Por Benno Schwinghammer (dpa)
Nueva York (dpa) – La característica silueta del Edificio Chrysler resplandece a lo lejos en la noche neoyorquina; en una sombría calle lateral de Manhattan se amontonan las bolsas de residuos y las cajas de cartón. Una discreta puerta gris oscuro, disimulada tras una reja metálica, está marcada con las letras «AB».
Aquí debe ser. No hay picaporte, y los golpes son tragados por las apagadas voces que se escuchan desde el interior —probablemente un poco como hace 100 años, cuando los bares ilegales o «speakeasies» se convirtieron en parte de la cultura estadounidense—.
A principios del siglo XX, una alianza de opositores al alcohol luchó para poner fin al consumo de cerveza y licores en Estados Unidos.
En contra de la voluntad de muchos cerveceros de origen alemán, el 16 de enero de 1919, el Congreso ratificó una enmienda de la Constitución y un año después, en enero de 1920, entró en vigor una ley que prohibía la producción, el transporte y el consumo de alcohol.
«La causa principal del movimiento fue el excesivo consumo de bebidas alcohólicas, especialmente entre los hombres», explica Daniel Okrent, autor de un libro sobre los años de la ley seca en Estados Unidos.
Okrent escribe que la Prohibición fue apoyada particularmente por las mujeres, por ser éstas las principales víctimas de las borracheras de sus maridos, cuando perdían sus trabajos, traían enfermedades a casa o se volvían violentos.
El autor señala que se suponía que la ley pondría fin a esta situación. Sin embargo, en lugar de reprimir el consumo de alcohol, la ley propició el despegue de los bares clandestinos, los «speakeasies», cuyo nombre lo dice todo: ¡Baja la voz!
Cien años después, en la oscura callejuela de Manhattan se abre finalmente la puerta del bar «Attaboy». Sin muchos rodeos, una joven agradece por el interés, pero comunica que el bar está lleno: «Te llamo si queda algo libre».
Esto no es de extrañar, ya que los bares a puertas cerradas del Nueva York del siglo XXI son tan populares como lo eran durante los años de la ley seca.
Hay docenas, si no cientos, de estos establecimientos «secretos» en la metrópoli de la costa este de los Estados Unidos, y su renacimiento promete a los visitantes un ambiente particularmente íntimo.
Son sitios ocultos en medio de la gran ciudad, algunos ubicados en edificios de apartamentos, a otros sólo se puede acceder a través de un restaurante o requieren una contraseña. El distintivo que comparten: están siempre llenos.
Finalmente suena el teléfono móvil con luz verde para ingresar al «Attaboy». Detrás de la barra de madera queda libre un taburete bajo una hilera de lámparas que despiden una luz tenue. En la pared se apiñan las botellas, sus líquidos de color ámbar parpadean a la luz de las velas. «¿Cómo estás, hermano?», pregunta el barman.
Luego golpea un bloque de hielo con un pequeño cincel para obtener trozos de las dimensiones del vaso. El «Attaboy» definitivamente no es el sitio adecuado para comenzar a tomarse fotos tontas con el teléfono móvil.
El ambiente es, y debe ser, nebuloso, osado y con estilo. Tal como lo es la competencia: la bañera en el «Bathtub Gin», por ejemplo, sorprende tan poco como las tazas de porcelana en las que se sirven las bebidas en el «Back Room».
En los prósperos años locos de la década de los 1920, la policía neoyorquina estimó el número de tabernas clandestinas en 32.000. «El que quería beber alcohol, lo encontraba sin problemas», explica el experto Okrent.
Si bien el consumo de alcohol se redujo en alrededor de un 30 por ciento, la ley seca resultó siendo altamente ineficaz en el país con entonces más de 100 millones de habitantes.
Lo que sí hubo fue un cambio significativo a nivel social: las mujeres, que antes no podían visitar los bares, ahora eran bienvenidas en las tabernas ilegales. También la música se incorporó como nuevo elemento: según Okrent, las tabernas clandestinas también marcaron el comienzo de la «Era del jazz».
Sin embargo, en comparación con sus modelos históricos, los «speakeasies» de los tiempos modernos no son muy auténticos. «La cultura clandestina actual se basa en las ideas de Hollywood», señala el escritor.
De hecho, durante los años de la ley seca hubo muchos bares que no tenían la necesidad de esconderse. «Todo lo que tenías que hacer era sobornar a los policías locales, lo cual era muy fácil».
Junto con la producción y distribución ilegal del alcohol, la ley seca propició el despegue de la corrupción y el crimen organizado de las redes mafiosas: gánsteres legendarios como Lucky Luciano, Meyer Lansky, Frank Costello y Al Capone ya habían comenzado a erigir sus imperios.
A medida que el fracaso de la ley seca se hacía evidente, más crecía la resistencia contra la Prohibición. Además, en vista de la crisis económica, se necesitaba urgentemente un impuesto sobre el alcohol. El 5 de diciembre de 1933 -después de unos 13 años- el Congreso abolió la enmienda.
Los «speakeasies» del año 2020 son muy diferentes: parecen secretos, pero con la ayuda de Internet son muy fáciles de encontrar. Una bonita ilusión de fin de jornada, un Disney World para bebedores. Así y todo, no dejan de tener su encanto.
El cubito de hielo en el vaso ya se está derritiendo, el «Cavalier» a base de ginebra se ha subido del paladar a la cabeza. La cuenta llega escrita en letra cursiva sobre una tarjeta: «Una bebida por diecinueve dólares». Una cosa más que hace 100 años era muy diferente.