Ágora*
GuidoMora
guidomoracr@gmail.com
Todos pensamos en esto. Posiblemente, pocos lo verbalizamos. La vida se va con una exhalación: como el agua entre los dedos.
Hace unos días cumplí cincuenta y cinco años. Todos y cada uno de esos años, se han ido volando: raudos, dejando recuerdos y experiencias.
Cuando se avanza por la vida, más después de los cincuenta, pasa uno revista a las experiencias y actividades que marcaron nuestra existencia: esa película de vida a que tantas veces hacemos referencia, en medio de un entorno que nos acompaña en nuestro desarrollo personal, familiar y profesional.
Parece que fue ayer, cuando de hombros de mis padres Guido y Maruja, subíamos las cuestas polvorientas de la Finca Aquiares, para ir a ver a mis tíos y tías, a mis queridos abuelos María y Rafael, pasaba metido en casa de mi “otra madre”, mi querida Tía Tina (Nita, como le llamábamos) o visitando, en Turrialba, a Adán y Tomasa, mis abuelos maternos.
En 1971 y en el cumplimento de nuevas responsabilidades y la búsqueda de oportunidades mí padre, traslada a la familia desde la hacienda en Turrialba, hasta Sabanilla, entonces un pequeño pueblo rural, al este de San José donde, por una calle de cemento de apenas un estrecho carril, transitaban de forma intermitente algunas carretas, trayendo y llevando leña o repartiendo leche, alternando con los pocos autobuses y uno que otro vehículo automotor, que circulaba hasta el centro del pueblo.
En esta época completamos la primera línea de la familia Mora Mora: yo -el mayor-, Luis Carlos -ambos sesenteros- y ocho años después, mi hermano menor, David, compañeros inseparables en esta aventura llamada vida.
El paso por la escuela y el colegio fue todo un suceso: teníamos que abocarnos a la superación de las metas académicas. El disfrute de compañeros y amigos que hoy, gracias a las redes sociales, logramos reencontrar, para conversar, recordando las aventuras de niños y jóvenes, los viajes a la playa o las escapadas a disfrutar de tardes de música, junto con quienes compartimos crianza y crecimiento.
Después, el contacto con compañeros universitarios, hoy, la mayoría destacados profesionales liberales, servidores públicos y diplomáticos, con quienes tuve mis primeras conversaciones políticas. Profesores de lujo, en la Escuela de Filosofía, de Ciencias Políticas o de Economía, de quienes aprendí a leer, comprender, evaluar y valorar, las realidades sociales, políticas y económicas: Carlos Manuel Castillo, Constantino Urcuyo, Francisco Barahona, Rodolfo Cerdas, Helio Gallardo, Fernando Leal, Arnoldo Mora, Rodrigo Madrigal Mantealegre y Jorge Urbina -quien fue mi primer jefe y es amigo de toda la vida- (para mencionar algunos).
Durante estas décadas, nuestra generación pudo disfrutar una Costa Rica de avanzada, un país pujante, con claras metas de aumento en los índices de salud, educación, infraestructura: crecimiento económico con distribución de la riqueza, que fue la meta que se impusieron quienes sí pensaban en mejorar las condiciones de la sociedad costarricense.
Muchas familias de clase media surgieron por las oportunidades que se generaban. La educación se convirtió en un mecanismo de ascenso social.
Al igual que los representantes de muchas familias de la época, logramos obtener un título universitario y trabajar en las carreras en que nos habíamos preparado.
Durante este tiempo y como sociedad, en el campo tecnológico, pasamos de la televisión en blanco y negro a la de color, de los cajones analógicos a las pantallas digitales. De las cartas, que duraban meses en llegar, al correo electrónico que nos comunica en segundos; del teléfono de manigueta, al móvil; de las llamadas por cables de cobre, a las videollamadas, realizadas por Facebook o WhatsApp.
De las largas esperas para comunicarnos con nuestros familiares y amigos en el exterior, al tiempo real, en qué, desde cualquier modesto teléfono, podemos conversar cara a cara, con quienes viven incluso en Europa, Asia o Australia, para nombrar tres de los lugares más distantes de nuestro país.
El avance de la ciencia, la medicina y la investigación tecnológica transformó nuestras vidas, sabemos de la partícula de Dios y de las inmensidades del Universo.
En esa Costa Rica, de hace algunos años, era donde se respetaban las autoridades nacionales. Conversar con políticos y representantes del Estado, era un orgullo y un honor. Recuerdo las conversaciones con don Pepe, con Rodrigo Carazo o Luis Alberto Monge. Las tertulias con Carlos Manuel Castillo, Jorge Manuel Dengo o Alberto Cañas. Las capacitaciones en La Catalina, compartiendo con líderes internacionales y compañeros de ideología.
Admiración y respeto, por quienes nos visitaban para formarnos e informarnos. Esta fue una etapa importantísima, pues decidimos en ese centro de estudio, cual sería nuestro proyecto de vida.
A nivel personal, siguió la conformación de la propia familia, el matrimonio y los hijos. Victoria, Daniela, Diego y Mariana; con ellos el compromiso de que se formaran, el esfuerzo de que estudiaran y obtuvieran una profesión.
Mientras que, desde hace algunos años, en la cabeza de muchos se imponía la idea por estudiar y luchar por surgir, por la responsabilidad que debíamos asumir como padres y ciudadanos, nos enteramos hoy de que más de 300 mil jóvenes ni estudian ni trabajan, porque no hemos encontrado la forma de motivarlos o hacerlos asumir una responsabilidad: los pobres de los próximos años, que hoy son mantenidos por sus progenitores asoman su cabeza. Tendrán que ver cómo, al corto plazo, comen, se visten y mantienen a sus familias, sin tener una disciplina de trabajo, menos aún un oficio por desempeñar. Sufre la sociedad y nuestro sistema social, que se empobrece con costarricenses que no pueden enfrentar los retos que plantea el presente y el futuro de la economía nacional.
Mientras que algunos procuran formar integralmente a sus familias, grupos conservadores impiden la educación sexual y la formación humana, recurriendo a discursos religiosos con poco o ningún sentido común y menos científico, para mantener en las catacumbas del conocimiento a jóvenes y adultos. En el extremo, se conoce la información de una madre soltera sin formación, que tiene tres hijos y el cuarto nace con una discapacidad. Ahora, sale a solicitar ayuda para mantenerlos y para obtener una vivienda. A esta señora, el Estado lo que le debió haberle facilitado fue la formación sexual apropiada y una caja de preservativos, para evitar que se reproduzca la pobreza.
Mientras que muchos costarricenses hacemos un esfuerzo para que las nuevas generaciones asuman con responsabilidad el futuro del país, muchos otros sólo cobijan ideas oscurantistas, cuyos resultados ya comprobados, solo reproducen la pobreza y la desigualdad.
Como corolario, un grupo de empresarios, funcionarios u políticos que, pasando por encima de la voluntad del Constituyente o el legislador, han torcido el brazo de la ley, con el único propósito de beneficiar su ego, sus intereses o los de los grupos que representan.
Tanto visto en estos cincuenta y cinco años, con el dolor que representa ser los testigos en un proceso que enluta nuestro sistema político y amenaza nuestra democracia.
Esperemos que, en el corto plazo, podamos volver a las rutas del crecimiento, a pensar en un mejor futuro para nuestros nietos, y que, al cierre de, próximo lustro o década, disfrutemos de un país menos corrupto, más solidario y con una mayor ilusión para enfrentar el futuro.
Comienzo, queridos lectores, un nuevo año de vida, con la ilusión de que será mejor que el que recién concluyó.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.