Carlos Revilla Maroto
Estos son los artículos difíciles de escribir, porque es de los que se hacen con un nudo en la garganta, pero bueno, se lo debo a mi gran amigo Jorge Urbina, quien acaba de morir, y de quien me precio de decir fur mi amigo por más de 40 años, casi media vida y quizás más.A Jorge lo conocí cuando yo era un joven y él, aunque también joven todavía, ya tenía sus años, podría deirse que era de otra generación. ¿Qué fue lo que nos unió?, la política. Jorge vivía en barrio Escalante y yo en Otoya, barrios del distrito Carmen del cantón central de San José. Lo conocí y trabajé con él para las distritales de la campaña de 1990. Carmen siempre ha sido un muy especial en esto de las distritales, en aquella época casi siempre se hacía una papeleta única, o se intentaba, dada la cercanía entre todos. En esa oportunidad hubo dos papeletas, una donde estábamos Jorge y yo, que se podría decir era hegemónica (obtuvimos cuatro de cinco delegados).
Para esa elección hicimos muchas veces trabajo electoral juntos para la papeleta. Desde ese momento fue como una conexión especial no solo por la amistad que desarrollamos, sino porque también conectamos en el plano ideológico. Y además, floreció una gran afinidad con el tema histórico-partidario.
Desde ese entonces cultivé su amistad, y a pesar que por sus puestos de gobierno, y estar mucho años fuera del país se nos dificultaba conversar o vernos, siempre encontrábamos la oportunidad o el rato para conversar de alguno de los tantos episodios políticos o geopolíticos del momento, tanto en Costa Rica, como internacionales.
Recuerdo en una oportunidad que me llamó desde La Haya, en los países bajo, dónde era el embajador de Costa Rica, para algo muy triste y bonito a la vez. En esos días había muerto don Gonzalo Gómez Cordero, el recordado Gomeco, que era vecino del distrito (su familia vivía en barrio Otoya, cerca de mi casa). Gomeco era muy amigo del papá de Jorge, el también recordado Francisco “Paco” Urbina. La llamada de Jorge me sorprendió un poco, pues ya teníamos una rato de no conversar, pero apenas le contesté la videollamada me dijo “te llamó a vos, porque solo con vos puedo conversar de Gomeco”, y pasamos casi dos horas hablando de Gomeco y su papá (que ya había muerto), y los innumerables recuerdos que se recrearon de nuevo en nuestra memoria.
También teníamos muchos amigos en común, que es una de las cosas bonitas de la política. Daniel Oduber decía que en política no hay amigos. Sinceramente no sé a que se refería Oduber con eso, porque mi experiencia me dice otra cosa, aunque sospecho que hablaba de una política a otro nivel, para ponerlo en términos modernos “del lado oscuro de la política” (puede sonar peyorativo, pero no lo es).
Aunque ya últimamente -debido a su enfermedad- conversábamos poco, siempre lo tenía presente, eso sí, nunca dejamos de intercambiar mensajes. Jorge era -desde mi punto de vista- uno de los analistas políticos más lúcidos del país. Su muerte deja un vació que será difícil llenar. Es una lástima que escribiera poco, pero las pocas veces que lo hizo era un gusto leerlo. Algunas veces sobre temas históricos me consultaba algunos datos, como cuando escribió
“León Cortés, la leyenda del nazi”, sobre expresidente Cortés, para desmitificar la leyenda de que era nazi, que por supuesto y como lo demostró Jorge, era (es) una burrada.
No quiero dejar de escribir sobre el grupo La Isla, donde compartimos muchos años, y donde también se reforzó nuestra amistad. Y por supuesto, sin olvidar, todo lo que hicimos en Cedal, como el foro que en su momento organizamos sobre el TLC o uno específicamente sobre socialdemocracia.
Nuestras discusiones sobre socialdemocracia, las puedo catalogar como épicas. Jorge, por supuesto, dominaba a la perfección el tema, yo era solo un aprendiz, pero más que dar cátedra, iluminaba y mostraba el camino. Fue lo que se puede decir un socialdemócrata a carta cabal.
Le gustaba el buen vino, y siempre que nos veíamos en su casa o en la reuniones de La Isla, nunca faltaba. A veces nos traía un vino de marca “Urbinon”, y nos decía -en son de broma- que era de sus viñedos.
En las campañas en las que Jorge tuvo una participación preponderante, siempre me llamaba para que lo ayudara. Recuerdo especialmente la del 2006, que terminó en el segundo mandato de don Oscar Arias, de quien era un gran amigo.
Quiero redordar que Jorge fue, con solo 22 años, uno de los firmantes del polémico documento conocido como “Patio de Agua”, que en su monento (1968) causó un gran revuelo.
Jorge, la verdad, nos vas a hacer falta. Extrañaremos tu consejo oportuno y tu norte ideológico. La socialdemocracia costarricense pierde uno de sus hijos predilectos.
