John Hawkins, University of Canberra and Michael James Walsh, University of Canberra
El consejo de dirección de Twitter ha anunciado que aceptará la oferta de adquisición de Elon Musk, el hombre más rico del mundo. Esta sorprendente capitulación, ¿es beneficiosa para los usuarios?
Musk ofrece 54,20 dólares por acción, lo que supone 44 mil millones de dólares como precio total de la compañía: es uno de los precios más altos jamás pagados en una adquisición empresarial.
Morgan Stanley y otras instituciones financieras prestarán 25,5 mil millones de dólares a Musk, que aportará unos 20 mil millones de dólares propios. Más o menos el monto del bono que espera recibir de su compañía Tesla por haber cumplido los objetivos del último trimestre.
Musk ha asegurado que sus intenciones como dueño de Twitter son “liberar su extraordinario potencial para convertirse en la plataforma de la libertad de expresión en todo el mundo”. Así lo especifica en la carta que ha enviado al actual presidente de la compañía.
Esta creencia en el potencial de una red social para convertirse en un modelo de libertad de expresión sin límites se basa en una aproximación idealista a las redes sociales que ha existido desde hace ya tiempo.
En realidad, que Twitter tenga un solo dueño, cuyos propios tuits han sido falsos, sexistas, interesados, y probablemente difamatorios, supone un riesgo para el futuro de la plataforma.
¿Habrá un cambio radical?
La maniobra de Musk puede ser percibida negativamente porque le da un poder y una influencia sobre Twitter sin precedentes. Él mismo ya ha apuntado a algunos cambios que le gustaría hacer a la plataforma, como por ejemplo:
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Reestructurar el actual equipo directivo, ya que afirma no tener confianza en ellos.
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Añadir un botón de editar a los tuits.
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Limitar el actual control de moderación sobre el contenido de los tuits: utilizar suspensiones temporales en lugar de prohibiciones absolutas.
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Explorar una transición a un modelo de pago como el de Spotify, en el que los usuarios pueden pagar para evitar los anuncios más intrusivos.
Previamente, justo después de haberse convertido en el accionista individual más grande de Twitter a principios de abril, Musk había afirmado: “No me importa en absoluto la parte económica”.
Aunque es probable que a los banqueros que le van a prestar los 25,5 mil millones de dólares para realizar la compra sí les preocupe. Musk sentirá esa presión si no consigue que Twitter dé beneficios. Aunque asegura que su prioridad es la libertad de expresión, los anunciantes en la plataforma, por ejemplo, puede que no quieran ver sus productos anunciados al lado de un furioso tuit extremista.
En los últimos años Twitter ha puesto en marcha un abanico de medidas para la gobernanza y moderación del contenido. Por ejemplo, en 2020 amplió su definición de lo que supone un “daño”, para guiar su tratamiento del contenido sobre covid-19 que contradecía las recomendaciones autorizadas.
Twitter asegura que todos los cambios realizados hasta la fecha en su aproximación a la moderación de contenidos “están al servicio de la conversación pública” y se centran en la desinformación y la información engañosa. También afirma que responde a las experiencias de abuso o incivismo a las que se enfrentan los usuarios.
Pero esta implantación de medidas para moderar el contenido también puede interpretarse como un esfuerzo de mantener su reputación, tras mucha publicidad negativa.
La idea de la ‘plaza pública’
En cualquier caso, y sea cuales fueran las razones reales para estos intentos de moderar el contenido, Musk ha puesto públicamente muchas pegas a estas herramientas de la plataforma.
Incluso ha llegado a etiquetar la plataforma como “una plaza pública de facto”. Una afirmación ingenua, como mínimo. Ya lo advertía el experto en comunicaciones de Microsoft Tarleton Gillespie: pensar que las redes sociales pueden funcionar como verdaderos espacios abiertos es una fantasía, dado que deben controlar el contenido al mismo tiempo que afirman no hacerlo.
Gillespie incluso sugiere que las plataformas estarían obligadas a moderar, para proteger a los usuarios de sus enemigos dialécticos, y retirar contenido ofensivo, tóxico o ilegal. Sería la única manera de presentar su mejor cara a los nuevos usuarios, los anunciantes, los socios y el público en general. Lo difícil, argumenta, es tener la capacidad crítica necesaria para saber “exactamente cuándo, cómo y por qué intervenir”.
Plataformas como Twitter no pueden erigirse como plazas públicas, especialmente porque solo una pequeña parte del público las usa.
Además, las plazas públicas se regulan implícita y explícitamente a través de los comportamientos que regulan nuestras interrelaciones sociales en público, y están respaldadas por la posibilidad de recurrir a una autoridad para reestablecer el orden si surge el desorden. En el caso de un negocio privado como es Twitter, la decisión final recae en una sola persona: Musk.
Pero aunque Musk llegara a poner en marcha su ideal particular de plaza pública, se trataría posiblemente de una versión personal y libre de este concepto.
Dar a los usuarios más margen en lo que pueden decir podría crear mayor polarización y endurecer aún más el discurso en la plataforma. Esto a su vez desanimará, probablemente, a los anunciantes. Sin duda, un problema en el actual modelo económico de Twitter (un 90 % de sus ingresos viene de la publicidad).
Libertad de expresión: ¿para todos?
Twitter es bastante más pequeña que otras redes sociales. Sin embargo, las investigaciones muestran que tiene una influencia desproporcionada ya que los tuits son especialmente rápidos y virales, y se reproducen en los medios tradicionales.
Los tuits que se destacan para cada usuario son el resultado de un algoritmo que busca maximizar exposición y clics, y no tienen como objetivo enriquecer la vida del usuario con puntos de vista interesantes o respetuosos.
Musk ha sugerido también que abrirá el acceso a los algoritmos usados por Twitter. Una mejora en transparencia. Pero una vez que Twitter sea una compañía privada, el grado de transparencia que quiera mantener dependerá únicamente de lo que él decida.
Irónicamente, Musk ha acusado al CEO de Meta (anteriormente Facebook), Mark Zuckerberg, de tener demasiado control sobre el debate público.
Y sin embargo, el propio Musk ha intentado en el pasado reprimir los puntos de vista de los que han sido críticos con él.
Hay pocas pruebas en las que basarse para creer que de verdad pretende crear un espacio libre e inclusivo en Twitter, y menos aún para pensar que los cambios que haga sean por el interés común.
John Hawkins, Senior Lecturer, Canberra School of Politics, Economics and Society and NATSEM, University of Canberra and Michael James Walsh, Associate Professor in Social Sciences, University of Canberra
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.