A la espera de una vacuna: matar por la desigualdad

Dean Baker

A la espera de una vacuna: matar por la desigualdad

He estado dando la tabarra con el hecho de que es muy probable que China acabe produciendo masivamente y distribuyendo una vacuna al menos un mes, y muy posiblemente varios meses, antes que los Estados Unidos. Esto tendría que hacer que la gente se enojara mucho.

Un mes solamente de retraso es probable que signifique decenas de miles de muertes evitables y cientos de miles de contagios evitables. Y añade un mes al periodo de tiempo que queda antes de poder volver a llevar una vida normal. Por supuesto, el retraso podría acabar siendo de muchos meses, puesto que no tenemos idea todavía de cómo resultarán los ensayos clínicos, para los principales aspirantes norteamericanos [a conseguir una vacuna].

Estamos en una situación en la que podemos estar esperando varios meses una vacuna, después de que alguna se haya mostrado segura y eficaz, porque la administración ha optado por seguir una senda de investigación de monopolio de patentes, por oposición a una investigación colaborativa de código abierto. Si Trump hubiera seguida esta última vía, todo el mundo tendría vacuna, o al menos todo el mundo capaz de fabricarla.

Financiación de monopolio de patentes frente a código abierto

Puesto que parece que la gente encuentra confusa la alternativa al monopolio de patentes de Trump, permítanme resumirlo con sencillez, de manera que pueda entenderse lo que está en juego. A lo que parece, Trump convirtió de modo explícito en una carrera el desarrollo de una vacuna. Creó la “Operación A Toda Velocidad” [“Operation Warp Speed”, a la que consignó más de 10.000 millones de fondos públicos. Se supone que este esfuerzo desarrollará tanto vacunas como tratamientos para el coronavirus.

La financiación adopta toda una serie de formas. Varias empresas recibieron cierta financiación por anticipado, pero dependen primordialmente de adelantos sobre acuerdos de compra de una vacuna eficaz. Así, por ejemplo, Pfizer firmó un contrato que compromete al gobierno a comprar 100 millones de dosis por 1.950 millones de dólares (19,50 dólares por dosis), si consigue una vacuna con éxito.

Por contraposición, Moderna contó en buena medida con financiación por anticipado, consiguiendo 483 millones de dólares para su investigación pre-clínica y los ensayos de la fase 1 y fase 2, y luego otros 472 millones de dólares para cubrir el costo de sus ensayos de la fase 3. Increíblemente, después de asumir en buena medida los costes de desarrollo de Moderna, el gobierno le está permitiendo a Moderna mantener un monopolio de patente en su vacuna. Esto significa que estará pagándole en efecto dos veces a Moderna, primero con la financiación directa y, luego, una segunda vez al permitirle facturar precios de monopolio en su vacuna.

Esta vía nacionalista de monopolio de patentes fue la que Trump eligió seguir. Habría que mencionar que hubo poca oposición visible por parte de destacados demócratas en el Congreso.

Pero podríamos haber tomado otra senda. Podríamos haber mirado la investigación conjunta, no sólo nacional sino internacionalmente. Esto vendría a significar que que todos los hallazgos de investigación se colgarían en la Red en cuanto fueran prácticos y que toda patente sería del dominio público de modo que cualquiera pudiese aprovecharla.

Estábamos viendo realmente esta suerte de cooperación en los primeros días de la pandemia, lo que permitió a los científicos llegar a comprender el virus más rápidamente que si hubiéramos seguido la vía de la investigación apoyada en monopolio de patentes.

Esta senda de cooperación podría haber continuado, si la Operation A Toda Velocidad se hubiera estructurado de modo distinto. En lugar de pagar por los costes de investigación de una empresa como Moderna, y decirle luego que podría conseguir un monopolio de la patente para que pudiera cobrar lo que quisiera, podríamos haber establecido como condición de la financiación que todos sus hallazgos se hicieran completamente públicos y que las patentes fueran del dominio público.

Puesto que a alguna gente le cuesta mucho entender qué incentivo tendría Moderna si no consiguiera un monopolio de patentes, permítanme explicarlo: se le pagaría.

Al igual que la mayoría de nosotros trabaja por dinero, no por monopolios de patentes, a Moderna y otras empresas de medicamentos que desarrollan vacunas o tratamientos se les pagaría directamente por su investigación. Si siguieran dos o tres meses y no tuvieran nada que ofrecer, entonces no se les seguiría pagando.

Esta es la idea de trabajar por dinero. Creía que la mayoría de los economistas estaban familiarizados con ella, pero cuando se trata de financiar la investigación de medicamentos, parecen observarla como un concepto que les resulta ajeno.[1]

En cualquier caso, si comprometiéramos 10.000 millones de dólares en el código abierto, querríamos presumiblemente compromisos comparables (ajustados en tamaño y riqueza) de otros países. Así, por ejemplo, de Alemania, que disfruta de una economía que es aproximadamente una quinta parte del tamaño de la economía norteamericana, podríamos esperar que se comprometiera a pagar 2.000 millones para apoyar la investigación abierta. También se esperaría que China ofreciera un compromiso que fuera comparable en relación a su PIB, aunque en su condición de país mucho más pobre (sobre una base per cápita), acaso el compromiso sería solo la mitad de grande en relación a su economía.

