A 100 años del golpe fallido de Hitler: de agitador a genocida

Por Cordula Dieckmann (dpa)

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ARCHIVO – Esta fotografía sin fecha de 1925 muestra a Adolf Hitler visitando a un grupo nacionalsocialista bávaro. Foto: dpa

Múnich, 6 nov (dpa) – Hace cien años fuerzas nacionalistas quisieron conquistar Alemania desde Múnich. «El Gobierno de los ‘traidores de noviembre’ en Berlín fue declarado destituido hoy», proclamaron Adolf Hitler, Erich Ludendorff y otros el 8 de noviembre de 1923.

Pero la revuelta de los enemigos de la democracia terminó al día siguiente con veinte muertos y numerosos heridos. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) fue prohibido y Hitler condenado por alta traición.

Fue una victoria para la democracia, pero que no durará mucho. Unos diez años después, el 30 de enero de 1933, los nacionalsocialistas volvieron a tomar el poder, esta vez con éxito.

Los historiadores siguen sacando importantes conclusiones de estos hechos para la actualidad.

Los «traidores de noviembre» son, para los extremistas de derecha, aquellos que a finales de la Primera Guerra Mundial en noviembre de 1918 derrocaron a la monarquía y establecieron una república parlamentaria democrática. Les atribuyen la derrota en la guerra así como el pago de reparaciones que Alemania debió hacer tras el Tratado de Versalles.

La hiperinflación hizo el resto, generando que lo ahorrado con esfuerzo no valiese nada y que los precios de los alimentos subieran a niveles inimaginables. Así, por ejemplo, en noviembre de 1923 un kilo de pan de centeno llegó a costar 233.000 millones de marcos.

En estos primeros días extremadamente turbulentos de la República de Weimar, el austríaco Hitler entusiasmaba con sus discursos incendiarios.

Andreas Wirsching, director del Instituto de Historia Contemporánea (ifZ), dice que utilizó tendencias nacionalistas, antibolcheviques y antisemitas ya existentes y entre 1920 y 1923 alcanzó a un público cada vez más masivo.

Personas influyentes también del Gobierno y las Fuerzas Armadas, sobre todo en Baviera, simpatizaban con él, por ejemplo el presidente de la región de Alta Baviera, Gustav von Kahr, que también planeaba un golpe de Estado.

¿Por qué Baviera y Múnich? «También en partes de la élite, aquí se vincularon de manera problemática el nacionalismo, el racismo y una conciencia especial bávara», señala Wirsching.

A ello se sumaron tendencias separatistas, escribió el historiador Wolfgang Niess en el libro «Der Hitlerputsch 1923 – Geschichte eines Hochverrats» (El putsch de Hitler de 1923. Historia de una alta traición).

Hitler fue asimismo más rápido que los otros conspiradores. «Estaba preocupado por el hecho de que evidentemente se planearan sin él acciones contra el odiado Gobierno en Berlín», se señala en un audio del Centro de Historia Militar y Ciencias Sociales del Ejército (ZMSBw).

«No está bien conectado, no sabe bien qué es lo que va a suceder y decide entonces aprovechar el momento», dice el historiador Peter Tauber, en cuyo libro «Der Hitlerputsch 1923» (El putsch de Hitler de 1923) se basa el mencionado audio.

Evidentemente, nada está bien organizado. El 8 de noviembre los golpistas asaltan con la Sturmabteilung (SA), la sección de asalto del NSDAP, una cervecería donde Von Kahr está ofreciendo un discurso.

La atención no es la esperada. Hitler dispara irritado contra el techo. Se produce un tumulto, los golpistas toman como rehenes a representantes del Gobierno e intentan luego tomar edificios centrales en toda la ciudad de Múnich, pero fracasan con la policía regional y la Reichswehr (nombre de las fuerzas armadas de Alemania desde 1921 hasta 1935).

Al día siguiente una marcha a la logia Feldherrnhalle con miles de personas evita el derrocamiento, pero los hechos terminan de forma sangrienta. Mueren 16 manifestantes y cuatro policías.

Hitler huye, es detenido dos días después y condenado por alta traición el 1 de abril de 1924 a la pena mínima de cárcel de cinco años. Unos nueve meses después sale en libertad condicional.

El historiador Tauber señala que Hitler aprovechó el juicio como escenario, por ejemplo, para agitar contra la república y los firmantes del Tratado de Versalles y para dar peroratas antisemitas. «Y el juez lo dejó hacer», apostilla.

En realidad, del juicio se iba a ocupar un tribunal en Leipzig. Pero a instancias del Gobierno bávaro el juicio fue en Múnich. «En Leipzig se hubiera investigado distinto, en Leipzig se hubieran dictado otras sentencias», considera Niess.

«La postura indulgente de las instituciones democráticas tuvo consecuencias catastróficas para Alemania y el mundo», opina.

Quizá, se podía haber frenado en aquel entonces a Hitler con sus ideas populistas-nacionalistas. Hasta su irrupción a nivel nacional en 1929, desde fuera de Baviera era considerado «poco más que un agitador de cervecería», dice Wirsching. Además, tras el golpe se le impone una restricción de expresión. Pero en 1927 esta se levanta: una oportunidad que el demagogo evidentemente supo aprovechar.

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