Cuentos para crecer: Blanca y su amigo el lobo

Blanca y su amigo el lobo

Blanca y su amigo el lobo

Desde siempre los lobos eran fieros, rápidos, observadores y buenos compañeros en su manada, de lo cual, en ocasiones, dependía su vida.

Cuando llegaba el invierno, lo pasaban muy mal y tenían que bajar de la montaña todos juntos hasta el pueblo máscercano para comer alguna oveja o coger alguna gallina desprevenida.

En el pueblo, como es lógico, odiaban a los lobos, pues cada vez que se acercaban por allí, algún animal desaparecía o lo encontraban herido. Sus habitantes organizaban cacerías de vez en cuando y celebraban fiestas por cada lobo capturado, de modo que los lobos también odiaban a los seres humanos.

Dentro de la manada había un jefe que decidía cuándo y dónde atacar. El resto del grupo estaba pendiente de sus órdenes y respetaba sus decisiones.

Un buen día sucedió algo extraño: cuando los lobos se disponían a entrar en un redil para coger alguna oveja, se encontraron con una niña en la puerta.

El jefe de la manada se paró a unos metros de ella y la observó: nunca había visto tan de cerca a un ser humano y menos a una niña, así que se acercó lentamente para verla mejor. El lobo no sintió miedo porque la niña no llevaba ningún palo en la mano ni nada para atacarle, de modo que se aproximó más todavía. Para su sorpresa, la niña sintió su presencia, levantó su mano y le acarició mientras decía:

—Hola, perro bonito, no tengas miedo, no te voy a hacer daño…

El lobo dio un respingo y se echó para atrás al sentir las caricias de la niña, era una sensación nueva para él.

La volvió a mirar de arriba abajo, miró sus ojos y se dio cuenta de que la niña no podía ver, era ciega.

—¡Ven, perrito, ven…! —y el jefe de la manada volvió a acercarse lentamente mientras todo su grupo contemplaba la insólita escena—. Me llamo Blanca. ¿Tú tienes nombre?

El lobo le dijo:

—No tengo ningún nombre, nadie me lo ha puesto.

—Pues te llamaré “Algodón”, porque tienes el pelo tan suave como el algodón. ¿Te gusta el nombre?

El lobo estaba conmovido. Por primera vez había sentido las caricias de un ser humano y le habían puesto un nombre que además le sonaba bien.

El lobo, aturdido y confuso, se alejó de allí repitiendo su nombre, y la manada le siguió sin atreverse a decir nada.

Pero cuando llegaron a su guarida, todo el grupo empezó a decirle cosas y más cosas:

—¿Por qué no la has atacado? Era carne fresca, ¿qué más dará una niña o una oveja? —le dijo el lobo que estaba más hambriento.

—¿Y por qué te has dejado acariciar? Has mostrado una gran debilidad, parece mentira que seas nuestro jefe —le dijo el lobo más atrevido.

—Si no querías atacarla, haber entrado en el establo, te hubiéramos seguido y ahora no estaríamos hambrientos… —refunfuñó el lobo más joven.

—¿Acaso has sentido pena de una niña indefensa? Pues date cuenta de que esa niña, cuando sea mayor, intentará matarnos —le dijo el lobo más viejo.

Después de escuchar los comentarios y protestas de todo el grupo, el jefe les dijo:

—Hoy he comprobado que los seres humanos no son todos iguales. Esa niña no me tenía miedo, quizá porque no sabía quién era y me ha confundido con un perro, pero yo os digo que, aunque no puede utilizar sus ojos porque están enfermos, en su corazón ha visto mi nobleza. No solo me ha acariciado, sino que me ha puesto un nombre que me gusta.

El jefe de la manada tuvo que interrumpir la charla porque todos comenzaron a murmurar. Entonces les dijo:

—¿Quién de vosotros hubiera matado a esa niña indefensa? Nosotros somos lobos, y debemos sentirnos orgullosos de ello, pero no matamos por matar, solo cuando tenemos hambre. Como jefe os ordeno respetar la vida de la niña.

Aunque no todos estaban de acuerdo, aceptaron la orden y decidieron bajar al pueblo cuando anocheciera a buscar comida.

Por el camino encontraron algunos animales que les sirvieron para llenar sus estómagos, de modo que esta vez no necesitaron llegar hasta el pueblo.

Sin embargo, en el interior del jefe había una cierta inquietud, estaba deseando volver a ver a la niña y saber más cosas de los seres humanos.

Cuando el sol se estaba ya escondiendo, decidió bajar él solo para intentar verla. Llegó cerca del establo donde se encontró con ella pero no estaba. De la casa le llegaban voces, así que se asomó sigilosamente a la ventana y miró: allí vio a Blanca, sentada a la mesa y cenando con sus padres y hermanos.

Él no hizo ningún ruido y, sin embargo, la niña giró su cabeza en dirección a la ventana, como si supiera que allí estaba su amigo.
No había pasado mucho tiempo cuando Blanca salió de la casa y, tanteando, llegó hacia donde estaba el lobo.

— ¡Hola, Algodón! —le dijo—, qué bien que has venido, tengo algo para ti.

La niña sacó de una bolsa un muslo de pollo y otras sobras de la cena y se lo dio. El lobo se lo comió todo relamiéndose de gusto.

