Educación pública y formación democrática

Ágora*

Guido Mora
guidomoracr@gmail.com

Guido Mora

La columna que publicara la semana pasada, sobre la reacción de los costarricenses en las redes sociales, ante la interpretación del Himno Nacional de Nicaragua en las escuelas públicas del oeste de San José, causo múltiples reacciones, que sinceramente me impactaron:

Por una parte, un lector, identificado como integrante de la fuerza pública costarricense, que exhibe la imagen de un soldado portando un arma de guerra en su foto de perfil —nada más antidemocrático desde mi perspectiva civilista—, se lució insultándome porque nunca he manipulado un arma, cosa que el supone cierta, sin que siquiera hubiese preguntado. Agregaba además yo era un pendejo por la posición que defendía. Sus insultos provocaron el bloqueo y la posterior denuncia en Facebook.

Otra señora, me externó que con lo que decía dejaba clara mi posición ideológica, y que ella estaba en la obligación de expresarme que no compartía mi ideología, que consideraba que ella era “más demócrata que yo”, todo esto sin siquiera consultar o confirmar, cuáles son mis inclinaciones políticas.

Algunos otros, me tildaron de “tinterillo mal patriota”, por criticar las posiciones extremistas de quienes vociferaban y escupían odio, sin conectar la lengua al cerebro, pues ni soy abogado, menos tinterillo y desde luego, no me considero mal costarricense.

Finalmente, una amiga de Facebook me volvió a la realidad, compartiendo una publicación sobre Salitre —la región indígena al sur del Costa Rica—, en donde me señalaba la participación de sujetos con dudosas intenciones, cuya presencia podría ser manifestación de la existencia de oscuros propósitos, ejecutados por diversos grupos políticos y económicos, orientados a desestabilizar este país. Esto pasa, me indicaba, mientras muchos de nosotros, solo hablábamos tonteras sobre interpretar o no un himno nacional, subrayando con su comentario, la existencia de asuntos de mayor importancia para el país.

A excepción de la aterrizada forzosa que provocó la amiga a que hago referencia, debo afirmar que las críticas arteras y sin sentido, la intolerancia, la agresividad y el etnocentrismo, no son sino el reflejo de la aparición de manifestaciones antidemocráticas, lejanas a la idiosincrasia que caracterizaba a la sociedad costarricense de hace apenas unas décadas.

Mi generación tuvo la fortuna de crecer conviviendo con vecinos chilenos, guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses, colombianos, venezolanos, argentinos, españoles o cubanos, para mencionar sólo algunas nacionalidades.

Compartíamos las aulas, los juegos, las comidas y nos enriquecimos, como país, de los aportes que estos hermanos latinoamericanos hicieron a la cultura costarricense.

Sin embargo, estas reacciones negativas y la llamada de atención que transmitió la amiga a que hago referencia, me llevo a reflexionar sobre de la razón de que muchos costarricenses se expresaran de la manera que lo hicieran.

Concluí, corríjanme si me equivoco, que esta situación no es sino evidencia del más profundo y peligroso problema que está sufriendo nuestro país y el sistema político que ha prevalecido desde 1949: el descuido en la formación y educación democrática en la sociedad costarricense.

Jamás pensé ser testigo de esta realidad, pero las múltiples acciones y manifestaciones de los diversos sectores sociales así lo evidencian: el Estado costarricense dejó de conferir importancia a la vocación democrática que hizo a Costa Rica una nación diferente al resto de Centroamérica y de muchos otros países latinoamericanos, en donde prevalecían los regímenes dictatoriales, durante buena parte del Siglo XX.

La educación pública, ofrecida por el Estado costarricense, no sólo ha fallado en preparar a los estudiantes en idiomas, matemática, ciencias o biología, sino que también ha fracasado en reproducir la formación democrática, solidaria e igualitaria, que caracterizó a los ciudadanos costarricenses de anteriores generaciones.

Y no sólo se trata de interpretar la letra de un himno nacional, sino también de la impunidad, la desvergüenza, la falta de solidaridad social y desconfianza en el credo democrático que manifiestan muchos profesionales liberales, hoy integrantes de los grupos privilegiados de la pirámide social, la mayoría formados en universidades públicas, que se han convertido en expertos evasores de impuestos, exigiendo pagos en efectivo, para no dejar evidencia del volumen de sus ingresos.

O, en otro campo del quehacer social, la existencia de políticos: abogados, ingenieros o científicos sociales; militantes de los partidos protagonistas en el escenario político nacional, exdiputados o expresidentes que, con sus actos inmorales, aunque no necesariamente ilegales, han erosionado la confianza de la ciudadanía en el sistema político democrático.

Y como corolario, los medios de comunicación se convierten en emisores reiterados de las voces de algunos diputados, quiénes habiéndose formado en universidades públicas y ante su incapacidad gerencial, se han transformado en vividores de la deuda política, turnando con su familia, la propiedad de una curul, en un partido político caracterizado por el personalismo, la imposición y el usufructo personal de una franquicia.

Definitivamente estamos en deuda con las nuevas generaciones, estamos en deuda con el país que nos heredaron nuestros padres y nuestros abuelos.

Se debe retomar la formación democrática integral que nos caracterizó como país, impulsar la solidaridad social, la igualdad, la fraternidad y el amor a Costa Rica. Transformar a los costarricense en una sociedad tolerante, que valore a nuestros vecinos latinoamericanos, que respete los símbolos patrios: los propios y los ajenos. Pero, por sobre todo, que universalice la concepción de que amar a Costa Rica no es sinónimo de insultar, minimizar o despreciar a quienes nos acompañan en la aventura de vida que experimentamos como sociedad.

Sin duda alguna, debemos saldar esta deuda con las nuevas generaciones.

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* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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Un comentario

  1. Luis Fernando Díaz

    Salud Guido
    Coincido en el centro de tu diagnóstico. Y me permito alguna adición:
    1. en el régimen escolar (programas y contenidos, ie pensum) es notoria la desaparición de «el curso de educación cívica» y de la actitud y las formas relacionadas con educación ciudadana, como hacer los ejercicios físicos matutinos en la plaza del pueblo, y se canta el himno y se da la revisión de limpieza corporal (dientes y orejas) y del uniforme. ¿Se ve la diferencia y la necesidad de ambas?
    2. La ausencia del partido o más bien la renuncia del partido a incluir las temáticas importantes en sociales (gobierno, democracia, ética), casi como con vergüenza de transmitir este tipo de contenidos. Recuerdo esta discusión con varios ministros y viceministros, siempre perdida, siempre ausente de los programas partidarios, siempre ausente d los planes nacionales de desarrollo.
    Ojalá ganáramos una (esta)
    Un abrazo,
    Luis Fernando Díaz

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