a entablar relaciones comerciales con una empresa, no todos los boicots se refieren a productos comerciales. Por ejemplo, en 1936 hubo una gran campaña para boicotear los Juegos Olímpicos de Berlín en varios países debido a la llegada al poder del régimen nazi.
Más recientemente, a petición de intelectuales y académicos palestinos, se lanzó una campaña de boicot llamada Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). Desde 2005, esta iniciativa ha llamado a un boicot económico, académico, cultural y político al Estado de Israel en protesta contra la colonización y ocupación de tierras palestinas.
Hoy en día, es la Copa del Mundo de fútbol en Catar la que es objeto de llamamientos al boicot por innumerables razones, entre ellas las medioambientales y sociales (por ejemplo, el número de trabajadores explotados y asesinados para construir los estadios).
De Rosa Parks a Danone
Uno de los boicots más famosos de la historia fue el de 1955 contra los servicios de transporte ofrecidos por la Montgomery Bus Company en Alabama.
Una tarde de diciembre, una costurera afroamericana llamada Rosa Parks se sentó en la parte delantera de un autobús en uno de los asientos reservados para los pasajeros “blancos”. Fue encarcelada por “alteración del orden público”, lo que se convirtió en el punto de partida de un movimiento que duró más de un año.
Los pasajeros de raza negra dejaron de utilizar los servicios de la compañía, animados por una asociación creada por un pastor, Martin Luther King. Otros usuarios tampoco los utilizaban, por solidaridad o por miedo. Los vehículos privados llegaron a hacer de taxis a gran escala y los activistas resistieron.
Trece meses después, el Tribunal Supremo dictaminó que los autobuses segregados eran contrarios a la Constitución estadounidense. El boicot a un servicio de transporte por carretera fue, por tanto, un paso importante en una movilización política más amplia, como la del movimiento por los derechos civiles de Estados Unidos, lo que sugiere que una protesta de los consumidores puede ayudar a llevar las reivindicaciones más allá del servicio que se cuestiona.
En 1995, la ONG Greenpeace lanzó un boicot internacional contra la petrolera anglo-holandesa Shell. El problema era que la empresa pretendía hundir una plataforma de almacenamiento en el Mar del Norte con varios miles de toneladas de petróleo a bordo. Mientras los activistas británicos se esforzaban por hacerse oír, los miembros alemanes de la asociación emprendieron diversas acciones, entre ellas un boicot a las estaciones de servicio Shell.
En Alemania, el boicot tuvo tanto éxito que Shell decidió llevar su plataforma a tierra firme y desmantelarla. También en este caso, el boicot a un producto de consumo (en este caso, el combustible), más allá de las fronteras nacionales, permitió influir en el equilibrio de poder económico y hacer triunfar las reivindicaciones medioambientales.
En la década de 2000, la empresa francesa Danone se planteó cerrar varias fábricas de galletas, consideradas menos rentables que sus otras actividades, lo que repercutía en su valor bursátil. Cuando se anunciaron los cierres de las plantas, se adoptaron diversas formas de acción a iniciativa de los sindicatos y los trabajadores. Entre ellas, se lanzó un llamamiento al boicot ampliamente difundido y apoyado por varias figuras políticas.
A pesar del éxito mediático de esta movilización, Danone no cedió. Aunque las reivindicaciones de los consumidores movilizados no tuvieron éxito esta vez, el boicot contribuyó a dañar de forma duradera la imagen de marca de la empresa y a legitimar la lucha contra los despidos bursátiles, una lucha que no ha dejado de ganar legitimidad en el debate político francés desde entonces.
Elecciones colectivas y bien informadas
¿Qué podemos aprender de estos boicots? Para las investigadoras Ingrid Nyström y Patricia Vendramin, lo primero que llama la atención es la diversidad de los actores implicados: sindicatos, políticos, ONG, abogados, representantes del Estado, así como ciudadanos de a pie.
Por lo tanto, debemos tener cuidado de no relacionar las prácticas de (no) consumo con las elecciones individuales de los consumidores. Otra lección es que estas movilizaciones no deben calificarse de nuevas o alternativas. En muchos casos, se apoyan en viejos repertorios (escandalización, cobertura mediática, judicialización, etc.) e instituciones políticas (políticos, asociaciones establecidas, etc.).
Además, es importante no reducir el éxito o el fracaso de un boicot a la consecución de una demanda concreta. Recordemos que el boicot a Danone forma parte de la legitimación de una acción política contra los despidos bursátiles en general, y ha alimentado así la idea de que los beneficios obtenidos por los accionistas de las multinacionales cuando los empleados sufren una crisis son ilegítimos.
Por último, se podría añadir que no hay que asociar demasiado rápido los boicots con las causas progresistas y/o ecologistas, como demuestra el boicot de 2018 a Nike por parte de muchos consumidores estadounidenses enfadados porque la marca eligió como imagen al jugador de fútbol americano afroamericano Colin Kaepernick, el hombre que se arrodilló por primera vez durante el himno nacional en señal de apoyo a la lucha contra la violencia policial y la discriminación de los afroamericanos.
Un modo de protesta desigual
Sin embargo, aunque el consumo comprometido es un auténtico mecanismo de acción política, estos enfoques siguen siendo desiguales. Estadísticamente, el uso del boicot en Europa es mucho más frecuente en Europa del Norte y Occidental y mucho menos en Europa del Sur y del Este.
Asimismo, y no es de extrañar, este tipo de movimiento se ha extendido más entre las clases medias del sector servicios con mayor nivel educativo.
Pero hay notables excepciones, como en Sudáfrica contra el apartheid o en la India contra el colonialismo británico. Y los boicots son cada vez más frecuentes en los países llamados del sur. En Marruecos, por ejemplo, las movilizaciones de 2018 “contra la carestía de la vida” dirigidas al agua mineral de Sidi Ali, la leche de Centrale Danone y las gasolineras de Afriquia fueron especialmente concurridas.
Pero volvamos a los llamamientos al boicot de la próxima Copa del Mundo de fútbol. Es importante no concluir que el movimiento de protesta ha fracasado por el hecho de que ninguna delegación haya renunciado a enviar a su equipo nacional.
Hay muchas formas de boicot (negarse a mostrar interés, no ir a los partidos, no ver los partidos, no comprar artículos como las camisetas de la selección, etc.), y han surgido abundantes críticas sobre las implicaciones de celebrar el evento en Catar que han ganado legitimidad gradualmente. El boicot es sólo el primer paso.
Hélène Ducourant, Sociologue, Laboratoire Territoires Techniques et Sociétés, Université Gustave Eiffel, Université Gustave Eiffel
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.