Por Lenna Stock y Sina Schuldt (dpa)
En la isla de Baltrum no circulan coches y todo se puede hacer a pie, en bicicleta o en carro de caballos, incluso el reparto de la correspondencia. Pero además de fuerza muscular, el cartero isleño Andre Krandick tiene que tener memoria para su ruta de reparto.
«¡Buen día! ¿Quieres llevarte el correo que llegó para ti?». El encargado del correo de la isla alemana de Baltrum, en el mar del Norte, estira bruscamente una carta en dirección a un anciano con gorra que está empujando su bicicleta cerca de la oficina postal.
El isleño toma agradecido la carta y sigue adelante con su bicicleta.
Krandick asegura que todo el mundo se conoce en este lugar de apenas 500 habitantes, que integra la cadena de las islas Frisias frente a las costas del noroeste de Alemania. Esto facilita mucho el reparto del correo. Él y sus dos colegas de la oficina de correos de la isla, en cambio, tienen otros imponderables de los que preocuparse.
A primera hora de la tarde, el cartero de la isla está realizando su primer reparto del día. Su horario de trabajo no está vinculado a un turno fijo.
«Nuestra jornada laboral depende del ferry», explica el hombre de 37 años, porque el momento en que el transbordador con el correo para Baltrum cruza desde Nessmersiel, en el continente, depende de las mareas. Ese día, el ferry de la mañana trajo tres contenedores con cartas y paquetes.
Los carteros solo saben cuántos paquetes y cartas les tocará repartir una vez que el barco ha atracado en el puerto y el correo llega al pequeño centro de distribución en un carro de caballos.
En promedio, la compañía germana de correos Deutsche Post entrega 610 paquetes y 2.350 cartas a la semana en Baltrum, la más pequeña de las islas Frisias orientales.
El reparto en la isla sin coches se hace a pie, en bicicleta y solo gracias a la fuerza física, con todo tipo de vientos y clima. «Aquí es raro que la lluvia venga de arriba», dice Krandick mientras va de casa en casa en su bicicleta eléctrica.
Los carteros de Baltrum utilizan para los repartos bicicletas eléctricas y la llamada «cube-cycle», una especie de bicicleta reclinada de cuatro ruedas con una caja para los paquetes.
El objetivo de Deutsche Post de repartir cartas y paquetes sin generar emisiones de gases invernadero para 2050 ya se cumple hoy en Baltrum, como también en la mayoría de las islas de Frisia Oriental.
Pero más que fuerza muscular, Krandick necesita otra cosa en su gira de reparto: visión de conjunto. Es que en Baltrum las calles no tienen nombre, solo números de casas que se reparten sin mayor orden a lo largo de toda la isla.
Las más de 300 casas del lugar fueron numeradas según su fecha de construcción. Cuanto más alto el número de la casa, menos antigüedad tienen.
Por ejemplo, el supermercado de Baltrum tiene el número de casa 19, pero la panadería de enfrente, que también alberga el punto de recogida de paquetes, tiene el número 95.
Lo que para los veraneantes es una tarea desesperante para encontrar su alojamiento por el número de la casa no representa ningún problema para Krandick y sus colegas. «Tenemos todos los números de las casas en la cabeza», dice el cartero, que sonríe con orgullo.
Sin embargo, no es posible prescindir por completo de los nombres de las calles. Muchas empresas de venta por correo exigen un nombre de calle para entregar sus pedidos, dice Krandick, que lleva seis años repartiendo correo en la isla.
En Baltrum, por tanto, se utilizan los nombres geográficos de los dos asentamientos «Westdorf» y «Ostdorf», que se colocan delante de los números de las casas cuando es necesario. Entre tanto ya se pueden encontrar incluso en los servicios de mapas de Internet.
El cartero afirma sin embargo que algunos residentes también han ideado sus propios nombres de calles, aunque no de forma oficial.
Existe por ejemplo en Baltrum un «Hypothekenweg» (camino de las hipotecas) y un «Katastrophenweg» (camino de las catástrofes).
El auge de las compras en línea no solo generó un aumento del envío de paquetes en la parte continental. Los isleños y los turistas se suman a la tendencia de adquirir mercancías por Internet, sobre todo porque, según explica el cartero, en Baltrum no hay demasiadas oportunidades de compra.
«En época de vacaciones, la situación a veces puede tornarse complicada», dice Krandick. Ahora, en la temporada alta de verano, cuando los turistas viajan a la isla, la población de Baltrum puede llegar a multiplicarse por diez.
El cartero explica que la mayoría de las veces lo que se pide son artículos de uso cotidiano, material de oficina o, a veces, hasta comida para mascotas, porque en la isla no hay un mercado especializado en suministros para animales domésticos.
Las cartas y los paquetes se entregan en un sistema combinado, lo que significa que los carteros entregan ambos, cualquiera que sea la ruta.
No hay ningún tipo de «recargo insular» por el hecho de que la carga tenga que ser transportada primero a la isla. Tampoco hay restricciones en cuanto a pesos y dimensiones máximas. Solo los artículos demasiado grandes para las bicicletas eléctricas, como las mercancías voluminosas, son transportados por el transportista insular.
Pero aunque el volumen de entregas aumente, los carteros de la isla no se inmutan. Krandick subraya que los huéspedes vienen a la isla para bajar el ritmo. «Bajamos el ritmo con ellos», dice con una sonrisa, mientras sigue distribuyendo diligentemente cartas y paquetes.
El repartidor asegura que se puede adivinar qué tipo de visitantes hay en la isla tan solo por lo que distribuye el correo.
Krandick precisa que en primavera y otoño suele haber muchos periódicos que repartir, en especial para la «generación de mayores», como la llama amablemente. Según explica, a muchos visitantes de edad avanzada les gusta que les envíen el periódico de su ciudad a la isla, como un servicio especial.
En verano, en cambio, son sobre todo tarjetas postales las que los repartidores recolectan en la isla. «Se trata de una costumbre ininterrumpida», señala Krandick. Se vacían siete buzones en Baltrum.
Poco antes de terminar la primera gira de entregas, el teléfono móvil de Krandick suena. Un colega está en la línea. El ferry de la tarde ha traído nuevamente correo a la isla. Esta vez hay cinco contenedores.
«Tendremos que ponernos en marcha», dice Krandick y vuelve a subirse a su bicicleta eléctrica amarilla. Al fin y al cabo, todos los paquetes y cartas deben entregarse hoy, siempre a tiempo y al ritmo de las mareas.
dpa