Para la parte de su trayectoria, me gustaría reproducir un lindo y sentido mensaje que publicó Fernando Berrocal en las RRSS.
“IN MEMORIAN
Me duele en el alma el paso a otra dimensión espiritual de la vida de mi amigo y compañero de luchas políticas Jorge Urbina.
En los últimos tiempos, junto con Fernando Zumbado, nos reunimos casi todos los meses con él, a tomar café y conversar sobre la realidad política actual de Costa Rica.
En medio de su larga enfermedad y sus dificultades para comunicarse, Jorge siempre nos dio sus sabias e inteligentes opiniones críticas y bien fundamentadas.
En esta vida, fue uno de los más agudos y capaces intelectuales de nuestra generación y un gran patriota, digno hijo de una tradición familiar de extraordinarios costarricenses.
Muchos tuvimos la oportunidad de conocer y tratar a su padre don Paco Urbina, un legislador clave en la turbulenta década de los años 40 y los hechos que llevaron a la Revolución de 1948.
Como Embajador en las Naciones Unidas, Jorge Urbina es uno de los tres costarricenses que ha representado a nuestro país en el Consejo de Seguridad de la ONU y ocupado su presidencia, en una época en que el prestigio internacional de Costa Rica, hacia posible alcanzar esas altas funciones internacionales. También fue nuestro Embajador en Bruselas, ante los países de la Unión Europea.
Amigos y compañeros desde la Facultad de Derecho y en el movimiento estudiantil de la FEUCR, Jorge se doctoró en Ciencias Políticas en Francia y fue siempre un militante de ese PLN social demócrata que tanto extrañamos hoy en día, y por el que tanto luchamos juntos en nuestra generación, siempre en la lucha sin fin por el bienestar del mayor numero de compatriotas y al servicio de Costa Rica, como nos enseñaron los Padres Fundadores del PLN.
Me uno con tristeza al dolor de sus hijos y de su hermana y familia.
Ha partido un muy querido amigo, un gran intelectual y profesor universitario y un extraordinario ser humano que siempre supo unir, sus fundamentadas opiniones , con un pequeño tinte de humor y relatividad, como es lo propio de quienes aceptan que, en esta vida y sobre todo en los debates ideológicos y políticos, nada es absoluto y todo está sujeto al movimiento, el cambio y la reforma.
Fernando Berrocal”
Es poco lo que podría agregar a lo que escribió Berrocal, y seguramente sería redundante. En el 2015, estando en el Balcón Verde, tomé un foto muy bonita de Fernando con con Jorge, si mal no recuerdo, fue una reunión sobre el código de ética y la necesidad de su aprobación (algo que se hizo), durante la presidencia del partido de José María Figueres. A continuación les comparto la fotografía:
Hay muchas anécdotas con él, que espero contar algún día; pero quiero terminar transcribiendo un artículo suyo, que siempre me ha gustado mucho, donde escribe un poco de su relación con don Pepe y nos cuenta algunos recuerdos.
“Don Pepe de cara a los jóvenes
Jorge Urbina
Con el transcurrir de los años entiendo mejor y valoro más la particular relación que mantuvo don Pepe con nosotros, los jóvenes de entonces.
Me refiero a quienes vivimos nuestra juventud en los años sesenta y setenta. Nosotros, que fuimos testigos en primera fila de la revolución cubana, de la primavera de Praga, de la matanza de Tlatelolco, del París del 68 y de la fiera resistencia a la guerra de Viet Nam. Nosotros que admirábamos por igual al Che Guevara y a Alexander Dubcec, a Muhamed Ali y a Ho Chi Min, a Salvador Allende y a Jean Paul Sartre, a Simone de Beauvoir y a Joan Baez. Nosotros, en fin, los heraldos de un mundo que quería superar las dicotomías absolutas, una generación que quería ir más allá del negro y el blanco, que quería marchar con el negro y con el blanco, los precursores de este mundo diverso, tolerante y respetuoso en que quisiéramos vivir.
Hoy sé, con absoluta certeza, que don Pepe estaba de nuestro lado, que nos entendía mejor que la inmensa mayoría de sus contemporáneos, que sabía que nos tocaría vivir tiempos que él, ni siquiera en sueños podría visitar. Pero no por ello su relación con nosotros estaba exenta de sobresaltos y desencuentros porque sabía bien que por mucho que cambiaran los tiempos, siempre cambiaría poco la naturaleza humana y que por mucho que cambiara el mundo, mucho menos cambiaría la forma en que se relacionan las personas.
Entre la «trompada» que le dio a Pablo Azofeifa, hijo de don Isac, y la amistad y estímulo que le brindó a Oscar Arias, hubo infinidad de contactos con los jóvenes, signados siempre por su vocación de maestro, por la comprensión sincera de nuestra condición de jóvenes y por un respeto poco común, respeto entre iguales.
De todas mis vivencias con él, atesoro dos que hablan de esas cualidades.
