Con el pelo de un bigote

Ágora*

Guido Mora
guidomoracr@gmail.com

Guido Mora

Los vendedores de lotería y chances, que ofrecen billetes a sobreprecio o engañan a los compradores, ofreciéndoles como “gallo tapado”, lotería y chances de sorteos anteriores o tiempos a precio de los billetes del sorteo del día.

Ciudadanos que pagan a una banda de falsificadores, para obtener su cédula de identidad, la licencia, un pasaporte o cualquier otro documento oficial.

El aficionado que toma una piedra y no duda en reventarle la cabeza a un joven que apenas comienza su vida, sólo por no ser parte de la barra de aficionados de su equipo de fútbol.

El pequeño delincuente que sustrae los bombillos de luz, el jabón, el papel higiénico, las toallas o las “sentaderas” de baños públicos en instituciones, bares o restaurantes.

El funcionario público que se lleva los lapiceros, los cuadernos, las resmas de papel o cualquier otro material para su casa, con el fin de facilitárselos a sus hijos.

El que pasa el día robándole el tiempo y el dinero a los costarricenses, por cobrar su salario, sin cumplir con sus labores.

El que cobra una mordida para aligerar un trámite o indica que, “si se levanta de malas, nadie obtiene la licencia que necesita”, pues siempre encuentra la manera de rechazarlo y si no, la inventa.

El oficial de tránsito que cobra una mordida, para no emitir una multa, en las carreteras costarricenses.

Los miembros de una Junta Directiva que de la nada, obtienen el dinero para comprar un centro educativo, a pesar de no contar con los recursos que se requieren, para respaldar esa operación bancaria.

El empresario que inunda de productos contrabandeados el casco urbano de nuestras ciudades, burlando el pago de impuestos y el funcionario local “que se hace de la vista gorda o cobra mordida para permitir el comercio informal”.

El profesional universitario que exige sus honorarios en efectivo, con el fin de no pagar los impuestos, que constituyen la manera de reintegrar a la sociedad, la oportunidad educativa que el sistema político le ofreció.

El centro educativo que cobrar mensualidades desmedidas, por una educación de segunda o tercera categoría.

El vendedor de droga, que corrompe a sus vecinos y que es capaz de mandar a asesinar, en cualquier lugar público, -como se elimina a cualquier animal-, a otro ser humano.

El timador que llama, haciéndose pasar por un funcionario de Hacienda a una oficina, para sustraer los dineros de una cuenta bancaria; el que recoge efectivo so pretexto de hacerlo llegar a un grupo de personas perjudicadas en una tragedia o un desastre natural, para apropiárselo.

El empresario que contrata inmigrantes para no pagar salarios mínimos o cargas sociales.

El personaje público, exdirector de alguna cámara empresarial, que tramita un crédito, con libros falsos y logra desaparecer miles de millones de colones, ya sea para su empresa o para embolsarlos en las cuentas de sus familiares o amigos, usándolos de testaferros.

El traslado de dineros a paraíso fiscales, con el fin de evadir las responsabilidades tributarias.
Las acciones de un abogado para apropiarse de los dineros de herencias, propiedades y bienes inmuebles.

Ministros, viceministros y presidentes ejecutivos, acusados por malversar dineros y recursos públicos.

Exdiputados que son acusados de acosar o pretender violar a una ciudadana; violencia doméstica y femicidios; los insultos en la calle; el vivazo que se burla la cola en los congestionamientos que sufrimos en nuestras carreteras; el que insulta cuando conduce, el motociclista que adelanta por la derecha a los automotores y “madréa” a los conductores, sin considerar que él está violentando la ley vial; el que se salta el semáforo en rojo, sea peatonal o no…

No, estimados lectores, no es un asunto de clase social, no tiene que ver con poseer o no dinero, formación profesional o haber pasado por un centro universitario público o privado. Tiene que ver con valores.

La descomposición de nuestra sociedad es tan democrática como nuestro sistema político: no respeta clases sociales, ni dineros, ni formación ni nada. Pachucos, gamberros y personajes insolentes pululan en todo el espectro social de nuestra Costa Rica.

Hoy son aún más visibles en las redes sociales.

Hemos sufrido un profundo deterioro de los valores sociales, políticos y culturales que alguna vez formaron parte del comportamiento humano de nuestra comunidad. Hemos perdido la columna vertebral que debería de sustentar nuestra sociedad.

Nuestros abuelos decían, a la hora de comprometer su palabra, que la respaldaban con el “pelo de un bigote”.

Hoy no hay ni pelo, ni bigote que valga; no hay palabra en la que se pueda confiar. La regla es desconfiar hasta de quien se ofrece para hacer un favor, pues al final, no sabemos si realmente desea ayudar nos o aprovecharse de nuestra necesidad o la de terceros.

La del pelo del bigote, es la sociedad que recibimos de nuestros antepasados, la de la desconfianza y el timo, la que estamos sufriendo y la que entregaremos a nuestros hijos y nietos.

Lo vengo diciendo ya desde hace algunas semanas, sería bueno identificar en que hemos fallado como sociedad, para tratar de enmendar el rumbo que tenemos como país.

Nunca es tarde para enderezar el camino, aunque, sin lugar a dudas, estamos cerca del abismo.

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* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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