Ágora*
Guido Mora
Hoy no voy a escribir sobre la realidad nacional, ni sobre economía; sobre el déficit fiscal o sobre la indefinición por la atención de los grandes problemas nacionales. Como señaló Mauricio Castro, de repente no es tiempo para escribir sobre política.
Hoy quiero escribir sobre algo más humano, sobre una situación que estamos viviendo en nuestra familia. Una realidad que toca la fibra más íntima de mi hogar y que no se sabe hasta dónde llega, hasta no vivirla personalmente.
El día de ayer, después de acompañarnos durante quince largos años, tuvimos que poner a dormir a Pisco, un perrito poddle macho. La mascota de mis hijos.
Un complejo cuadro de pancreatitis, acompañado de una avanzada edad y la pérdida de la vista, obligó al veterinario y a mis hijos a tomar esta difícil decisión.
Pisco llegó a nuestra casa como regalo de mi hija mayor Daniela, cuando cumplió 15 años. A pesar de mi reticencia por su arribo, paulatinamente fue ganándose el cariño de todos.
El tiempo pasó, los primeros meses fueron difíciles, mientras nos acomodábamos a tener al cachorro, el nuevo integrante de nuestra familia.
Poco a poco se integró a la estructura familiar. Ocupo su espacio y se constituyó en la compañía de cada uno de nosotros, cuando alguno de los integrantes de la familia se encontraba ausente por viajes o trabajo. Pisco siempre estaba allí.
Cuando le enseñaron a hacer sus necesidades sobre un papel periódico me alegré, no encontraría el producto de sus urgencias en toda la casa. Había sin embargo un problema, como Pisco no sabía leer, encontrábamos el diario del día orinado o premiado con otras gracias.
Nuestro querido Pisco evacuaba sobre el diario de cada día y me impedía leer las primeras páginas. En ese momento, deseaba tenerlo bien lejos de mi vida.
Poco a poco se fue asentando en la casa. Se convirtió en el compañero de juegos y de vida de mi esposa y de mis hijos.
Su lealtad, compañía y presencia cotidiana logro que conforme pasaba el tiempo, se consolidara como parte importante de nuestro núcleo familiar.
En mi casa, donde afortunadamente recibimos visitas de compañeros, colegas y amigos, Pisco se convirtió en compañero de juergas, de largas noches de vinos y de conversaciones, donde discutíamos sobre lo humano y lo divino… Le encantaba el queso, posiblemente su ascendiente francés privaba en su paladar, había que cuidarlo pues si quedaba a su alcance, se lo comía de un bocado.
Nuestros compañeros, colegas y amigos lo conocieron, lo reconocieron y fue también, como diría Jesús Rosales, mi compinche de trasnochadas, un compañero de muchos de nuestros encuentros fraternos.
Su fortaleza, su alegría y lealtad nos acompañó por muchísimos años. Pisco fue alegría de nuestro hogar, el compañero de cada momento de nuestra realidad familiar.
El tiempo pasó y nos muestra que es implacable. La vida lo impacto, como nos impacta a todos.
Creemos que somos eternos. Lamentablemente el tiempo nos recuerda que todos los seres vivos, hombres y animales, de la misma forma que tenemos inicio, tenemos fin.
Llegó el desenlace de nuestro compañero de tantos años.
Como indicó mi hija Mariana, en su Facebook el día de hoy, ella se despidió “de su mejor amigo, su hermano y su hijo”.
Termina la lucha de cada día, generada al abrir la puerta del cuarto de mi querida Mariana y encontrarla con Pisco en la cama. Cuesta entender esas relaciones con las mascotas, pero cada día son más intensas, más cotidianas, más reales.
Atrás quedaron recuerdos de cuando llego a nuestra casa, siendo un cachorro, cuando despertó el amor a los animales.
Daniela, que nos acompaña esta navidad en Costa Rica, a pesar de vivir en Bélgica asegura que Pisco la espero para despedirse. Después de acompañarlo con Mariana y Victoria hasta el último momento de su vida, decidieron cremar el cuerpo de nuestra querida mascota.
Hoy esperamos sus cenizas.
Pasaron quince años. Gracias Pisco, por tanto cariño, tanto amor y tanta compañía.
Sinceramente, te extrañaremos. No podremos nunca sustituirte. Fuiste único y nuestra gran compañía.
* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.
MI PERRO HA MUERTO
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
PABLO NERUDA
Gracias Yayo, muy bonito, se lo pasaré a mi familia. Que pases una Feliz Navidad. Saludos,