El resultado de la elección rompió la tendencia que venía marcando a Chile desde la revuelta social de 2019. Mientras las fuerzas transformadoras mantuvieron el nivel de apoyo, la ultraderecha y la derecha lo recuperaron. La batalla que viene será cruda, intensa y definitoria.
Hugo Guzmán R.
Lo más polémico y sorpresivo de las elecciones presidenciales y parlamentarias del 21 de noviembre en Chile fue el consistente avance político/electoral de la ultraderecha y la derecha orgánica tradicional. Ganaron la primera vuelta presidencial y estuvieron cerca de obtener el 50% en el Senado y la Cámara Baja.En contrapunto, los sectores progresistas y de izquierda no tuvieron un desempeño negativo, a pesar de los buenos puntos de los conservadores. El candidato presidencial de las fuerzas transformadoras, Gabriel Boric, quedó a dos puntos del ultraderechista José Antonio Kast, con posibilidades ciertas de superarlo en la segunda vuelta. Y en el Parlamento, sumadas las votaciones de los partidos socialdemócratas, democristiano, progresistas y de izquierda, están cerca del 50%.
Esto es el reflejo de que se describe como “la polarización en Chile” al constatar que hay dos grandes fuerzas en la disputa del proyecto/país, aunque pudiera agregarse que refleja también la polarización socioeconómica en la sociedad chilena, muchas veces invisibilizada.
Ciertamente Kast representa la continuidad del modelo neoliberal, de un esquema institucional autoritario, una regresión en derechos alcanzados, está en contra de una nueva Constitución, es reivindicador de la dictadura cívico-militar, es un anti/migrante y enfatiza el discurso “del orden” con fuertes rasgos represivos. Boric está por el desmantelamiento del neoliberalismo y establecer un Estado de derechos, busca una institucionalidad democrática participativa, impulsa más y mejores derechos sociales, apoya el establecimiento de una nueva Constitución, busca recoger las demandas ciudadanas expresadas en la revuelta del 2019, plantea cambios en las policías y el respeto irrestricto a los derechos humanos.
El tema es que en los procesos electorales se cruzan muchos factores. No todo se define por las propuestas programáticas. Es así que en Chile incidió el 54% de abstencionismo. También el discurso ultraconservador del orden y la seguridad, frente al aumento de acciones del narcotráfico, la delincuencia y situaciones violentas en las movilizaciones populares. El relato del “miedo social” influye, apuntando a que los cambios y las transformaciones traen inestabilidad y desorden.
A contraparte, amplios sectores del electorado expresaron la adhesión a las propuestas de avances sociales, de reivindicaciones ciudadanas, de cambios profundos en la sociedad, de terminar con esquemas privatizadores, repudiar la represión y el autoritarismo, de buscar mejores condiciones de vida, respaldar la protesta ciudadana y no temer a cambios profundos en la sociedad chilena.
Como sea, hace falta una mayor/mejor lectura de la realidad, porque fue evidente que el resultado de la elección presidencial y parlamentaria rompió la tendencia que venía marcando a Chile desde la revuelta social de 2019, el triunfo en el plebiscito por nueva Constitución con casi un 80% de aprobación, y las victorias de los sectores progresistas y de izquierda en la elección municipal, de gobernadores y de convencionales constituyentes.
Mientras las fuerzas transformadoras mantuvieron el nivel de apoyo electoral, la ultraderecha y la derecha lo recuperaron.
La batalla que viene a unas tres semanas de la segunda vuelta presidencial será cruda, intensa y definitoria.
Boric y las fuerzas que lo apoyan tiene el desafío obvio de superar los dos puntos que lo separan de Kast y en ello debe tener la capacidad de convocar al electorado identificado con la socialdemocracia, los democristianos, progresistas, ciertos sectores liberales, pero también sectores de izquierda que no votaron por él en la primera vuelta. Además, convocar a sectores de las zonas rurales, populares urbanas, trabajadores, gente de clase media, mundos de la cultura y el feminismo, y dejar de lado cierto discurso y estética que solo apuntó a los jóvenes y territorios urbanos de concentración de clase media, expresado en que electoralmente le fue bien en la Región Metropolitana y en Valparaíso, y mal en regiones del norte y el sur del país.
Kast apostará a crecer hacia la base electoral de la derecha orgánica tradicional (que llevó a Sebastián Sichel de candidato, quedando cuarto), la clase media, sectores de barrios populares, en zonas campesinas, segmentos del porcentaje más rico de la población.
Ambos tienen el reto de llegar a convencer a parte del porcentaje de chilenas y chilenos que no fueron a votar en la primera vuelta.
En lo que viene influirá también el desempeño de cada sector en la campaña. Los errores no forzados, el papel en los debates televisivos y radiales, el manejo de las vocerías, la nitidez y concreción al presentar las propuestas, el uso de las redes sociales, el trabajo con propaganda tradicional, la labor en las calles y barrios, el trabajo de los ejércitos de brigadistas y promotores y la forma en que vayan encarando la contingencia político/social que en Chile está bastante convulsa.
Un dato de realidad es que ni Boric ni Kast, ni las fuerzas que los respaldan, pueden cantar victoria en estos momentos. Eso hace todo más desafiante. Y vaticina una batalla de proporciones en las semanas que vienen. Claro, Chile se juega por proyectos de país totalmente diferenciados.
ALAI, América Latina en Movimiento