Cuentos para crecer: El fabricante de espejos

El fabricante de espejos

El fabricante de espejos

Timoteo, su padre y todos sus antepasados hasta los tiempos más remotos habían fabricado espejos. En un arcón de su casa se conservaban todavía espejos de cobre verdes por el óxido y espejos de plata ennegrecidos por siglos de emanaciones humanas; otros de cristal, enmarcados en marfil o maderas preciosas. Muerto su padre, Timoteo se sintió liberado del vínculo de la tradición; siguió forjando espejos según los cánones, que por lo demás vendía en toda la región, pero volvió a meditar acerca de un viejo proyecto suyo.

Desde muchacho, a escondidas del padre y del abuelo, había transgredido las reglas de la corporación. De día, en las horas de oficina, como aprendiz disciplinado hacía los habituales y aburridos espejos planos, transparentes, incoloros; los que, como suele decirse, dan la imagen verídica (pero virtual) del mundo y, sobre todo, la de los rostros humanos. De noche, cuando nadie lo vigilaba, construía espejos diferentes. ¿Qué hace un espejo? «Refleja», como una mente humana; pero los espejos habituales obedecen a una ley física simple e inexorable; reflejan com o una mente rígida, obsesa, que pretende acoger en sí la realidad del mundo: ¡como si no hubiera más que una! Los espejos secretos de Timoteo eran más versátiles.

Los había de cristal coloreado, estriado, lactescente: reflejaban un mundo más rojo o más verde que el verdadero, o variopinto, o con contornos delicadamente matizados, de modo que los objetos o las personas parecían aglomerarse entre sí como las nubes. Los había múltiples, hechos de láminas o esquirlas ingeniosamente encajadas: éstos fragmentaban la imagen, la reducían a un mosaico gracioso, pero indescifrable. Un engranaje, que a Timoteo le había costado semanas de trabajo, invertía l o alto y lo bajo, la izquierda y la derecha; quien se miraba en él por primera vez, sentía un vértigo intenso, pero si insistía unas horas acababa habituándose al mundo invertido y luego sentía náuseas ante el mundo repentinamente enderezado. Otro espejo estaba hecho de tres hojas, y quien se miraba veía su rostro multiplicado por tres: Timoteo lo regaló al párroco para que en la hora del catequismo hiciera entender a los niños el misterio de la Trinidad.

Había espejos que engrandecían, como tontamente se dice que hacen los ojos del buey, y otros que empequeñecían, o hacían aparecer las cosas infinitamente lejanas; en algunos te veías espigado, en otros seboso y chato como un Buda. Para hacer un regalo a Ágata, Timoteo pergeñó un espejo de armario de una lastra de cristal ligeramente ondulada, pero obtuvo un resultado que no había previsto. Si el sujeto se miraba sin moverse, la imagen no mostraba más que leves deformaciones; si, por el contrario, se movía hacia arriba o hacia abajo, flexionando un poco las rodillas o poniéndose de puntillas, la barriga y el pecho refluían impetuosamente hacia arriba o hacia abajo. Ágata se vio transformada ya en una mujer cigüeña, con los hombros, el seno y el vientre comprimidos en un fardo que se cernía sobre dos larguísimas piernas resecas; ya, inmediatamente después, en un monstruo de cuello filiforme del que colgaba todo el resto, un amasijo de hermas aplastado y chaparro como arcilla de alfarero que cede bajo el propio peso. La historia acabó mal. Ágata rompió el espejo y noviazgo, y Timoteo se dolió, pero no mucho.

Tenía en mente un proyecto más ambicioso. Experimentó en gran secreto con varios tipos de cristal y de plateadura, sometió sus espejos a campos eléctricos, los irradió con lámparas que había hecho traer de lejanos países, hasta que le pareció estar cerca de su meta, que era la de obtener espejos metafísicos. Un Espemet, esto es, un espejo metafísico, no obedece a las leyes de la óptica, sino que reproduce tu imagen tal como la ve quien tienes delante: la idea era antigua, ya la había pensado Esopo y quién sabe cuántos más antes y después de él, pero Timoteo había sido el primero en realizarla.