La primera tiene lugar en una Asamblea de la Juventud Liberacionista en la Catalina. Aún no rompían los vientos electorales para las elecciones de 1970, pero ya todos escudriñábamos el horizonte en busca del candidato que nos señalara el rumbo. Los más intelectuales soñaban con la candidatura de de don Alfonso Carro, abogado, catedrático y político de fuste. Los más impacientes pensaban en Daniel Oduber, intelectual y hombre de gobierno de ideas claras. Ninguno pensaba en don Pepe quien había dejado su segundo gobierno hacía ya diez años, puesto que el primero había sido la junta que gobernó después de la revolución del 48. Don Pepe era, para nosotros el símbolo viviente de todo lo que significaba Liberación Nacional.
Uno por uno llegaron los tres a dirigirse al grupo de jóvenes. Don Alfonso cedió al catedrático y su discurso fue más bien una conferencia universitaria, teórica y aburrida lección de teoría del estado. Quedamos abatidos al tomar conciencia de que no daba el peso para la justa que se avecinaba. Daniel Oduber hizo un gran discurso que nos puso al borde del delirio. Quedamos todos en espera de su más pequeña señal para tomar el camino de las montañas y hacer la más costarricense de todas las revoluciones. Por fin llegó don Pepe y lejos de entregarnos las vivencias que tanto necesitábamos, martilló sobre la importancia del empresario, recapituló el pensamiento de Joseph Schumpeter e hizo el elogio de Henry Ford, arquetipo del organizador de la producción que tan necesario era para lograr el desarrollo económico. Nosotros, que queríamos que nos hablaran de la liberación de los trabajadores, sufrimos mucho aquella tarde. Todo terminó con gran tensión y pocos aplausos. Quién sabe por qué azar salí detrás de don Pepe y de Luis Alberto Monge, por aquellos días Secretario General del Partido. Y entonces alcancé a oír un corto diálogo que ha resonado por mucho tiempo en mis oídos y que me ayudó a entender el significado y la intención de las palabras de don Pepe. «Esto no era lo que habíamos convenido» le dijo Luis Alberto. Sin pensarlo mucho, replicó don Pepe «usted sabe que yo a los jóvenes no les puedo mentir». Caminamos unos pasos más en silencio. El viento silbaba entre los cipreses de Birrí.
Cuatro o cinco años después, daba yo mis primeras lecciones en la Universidad. Una tarde, al salir de clase topé con algunos compañeros de la izquierda universitaria quienes me contaron que en el centro de San José había una manifestación en respaldo de los trabajadores bananeros y que había apedreado la sede de la United Fruit. Fue más lo que tardamos en llegar al centro que lo que le tomó a unos aprendices de gorila criollo apresarnos a todos y conducirnos a una celda en la Segunda Compañía. Cuando entrábamos alcancé a ver al Ministro de Cultura, Beto Cañas y al de Planificación, Oscar Arias. Más cercano al primero alcancé a pedirle que avisara a mi padre del arresto. Sin saberlo yo, era prisionero político de rango superior, porque de ciento noventa y seis detenidos solo los cuatro que llegamos tarde a la pedrea estábamos a la orden de Seguridad Nacional.
Fue la casualidad la que hizo que Cañas topara con mi padre al entrar a la Casa Presidencial, donde había acudido por algún motivo ajeno a la situación. Cumplió el Ministro con el encargo y, cuando papá entró a hablar con el Presidente, solidario lo conminó a que me escuchara. Esa feliz circunstancia me transformó de prisionero político en interlocutor del Consejo de Gobierno reunido para analizar la crisis que habían provocado los manifestantes. Comparecí ante el Presidente y sus ministros y antes de que pudiera decir algo, fue el mismo don Pepe quien decidió darme una clase de literatura política. Citaba a Marx, a Lenin y a Trotsky mientras me decía que poco tenía que aprender del pensamiento revolucionario al tiempo que reiteraba que poco tenían que ver con nuestra realidad nacional. Estaba visto que para don Pepe, el desafío era intelectual, el enfrentamiento era de ideas. No así para su Ministro de Seguridad, Fernando Valverde Vega, quien nos acusaba de ser parte de un plan estratégico para tomar la ciudad de San José. Cuando por fin me llegó el turno, me contenté con decirle a don Pepe que ni Marx ni Lenin estaban en juego, que su ministro deliraba y que nuestro único delito era manifestar solidaridad con los trabajadores costarricenses y repudio hacia la frutera extranjera. Se le iluminó el rostro y ordenó, para contrariedad de Valverde Vega y de los aprendices de gorilas, que nos fueran liberando de dos en dos. Esa noche, todos dormimos en casa y la ciudad también durmió tranquila.
Quince años después, en su casa de Ochomogo el viejo gozaba cuando le recordé que yo había sido preso político de su gobierno y la forma como se había resuelto el embrollo. Me dijo que seguro lo había tomado de buen humor y que debí haber pasado la noche en «la chirola». ¡Cómo no pensar hoy que don Pepe siempre estuvo de nuestro lado!”
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