A destiempo

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

Arsenio Rodríguez

Nunca supe cómo pasó, pero se mezclaron los tiempos de súbito y siempre, por un instante eterno. La mente era una amalgama de pasado, presente y futuro, en un solo momento sin tiempo. No hay, hubo, ni habría secuencia. Todo era a la vez, sin actos ni capítulos, homogenizado y revuelto, sin expectativa, ni añoranza. Allí estaba, pintando cuevas con Neandertales, mientras hablaba por celular. Y la historia antigua eran últimas noticias y los pronósticos, ya habían pasado antes de ayer.

Podrán imaginarse las implicaciones de planificación, calendario y agenda. Y peor aún, como iba a vestirme a la usanza de los tiempos, si no había tiempos. Al planear mis viajes a algún sitio, tenía para escoger, desde caravanas a la Marco Polo, entre carruaje, caballo, camello y a pie, o teleproyección instantánea, y por supuesto, trenes rápidos y lentos, aviones de hélice y retropropulsión, barcos diésel o solares. Y vehículos levitantes electromagnéticos.

Pero lo peor era, que todos los conceptos, filosóficos, científicos, políticos, religiosos, estaban combinados con opiniones, matemáticas, métodos, instrumentaciones, etcétera. Era una mescolanza de conclusiones derivadas de razonamientos lógicos, y de intuición, telepatía, prejuicios, supersticiones, revelaciones, confesiones. Todo conocimiento era invocado a la vez. Y la mente, en evolución sin secuencia, estaba desatada, en una tempestad a destiempo, que irrumpía en la percepción, en la evolución del lenguaje, los números, el álgebra, y la economía. Además, nunca era de día, pero tampoco de noche, porque estaban entremezclados, sin tiempo, todas las fases y los ciclos.

Me vi desdoblándome en mí mismo, evolucionando desde una semilla, germinando con forma de piedra, luego una criatura arrastrándome por la tierra, más tarde caminando a gatas, irguiéndome poco a poco, de arbóreo a Neandertal, hasta llegar a la forma actual. Y el mar, el mar era una continuación de mis lágrimas, de las lágrimas de todos. Y una iluminación rodeaba, las densidades alrededor, que eran como celajes que se diferenciaban en apariencia, como espejismos. Todo era un resplandor continuo de luz, música y sentimiento profundo; una antigua canción.

El punto de vista rebotaba en infinitos, pero a la vez era continuo de sí. Y sentí de repente, que la mente se disolvía y que yo era todo y nada a la vez, que las formas eran continuas, que mis brazos y las piedras que recogía tenían hacia mí, el mismo sentido de pertenencia, eran el mismo ser, eran idénticos, uno solo, en el tiempo, en la dimensionalidad. Había un solo punto disperso por todas partes, que resplandecía en superficies inexistentes, como la luz en las facetas de un diamante.

Oleadas de siempre, ondeaban en un mar de luz continua que arropaba y envolvía todo, en un resplandor sutil. Todo era entendido, todo. Porque no había nada que entender, los contrastes no existían, más que en la imaginación momentánea y aparente que se manifestaba y se disolvía como bruma intermitente. Todo era una conjunción de siempre-luz.

No había pensamiento ni lógica. Es imposible describir al ser, cuando se está solo siendo, sabiendo qué es, por lo cual mi anterior narrativa, no hace justicia a lo sido, porque no fue algo percibido, ni pensado, o sentido, sino experimentado, sin horizontes, ni techos, ni profundidades, ni espacio o tiempo, más allá de forma y concepto.

El amor, esa palabra-concepto, emoción, esa esencia tan hablada, tan desesperadamente buscada, interpretada por románticos y místicos, era un mar que inundaba todo, era el mismo Ser siendo, indescriptible, inenajenable, presente, inmanente, la inefable e inmarcesible esencia del todo y de la nada.

No sé cómo pasó, pero fue de repente, con el mar de frente, a orillas del mar Caribe, en un atardecer. Y duró una eternidad, o quizás solo fue unas horas, o tal vez un instante, no lo sé, no había tiempo ni reloj, solo experiencia de ser. Un estar despierto. Y este sueño soñado de mí mismo, quedo atrás disuelto como gota de agua en el mar, con todas sus identidades, predicados, apegos, costumbres y nombres, y se disolvió. Me di cuenta al despertar, así de repente, de que yo era un sueño del mar, inevitable, parte de su espuma de su oleaje, pero era tal la naturaleza del mar, que aún su espuma pasajera, su sombra, su sueño, parecía real.

Nunca he olvidado, ese atisbo instantáneo y eterno, de ser mar a la orilla del mar, de la unicidad, de la energía resonante del amor, que abarcaba todo y no desplazaba nada, porque ella misma era todo y nada, más allá de cualquier concepto o imaginación.

Y algunas veces trato, como ahora, de rescatar aquel momento e incorporarlo a esta vida de ensueño, pero solo logro un esfuerzo mental, quizás algunas veces un bienestar, una meditación profunda, y escasas veces algún simulacro de arrebato espiritual, pero nada es comparable, a aquel momento de atardecer a orillas del mar Caribe, cuando mis lágrimas y las de todos, por siempre o por un instante, eran mar, porque solo había mar.

Sucedió a destiempo más allá de la mente, tal vez nunca, o tal vez siempre.

¿Será que esta común denominación de ser,
a pesar de estar definida en tantos
es una sola sencillez imperceptible?
Más allá de las risas y del llanto.
Más acá de los encantos de lo visible
¿Será que el Ser, es un solo mar abrazado a sí mismo
que se pierde en marullo y espuma para sentir
su propio abrazo de Amor?

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