—Ven conmigo, Algodón, vamos a dar un paseo.

Como si fueran viejos amigos, los dos se fueron por el campo mientras el lobo cuidaba de que Blanca no tropezara con alguna piedra. Cuando veía algún peligro, se ponía delante de ella protegiéndola, y así dieron un largo paseo por los alrededores. Blanca estaba encantada porque nunca se había podido alejar tanto de la casa, pues sus padres tenían miedo de que se cayera o no supiera luego volver.

—Gracias, Algodón, si quieres mañana damos otro paseo. ¿Qué te parece?

—Me encantaría, pero antes tengo que decirte una cosa: no soy un perro, soy un lobo.

Blanca se echó a reír y le contestó.

—¿Un lobo? Si fueras un lobo me habrías comido. ¿Crees que puedes engañarme? Soy ciega pero no tonta…

—Es la verdad, soy el jefe de la manada que vive en la montaña. A veces atacamos a vuestro ganado para poder comer cuando no encontramos otra cosa.

Blanca estaba desconcertada, no sabía a qué hacer caso, si a lo que oía o a lo que le decía su corazón.

—No te puedo ver, pero dentro de mí siento que no eres malo ni cruel como dicen las personas del pueblo. ¿Por qué no me has hecho daño?

—Tú no has tenido miedo de mí y me has acariciado, y además me has puesto un nombre que me gusta, Algodón. He sentido tu bondad y me ha conmovido. ¿Cómo iba a hacerte daño?

—¿Sabes?, nadie se va a creer que mi amigo es un lobo —le dijo.

—¿Soy tu amigo? —le preguntó el lobo.

—Claro, me has protegido durante el paseo, he sentido cómo me cuidabas y procurabas que no me cayera, has venido a visitarme y me has dicho quién eres, me has contado algo que yo nunca hubiera descubierto por mí misma. ¿No sabes que eso lo hacen solo los amigos?

—Nunca he tenido como amigo a un ser humano —le contestó el lobo.

—Pues ya tienes uno, y los amigos se ayudan siempre, así que dime, ¿cómo puedo ayudarte?

—Me gustaría poder conseguir comida sin tener que matar a ninguno de vuestros animales —le dijo Algodón.
Blanca se quedó pensativa un buen rato.

—Creo que tengo la solución, pero es un poco arriesgada para ti, Algodón.

—Habla, te escucho —le dijo el lobo.

—Quizá, si los del pueblo nos vieran juntos, sabrían que los lobos no sois tan peligrosos y entonces a lo mejor me hacen caso.

Blanca y Algodón quedaron al día siguiente en ese mismo lugar y se fueron dando un paseo hacia el pueblo.

Cuando les vieron aparecer, la gente se puso a correr gritando: « ¡El lobo! ¡El lobo! ¡Que viene el lobo!», y se metieron en sus casas mirando con curiosidad desde las ventanas a los dos amigos que se acercaban a la plaza.

Todos estaban con los ojos y la boca abiertos sin dar crédito a lo que veían:

¡Blanca, la niña ciega, junto a un lobo, paseando tranquilamente!

—¡Salid! —gritó Blanca—, ¡salid todos, no tengáis miedo! El lobo es mi amigo y no os hará daño.

Lentamente fueron saliendo algunas personas con palos en la mano, por si acaso, y entonces Algodón se asustó y comenzó a aullar.

—Tirad los palos —les dijo Blanca—, ya veis que a mí no me ha hecho nada. Y ahora escuchadme bien: él me ha contado el hambre que pasan en invierno cuando escasea la comida y que por eso se ven obligados a robarnos algún animal. He pensado que entre todos podíamos darles comida cuando no encuentren nada, para que así no tengan que matar nuestro ganado. ¿Qué os parece?

Algodón estaba asustado porque nunca había visto a tantos seres humanos juntos, pero sabía que Blanca le defendería como hace una verdadera amiga.

—¿Y cómo sabremos que cumplirán su palabra y no robarán nuestro ganado?

Entonces el lobo les dijo:

—Yo soy el jefe de la manada que vive en la montaña. Sé que muchos nos odiáis porque hemos atacado a vuestros animales, pero lo que ha dicho Blanca es cierto. Solo matamos para comer. Pero también hemos visto que vosotros nos odiáis y celebráis nuestra muerte. Si vosotros nos ayudáis a encontrar comida nunca más haremos daño a vuestros animales. Os doy mi palabra en nombre de toda la manada. Los demás lobos aceptarán mis órdenes.

En medio de la plaza, Blanca y Algodón esperaron la respuesta de los habitantes del pueblo, y al cabo de un rato dijo el alcalde.

—Hemos decidido confiar en ti, porque has demostrado que no eres cruel sino que tienes buen corazón al respetar la vida de Blanca, cuando ella hubiera sido una presa fácil para vosotros, ya que no puede ver ni defenderse. De ahora en adelante haremos un pacto que nos permita vivir a todos en armonía.

Y desde aquel día hubo paz entre los lobos y los seres humanos, y todos dieron las gracias a Blanca por haber sido capaz de ver con su corazón la nobleza de aquel lobo, su amigo Algodón.

Begoña Ibarrola

Cuentos para sentir 2: Educar los sentimientos
Ediciones SM, 2003, Madrid

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

cuentosn@cuentosparacrecer.com

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