A la memoria de Mario Fernández Silva

carta

Hola, mi nombre es Ariana Fernández y conocí a Mario en 1975 en Burdeos.

Él tenía 26 años y yo acababa de nacer.

Para ustedes fue el maestro, el amigo, el pariente. Para mí fue papá.

Comencé a pensar estas líneas ayer.

Pensé que les hablaría de lo que a él le gustaba: le gustaba viajar, le gustaba dar clases, le gustaban los animales, las ballenas y los elefantes, en particular.

Después pensé que les hablaría de lo que le importaba: le importaba que se respetara el derecho internacional. Que se respetaran las resoluciones 242 y 338 del Consejo de Seguridad para la solución del conflicto árabe-israelí. Por una Palestina a la que no borraran de la historia, como estaban tratando de borrarla del mapa, decía él. Paro de defenderla, cuando otros empezaron. Siempre fue pro palestino, pero nunca fue antisemita. Distinguía perfectamente bien entre los dos.
C
ada vez que íbamos a Amsterdam, la visita de rigor era a la casa de Ana Frank.

Y con Ana Frank nos enseñó historia y entendimos desde pequeños de discriminación, justicia y resistencia. Y lo entendimos tan bien, que Eleonor y yo terminamos trabajando juzgando y recolectando evidencia para tribunales penales internacionales. Alberto es cineasta y Alejandro es abogado.

Pero mejor les cuento lo que fue ser su hija. La historia, con el, la vivíamos.

Las playas del desembarco en Normandía, Francia; el Crac des Chevaliers en Siria, o Kinkakuji en Japón … no viajábamos por viajar, viajábamos para existir.

El mundo le quedaba pequeño y quería que nosotros lo conociéramos… Que la belleza del mundo estaba en su diversidad, en sus colores, sus olores, sus texturas e idiomas.

Y con esto en mente vivimos los seis en varios países.

Ser su hija no fue fácil. Papá fue estricto, regañaba y enderezaba. Y tenía una idea de cómo tenían que ser las cosas. No había nada hecho a medias y menos, mal hecho.

Esperaba todo de nosotros y más. Muchas veces era agotador. Nos cansaba. No podíamos seguirle el ritmo. Con el tiempo, lo llegábamos a superar en muchas cosas. Fue un maestro para nosotros también: nos enseñó a soñar, nos enseñó a volar, nos enseñó a ver la esencia de las cosas. Lo importante, no lo efímero.

Yo tengo muchos años de vivir fuera de Costa Rica. Es más, confieso aquí que he vivido más de la mitad de mi vida fuera. Y a él le preocupaba. Me decía: Ariana, vos sos tica, no te olvidés de tu país! Por favor trabajá por Costa Rica.

No puedo ser otra cosa que no sea costarricense. Si adoro a este país, es porque él era un patriota. Lo dio todo por el cuando lo representó en el extranjero.

Si me encanta dar clases, es porque desde pequeña él fue mi maestro.

Si me hice antropóloga, relacionista internacional y politóloga fue porque no supe que escoger. Me dio demasiadas opciones.

No dio a los cuatro todas las oportunidades que pudo.

Fui y soy privilegiada por que, además de darme experiencias de vida de película, me amó como amaba a los que quería: incondicionalmente.

Ser su hija fue verlo llorar más de una vez, verlo conmoverse por injusticias.

Fue verlo limpiar sus cámaras, tomar fotos, y posar. Fue oírlo contar historias. Él era un contador de historias.
Fue viajar en carro, bus, taxi, barco, avión o tuk tuk.

Fue vivir en Paris, en Bruselas, irlo a visitar a Tokio, a Moscú.

Pasear juntos en Angkor wat, verlo en Honolulu o recibirlo en Canadá.

Ser su hija fue mágico. Absolutamente mágico… y un privilegio.

De parte de mi familia les agradezco a todos sus muestras de cariño, sus anécdotas con papi y sus afectos por mami.
En nombre de mis 3 hermanos, mi mamá y yo le agradeceremos toda la vida a Juanita.
Juanita es como papi, mágica.

Finalmente, y como dice Eduardo Galeano “la historia nunca dice adiós”, “la historia dice: hasta luego”.

¡Hasta luego papá!

San José, Iglesia don Bosco, 14 de diciembre del 2015

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