Si en los Estados Unidos dispusiéramos de un liderazgo que estuviera comprometido con seguir una senda de investigación abierta, entonces sería posible cuadrar presumiblemente un acuerdo con el que los países quedaran razonablemente satisfechos. No importa que el acuerdo no deje a todo el mundo perfectamente contento. Están sucediendo muchas cosas que distan de ser justas. Así es la vida.

De todos modos, en este mundo de código abierto, si resultase que las vacunas de China se mostraran más prometedoras antes que las desarrolladas por Pfizer y Moderna y otras empresas norteamericanas, podríamos fabricar y distribuir masivamente sus vacunas, en cuanto la Food and Drug Administration (FDA) [Administración de Medicamentos y Alimentos de de los EE.UU.] las aprobara. Nadie necesitaría permiso de China, puesto que la investigación ha sido abierta, cualquiera que tuviera la capacidad para ello podría fabricar las vacunas.

Para dejarlo claro: utilizar una vacuna china no significa aceptar los baremos de seguridad de China. La FDA determinaría por si misma la seguridad y eficacia de una vacuna basándose en los datos de los ensayos clínicos. Si no tuviera la seguridad de que los datos apoyasen la aprobación, entonces no se autorizaría, igual que en el caso de cualquier vácuna o medicamento del país.

Si hubiéramos seguido esta vía, si resultara que las vacunas chinas son seguras y eficaces antes de las vacunas desarrolladas por empresas norteamericanas, no tendríamos que quedarnos esperando. Si China, o cualquier otro país obtuviera una vacuna, nosotros la obtendríamos también. Este sistema sigue planteando un problema a los países en desarrollo que carecen de posibilidades de fabricación, pero por lo menos las preocupaciones sobre propiedad intelectual no estarían impidiendo que la gente consiguiera una vacuna o un tratamiento.

Código abierto y desigualdad

Resulta difícil comprender cómo es que no sólo los demócratas convencionales, sino hasta líderes progresistas como los senadores Bernie Sanders, Elizabeth Warren, y la representante Alexandra Ocasio-Cortez, no han ido presionando en favor de una respuesta de código abierto a la pandemia. Esto nos habría proporcionado casi con certeza una vacuna con mayor rapidez.

Sin embargo, un enfoque de código abierto frente a la pandemia podría haber resultado un modelo muy importante de investigación biomédica de manera más general. Si siguiéramos la vía de financiar la investigación por anticipado y dejar todas las patentes para que fueran del dominio público, eso podría ahorrarnos 400.000 millones al año en gasto de medicamentos con receta. Esto sale a más de 3.000 dólares por hogar. Es más del doble del volumen del recorte de impuestos de Trump. Hablamos de dinero de verdad.

Los monopolios de patentes tienen mucho que ver con la desigualdad. Nos dicen a menudo que la tecnología forma parte importante de la historia de la redistribución hacia arriba en las últimas cuatro décadas. Si bien esta historia frecuentemente se exagera, si es que es verdad lo es porque hemos diseñado leyes de patentes y copyright para que alguna gente pueda hacerse muy rica a expensas de todos los demás. Bill Gates todavía estaría trabajando para ganarse la vida si el gobierno no le hubiera otorgado a Microsoft monopolios de patentes y copyright sobre su “software”.

Resulta algo más que un tanto estrambótico que figuras políticas que dedican tanto tiempo a combatir la desigualdad miren hacia otro lado cuando diseñamos un plan de de investigación de atención sanitaria para la pandemia que ralentiza el progreso de la investigación, a la vez que otorga más dinero a los que están en lo más alto.

Es estupendo tener una fiscalidad progresiva, pero todavía mejor resulta estructurar el mercado de modo que, para empezar, no tengamos tanta desigualdad. Si el salario mínimo hubiera seguido el ritmo de la productividad desde su punto más alto en 1968, sería hoy de 24 dólares la hora. Eso supondría un mundo enormemente distinto.

Si bien sería estupendo que el salario mínimo subiera a 24 dólares la hora, no podemos lograrlo sin cambiar muchas de las reglas que permiten que se distribuyan hacia arriba tantos ingresos. El actual sistema de patentes y copyrights forma parte verdaderamente de esa historia. En el caso de la pandemia, no sólo está llevando a la desigualdad, sino que a la gente le cuesta la salud y la vida. Los progresistas deberían prestar atención.

[1] En el capítulo 5 de Rigged [“Amañado”] discuto de qué modo puede estructurarse este tipo de sistema de un modo más sistemático (es gratuito). Pero en el contexto de habérselas con la pandemia, las disposiciones tendrían que ser algo ad hoc, como ya sucede con la Operación a Toda Velocidad.

Dean Baker es economista principal en el Centro de Investigación en Economía y Políticas de Washington D.C.

Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/10/13/waiting-for-a-vaccine-killing-for-inequality/

Traducción: Lucas Antón para sinpermiso.info

Revise también

Ana Ruth Quesada

Mi reclamo del PLN a Dios

Ana Ruth Quesada B. La madrugada de hoy, mientras hacía un tiempo de meditación y …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *