Mauricio Ramírez Núñez
La década de los años noventa transformó el mundo una vez más, el fin de la bipolaridad que dividió al planeta en dos bloques (capitalismo-comunismo), y que fue la característica principal de la Guerra Fría, dejó un nuevo escenario lleno de retos trascendentales para la humanidad en su consecución por la tan esperada paz. Muchos creían que al fin las cosas llegarían a un nuevo término, pero justo en ese momento, estalló la Guerra del Golfo y las cosas siguieron un rumbo diferente, a lo que, al menos en occidente se pensaba sería el futuro.Parte de esa nueva etapa de las relaciones internacionales tuvo varias cualidades específicas, mencionadas por el filósofo francés Bruno Latour en uno de sus últimos libros, entre ellas; una universalización de la economía de mercado, bajo el enmascaramiento ideológico de la globalización, a esto le siguió un crecimiento exponencial de las desigualdades en todo el mundo, especialmente en los países que aún no alcanzan el desarrollo, también se dio un fortalecimiento estratégico de la hegemonía cultural y política occidental (unipolaridad), y se empieza a hablar de gobernanza global. Fue una década donde inician además los esfuerzos articulados de los grandes intereses económicos y financieros globales para desmentir masivamente todo aquello que hablara sobre cambio climático y destrucción planetaria.
Al mismo tiempo que todo esto sucedía en occidente y se propagaba por doquier, más hacia oriente iniciaba un proceso de transición radical, con la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), la independencia de estas y el paso hacia el capitalismo, lo cual llevó consigo un reacomodo geopolítico muy importante. Junto con estos cambios, la República Popular de China no se quedó atrás, pues fue la época de una transformación productiva nunca conocida en el mundo, y desde luego, para esta gran nación, fue el momento de “despegue estratégico” necesario en la dirección de marcar un antes y un después para los años venideros en términos de desarrollo económico, tecnológico y social globales.
A finales de esa época y principios de los años dos mil, una nueva crisis llamada de los “punto com” obligó a varias naciones de Asia a reinventarse y sacar provecho de aquel momento tan duro, de ahí nace el famoso milagro de los “tigres asiáticos”; Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán, por ejemplo. Síntomas de una nueva reorganización de poder y espacio económico en el mundo que en definitiva convertiría a este continente en el nuevo líder indiscutible del sistema internacional actual y que, junto a China y la Federación Rusa, abrirían la era de la multipolaridad de la política internacional.
De esta manera y posteriormente a los ataques de las torres gemelas en los Estados Unidos, el mundo volvió a dar un giro inesperado. Las primeras décadas de los años dos mil han sido de convulsión geopolítica, económica y social; la dinámica planetaria se ha vuelto compleja, no ideológica, pero sobretodo, pragmática. Tenemos ahora nuevas contradicciones globales entre la unipolaridad representada por occidente tradicional y la multipolaridad civilizatoria como alternativa a ese globalismo unipolar hegemónico.
La multipolaridad es una corriente que hace referencia a distintas zonas-civilizaciones del mundo como la islámica, euroasiática, africana y latinoamericana. Cada una se rige bajo el principio soberano de decidir su propio destino, sin la intervención de la “policía global” o los métodos de ingeniería social basados en la sociedad de masas postmodernista, donde “todo está permitido”.
Dentro de ese gran contexto histórico y global muy resumido es que Costa Rica y China ahora celebran ciento sesenta y siete años de tener a esta valerosa comunidad asiática en el país (los primeros llegaron en 1855). Sin duda, los cambios han sido incontables, pero han resistido el paso del tiempo, lo cual demuestra mucho y habla muy bien de ambos pueblos. Han sido más de cien años de respeto mutuo, intercambio cultural y acercamiento económico que hoy, es fundamental para ayudar a construir una Costa Rica de mayores oportunidades para todas las personas.
En su segundo mandato presidencial, el señor Oscar Arias fortaleció nuevamente las relaciones con la República Popular de China, con una claridad geopolítica y económica absoluta; nuevos tiempos requieren nuevas posturas, dos países que se llevan bien y tienen mucho que compartir deben estrechar vínculos y fomentar la cooperación. Hoy China se ha convertido en una gran potencia mundial, tanto política como económica, logró erradicar la pobreza extrema de su territorio y es la nación que más hace en el mundo contra el cambio climático, reconociendo conscientemente su responsabilidad y deber para con el planeta.
Abrirnos a la verdadera diversidad y al multiculturalismo implica precisamente acercarse para conocer, compartir y dialogar en respeto como países miembros de un solo mundo interconectado y dominado por la tecnología. Hay muchas formas de fomentar el intercambio cultural, económico y tecnológico con China y su gente, ya han existido y existen gestos de ese entendimiento y buena voluntad, como la Asociación Gran Amor China-Costa Rica, para ayudar a las personas de escasos recursos y víctimas de desastres climáticos, así como también La Asociación de Qipao Costa Rica, de acercamiento cultural, así como también está la Cámara de Industria y Comercio Chino-Costarricense y la Asociación Colonia China en Costa Rica.
Es claro que este nuevo siglo es de Asia, la era multipolar ha llegado para quedarse con todo y sus detalles, así como occidente dominó el mundo por más de quinientos años en todos los ámbitos; desde lo cultural hasta lo económico, ahora es Asia quién disputa esa hegemonía global y abre grandes oportunidades para naciones como Costa Rica, que, por sus características, es un país ideal para anclarse a ese nuevo orden y sacarle el mejor de los provechos. Es un requisito no solamente tener un país que hable el inglés como segunda lengua, sino que empiece a aprender mandarín, pues la era digital, la tecnología y los grandes centros de negocios y comercio ya ha empezado a ubicarse en oriente.
Pensar el desarrollo del país no es solo crecer económicamente, es tener una verdadera inclusión social, reforzar nuestra identidad costarricense y abrirse a la multipolaridad, pensar que de la misma manera en que a lo interno de cada familia podemos tener diferencias ideológicas, religiosas y demás, eso no debe impedir que seamos una familia, que nos veamos, nos respetemos y de vez en cuando hagamos una reunión para comer o celebrar un cumpleaños. Los países son como personas, cada uno tiene su cultura, su creencia, su modelo político y forma de hacer vida, pero eso no debe ser impedimento para unas relaciones cordiales, respetuosas y de provecho para ambos. En nuestro caso las condiciones se prestan y las excelentes relaciones históricas así lo permiten.
La República Popular de China es una nación amiga, Costa Rica puede convertirse en un puente entre occidente y el nuevo mundo, sin dejar nuestras buenas relaciones con este lado del bloque global, podemos al mismo tiempo fortalecerlas con la civilización asiática y construir con visión de país y una ruta clara, el gran salto que necesitamos en materia social, económica y ambiental. Muchas son las naciones asiáticas con las cuales el acercamiento se convierte en imperativo categórico, de ninguna manera debemos temer a la apertura cultural en nuestro país, si por décadas lo hemos hechos muchos otros países, es momento de pensar en grande y mirar hacia adelante.
– Académico.