Ágora*
Guido Mora
guidomoracr@gmail.com
Según definición de la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción, esta (la corrupción), es un “un complejo fenómeno social, político y económico que afecta a todos los países del mundo… perjudica a las instituciones democráticas, desacelera el desarrollo económico y contribuye para la inestabilidad política… destruye las bases de las instituciones democráticas al distorsionar los procesos electorales, socavando el imperio de la ley y deslegitimando la burocracia…. aleja a los inversionistas y desalienta la creación y el desarrollo de empresas en el país, que no pueden pagar los «costos» de la corrupción.
El concepto de corrupción es amplio. Incluye soborno, fraude, apropiación indebida u otras formas de desviación de recursos por un funcionario público, pero no es limitado a ello. La corrupción también puede ocurrir en los casos de nepotismo, extorsión, tráfico de influencias, uso indebido de información privilegiada para fines personales y la compra y venta de las decisiones judiciales, entre varias otras prácticas”.
Quiero retrotraer este tema porque he visto recientemente, en las manifestaciones de algunos voceros de los partidos políticos, la intención de “empatar un marcador”, para que al final, en las elecciones de febrero del 2018, a los costarricenses les resulte lo mismo, emitir el sufragio por uno u otro partido, uno u otro candidato, sin importar que tan opacos hayan sido históricamente, los comportamientos de figuras o agrupaciones políticas.
No veo, sinceramente, un compromiso contundente de luchar contra la corrupción, “enfermedad” que lamentablemente está inmersa en todos los estratos de la sociedad costarricense.
Reflexionando sobre la falta de liderazgo a que hacía referencia en la columna de la semana pasada y ante el surgimiento de nuevas revelaciones de corrupción, me doy cuenta que, de repente, el mayor lastre de nuestra sociedad y nuestro sistema político, sea la corrupción. Este mal que campéa a vista y paciencia de todos los costarricenses, quienes guardamos silencio y somos, por esto, culpables y responsables del deterioro de nuestras instituciones.
¿A qué viene este tema?, a la denuncia que hacen un grupo de estudiantes de Derecho de la Universidad de Costa Rica, en donde algunos “profesores” exigen favores sexuales para mejorar las notas. Caso similar se conoció y denunció, hace algunos años, en la Facultad de Odontología de esta misma Universidad y, no me cabe ninguna duda, que esta es una práctica común en muchas universidades privadas del país.
Pero el problema no se queda solo allí. También se denuncia el uso inadecuado de información, por parte de un medio de comunicación, para perjudicar un proceso que está siendo sometido a cuestionamientos, relacionado con un préstamo millonario en un banco del Estado.
Son también de conocimiento público, las acciones que realizan algunos empresarios, para evadir el pago de los impuestos y el cobro de funcionarios, que ofrecen aligerar procesos y procedimientos.
Leí además hace algunos días, la posición de algunos profesionales, solicitando el retiro de un premio que otorga un Colegio Profesional, por las acciones corruptas, fraudulentas y cuestionadas de quien fue reconocido oportunamente con ese galardón.
Igual pasa con las obras del Estado en que, ante el silencio cómplice de muchos funcionarios, se les asigna un sobreprecio y se incumplen los parámetros de calidad, para ahorrar costos e incrementar las utilidades de los constructores, a expensas del deterioro de la obra o el recorte de su vida útil.
Ni se diga de la declaración de salarios menores a la CCSS o los intentos de fraude contra el INS o contra otras instituciones públicas.
El sistema y la sociedad, han perdido su capacidad de eliminar esa podredumbre.
Hace unos años, una funcionaria de aduanas le solicitó a mi Padre una mordida, para entregar unos productos que había comprado. Mi Padre acudió a denunciar a la funcionaria y el caso fue llevado a juicio. Al final, la funcionaria demandó a mi Padre por injurias y calumnias. Él tuvo que retractarse públicamente de la acusación. Prevaleció la palabra del corrupto, aunque existían ya múltiples denuncias contra esa funcionaria.
Lamentablemente la corrupción se ha entronizado en el sistema, en la sociedad costarricense; llegando posiblemente incluso a penetrar las instancias judiciales y las fuerzas del orden: los oficiales de policía y de tránsito, quienes a vista y paciencia de muchos, posiblemente reciben dinero de narcos, de delincuentes o de choferes imprudentes, que ofrecen una mordida, ante la posibilidad de una boleta de tránsito o de una captura por venta de drogas.
Con el tiempo, estos mecanismos para “aligerar” los procesos burocráticos, se han convertido en un lastre que frena el crecimiento económico, el desarrollo de las actividades productivas, ha encarecido los procesos de transformación industrial y ha deteriorado la moral de todos los costarricenses.
A la luz de la próxima elección de las autoridades nacionales, requerimos un compromiso de todos los partidos políticos, para nombrar en los puestos públicos, a personas intachables, sobre los que no pesen dudas en su actuar público o privado.
Este compromiso debe plasmarse, no sólo en la elección de candidatos a la Presidencia, sino además, en el compromiso de que sus compañeros de fórmula o los representantes a la Asamblea Legislativa, sean personas intachables, que no se presten para la compra y venta de influencias o favores.
Lo mismo debemos exigir para quienes sean nombrados en puestos de poder, tal como el caso de ministros, viceministros, oficiales mayores y demás posiciones de dirección. Oponernos abiertamente a la designación de asesores, operadores políticos, personajes oscuros que se mueven en las sombras y se mantienen invisibles para la opinión pública, pero que por años se han enriquecido vil e insaciablemente con los recursos públicos.
Los ciudadanos debemos asumir un papel más activo en la supervisión y fiscalización de la “cosa pública” y sus recursos y, a pesar de que muchas veces triunfen los sinvergüenzas, debemos librar una batalla abierta contra quienes se han acostumbrado, de una manera u otra, de apropiarse de los recursos de todos los costarricenses.
Es imprescindible poner manos a la obra, porque la descomposición del sistema político y la sociedad costarricense puede conducirnos a tomar decisiones políticas que, posiblemente, lamentemos por siempre.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.