La respuesta podría estar en la revolución pasiva

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Victor Hugo Perez Gallo, Universidad de Zaragoza
En los paisajes políticos de la España contemporánea, un fenómeno ha captado la atención de analistas y ciudadanos: el creciente apoyo juvenil al partido de ultraderecha Vox. ¿Cómo explicar que un segmento significativo de la juventud, tradicionalmente asociada a posiciones progresistas, se sienta atraído por propuestas políticas conservadoras?
El fantasma que recorre hoy Europa
Este fenómeno es, al menos, curioso desde cualquier punto de vista y no es endémico de España. Como decían Marx y Engels en el Manifiesto comunista, “un fantasma recorre Europa”. Y este fantasma es el voto joven que favorece a los partidos más conservadores.
La respuesta podría encontrarse no solo en el terreno político, sino también en claves psicosociales y en los mecanismos de transformación social identificados por pensadores como Erich Fromm y Antonio Gramsci.
La libertad como fuente de ansiedad
Fromm, reconocido psicoanalista y filósofo social, planteó una teoría reveladora en El miedo a la libertad. Según expone en esta obra, la libertad individual, cuando se experimenta sin estructuras de apoyo o un claro sentido de propósito, puede transformarse paradójicamente en una fuente de ansiedad: “El hombre moderno, liberado de los lazos de la sociedad preindividualista […] no ha ganado la libertad en el sentido positivo de la realización de su ser individual”.
Los jóvenes españoles actuales han crecido en un contexto de crisis económicas recurrentes, precariedad laboral persistente, digitalización acelerada, cuestionamiento de valores tradicionales y complejos debates identitarios. En este escenario, el atractivo mensaje identitario del programa político de Vox puede verse como una especie de vía a la lucha contra el sistema “culpable”, una revolución contra el statu quo.
El legítimo descontento juvenil, fruto de la precariedad y la incertidumbre, se canaliza hacia una propuesta que, aunque parece abordar sus inquietudes, no transforma realmente las estructuras económicas y sociales que generan esa precariedad.
Esta perspectiva nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿podría ser que muchos jóvenes españoles no estén simplemente abrazando una ideología, sino buscando alivio para una ansiedad existencial a través del voto?
Memes en vez de soluciones
Quizás, en lugar de una búsqueda de cambio profundo, el acto de votar se convierte en una forma de lidiar con la falta de dirección en sus vidas. Y esto nos lleva a la cuestión: ¿quién necesita un sentido de propósito cuando se puede navegar la vida con un buen meme y una cuenta de redes sociales?
En un mundo donde las interacciones digitales a menudo reemplazan el compromiso real, el voto puede parecer solo otro clic en la pantalla, una respuesta fácil a un dilema complejo.
Precisamente, Vox se ha dado cuenta del poder simbólico de un meme y de las redes sociales, usándolas eficazmente en su estrategia electoral. Estas plataformas digitales han sido el canal, la vía, la herramienta, para instrumentalizar el agobio juvenil y convertir las emociones en capital político.
En lugar de ofrecer soluciones profundas a los problemas que enfrentan los jóvenes, la ultraderecha se enfoca en captar su atención a través de imágenes llamativas y mensajes simplistas que resuenan con su ansiedad, transformando el desasosiego en apoyo electoral.
Una juventud atrapada en la revolución pasiva
El concepto de revolución pasiva desarrollado por el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci ofrece una lectura complementaria y enriquecedora a este fenómeno. Para Gramsci, la revolución pasiva constituye un proceso de transformación social donde las clases dominantes incorporan elementos de demandas populares para neutralizar su potencial revolucionario, realizando cambios que preservan los fundamentos del orden existente.
Por poner un ejemplo, sería como si las élites de derechas preguntaran a los jóvenes si quieren una revolución y ante una respuesta afirmativa continuaran: “Pues tomemos un par de ideas de la calle, saquemos un par de fotos en Instagram y llamémoslo ‘progreso’”. En este juego de malabares, las demandas populares se convierten en meros adornos.
Llevados por el discurso de Vox, muchos jóvenes se consideran “revolucionarios” por luchar contra la política institucionalizada del gobierno de izquierdas, creyendo que están desafiando el orden vigente. Sin embargo, al hacerlo puede que se estén convirtiendo en “revolucionarios pasivos” de derechas, tal y como sostenía Antonio Gramsci.
En lugar de buscar cambios verdaderamente transformadores, su lucha se traduce en un apoyo a una narrativa que los mantiene dentro del mismo sistema que critican. Lejos de cuestionarlo, ahora lo apuntalan con fervor, convencidos de estar llevándole la contraria a algo o a alguien, aunque no sepan bien a qué.
Todo este este fenómeno encaja con la teoría de Gramsci y pone de manifiesto que el descontento juvenil es absorbido por la derecha, canalizado en una rebelión que simula transformación pero que, en el fondo, consolida las estructuras existentes y frena cualquier ruptura profunda.
Victor Hugo Perez Gallo, Adjunct professor, Universidad de Zaragoza
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.