Los Espemet de Timoteo eran del tamaño de una tarjeta de visita, flexibles y adhesivos: de hecho, estaban concebidos para ser aplicados sobre la frente. Timoteo ensayó con el primer ejemplar encolándolo a la pared, y no vio nada especial: su imagen de siempre, de treintañero con entradas en las sienes, de aspecto ensimismado, penetrante y descuidado: pero claro, una pared no te ve, no alberga imágenes tuyas. Preparó una veintena de muestras, y le pareció apropiado ofrecer la primera a Ágata, con quien había mantenido una relación tempestuosa, para hacerse perdonar la historia del espejo ondulado.

Ágata lo recibió fríamente; escuchó las explicaciones con distracción ostentosa, pero cuando Timoteo le propuso aplicarse el Espemet en la frente, no se hizo de rogar: había entendido más que bien, pensó Timoteo. De hecho, la imagen de sí mismo que pudo ver, como en un pequeño monitor, era poco lisonjera. No tenía entradas, sino que era calvo, tenía los labios entreabiertos en una mueca boba que revelaba los dientes estropeados (así es, ya hacía tiempo que demoraba las curas propuestas por el dentista), su expresión no era ensimismada sino necia, y su mirada muy extraña. ¿Extrañ a por qué? No tardó en entenderlo: en un espejo normal los ojos siempre te miran, en aquel, en cambio, miraban al bies, a la izquierda. Se acercó y se desplazó un poco: los ojos reaccionaron huyendo a la derecha. Timoteo se fue de casa de Ágata con sentimientos contrastantes: el experimento había ido bien, pero si verdaderamente ella lo veía de ese modo, la ruptura no podía ser más que definitiva. Ofreció el segundo Espemet a su madre, que no pidió explicaciones. Se vio quinceañero, rubio, ilusionado, etéreo y angelical, con el pelo bien peinado y el nudo de la corbata a la altura debida: como un recordatorio de los muertos, pensó para sí. Nada que ver con las fotos escolares encontradas años antes en un cajón, que mostraban a un muchachito despierto pero intercambiable con la mayor parte de sus condiscípulos

El tercer Espemet le tocaba a Emma, no cabía duda. Timoteo se había deslizado de Ágata a Emma sin sacudidas bruscas. Emma era menuda, perezosa, apacible y lista. Era menos inteligente que Ágata pero no tenía sus pétreas durezas: Ágata-ágata, Timoteo no había caído en ello, los nombres ya son algo. Emma no entendía nada del trabajo de Timoteo, pero llamaba a menudo a su laboratorio y se quedaba m irándolo durante horas con ojos encantados. Sobre la frente lisa de Emma, Timoteo vio a un Timoteo maravilloso: de medio busto con el torso desnudo, tenía el tórax armónico que siempre había anhelado, un rostro apolíneo con una melena tupida en torno a la cual se entreveía una guirnalda de laurel, una mirada al mismo tiempo serena, feliz y rapaz. En aquel momento, Timoteo se dio cuenta de que amaba a Emma con un amor intenso, dulce y duradero.

Distribuyó varios Espemet entre sus amigos más queridos. Notó que no había dos imágenes que coincidieran entre ellas: en definitiva, que un auténtico Timoteo no existía. Notó también que el Espemet poseía una cualidad destacada: fortalecía las amistades viejas y serias, y deshacía rápidamente las amistades de rutina o de convención. En todo caso, cualquier tentativa de explotación comercial fracasó: todos los representantes estuvieron de acuerdo en referir que los clientes satisfechos con la propia imagen reflejada por la frente de amigos y parientes eran demasiado pocos. Sea como fuere, las ventas habrían sido muy escasas, incluso si se rebajaba el precio a la mitad. Timoteo patentó el Espemet y se desangró durante algunos años por el esfuerzo de mantener viva la patente, intentó en vano venderla, luego se resignó y siguió fabricando espejos planos, sin duda de excelente calidad, hasta la edad de la jubilación.

Primo Levi
Última Navidad de guerra
Barcelona: Muchnik, 2001

El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

cuentosn@cuentosparacrecer.com

Revise también

ONU

La COP29 y la dictadura del petroletariado

https://traffic.libsyn.com/democracynow/amycolumn2024-1122-es.mp3 Amy Goodman y Denis Moynihan Bakú, Azerbaiyán–. La Conferencia de las Naciones Unidas sobre …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *