Asamblea de Conejos
Érase una vez, en medio de los matorrales, una madriguera de la que salía un incesante murmullo. Alguna que otra perdiz que pasaba por allí se extrañó de que no se viesen conejos paseando por los alrededor es. Una paloma periodista, que informaba a los animales de las últimas noticias del campo, explicó que ese día varios representantes de las numerosas familias de conejos que habitaban aquel lugar se habían reunido para tratar un tema que los tenía muy preocupados. Faltaban dos semanas para el inicio de la temporada de caza y estaban intentando encontrar una manera de proteger a sus crías de la matanza que se avecinaba.
Por mucho que les explicaran que eran una plaga y que se reproducían demasiado rápidamente, ellos no comprendían por qué al llegar el otoño empezaban a perseguirlos.
Una zorra muy vieja, que ya ni siquiera tenía dientes, le había confesado un día al Abuelo Conejo que no había carne más sabrosa que la de ellos, lo cual, para estos animales acostumbrados a alimentarse solo de plantas, no parecía ser un argumento convincente.
El tejón, que había pasado algunas temporadas cerca de los hombres y entendía su lengua, dijo que, aunque no aprobaba aquel comportamiento humano, comprendía sus razones.
—Las personas no se alimentan de lo que van encontrando, como nosotros. Trabajan la tierra de sol a sol y esperan durante meses a que crezca lo sembrado, preocupándose de sacar las malas hierbas y de regar el terreno, y cuando llega la época de recoger la fruta y las legumbres o de segar el trigo, no les gusta encontra rse con que todo está medio comido por los conejos.
Se escucharon gritos de protesta, hasta que el Abuelo Conejo golpeando fuertemente el suelo con la pata trasera, impuso el silencio en la asamblea.
—No vale la pena intentar entenderlos —dijo con su voz pausada y grave—. Nunca conseguiremos cambiar a los hombres. Estamos aquí reunidos para encontrar la manera de proteger a nuestros pequeños, no para debatir un problema que nunca va a dejar de existir.
Todos se quedaron pensativos. El Abuelo Conejo tenía razón,en vez de aprovechar las pocas semanas que les quedaban para trabajar en un plan que fuese realmente útil, estaban perdiendo un tiempo precioso en una discusión que no los llevaría a ninguna parte.
Uno a uno, comenzaron a hablar. La temporada de caza duraba varios meses y era muy difícil mantener a las crías ocultas en las madrigueras. Como a todos los pequeños, les gustaba jugar, correr y saltar, por lo que resultaba prácticamente imposible mantenerlos encerrados.
Un topo, que se encontraba en la reunión por casualidad, pidió la palabra.
¿Por qué no hacían como él? Eran decenas de conejos y entre todos podían organizarse para trabajar sin descanso. Si excavaban túneles para comunicar las madrigueras entre sí, las crías podrían correr y jugar entre ellas como hasta ahora, y solo tendrían que salir a buscar comida cuando, al ponerse el sol, los cazadores regresasen a sus casas.
La Abuela Coneja, que todavía no había abierto la boca y se había limitado a mover las orejas como un radar para captar el mayor número de opiniones posible, dijo:
—Podríamos también excavar una zona más amplia que sirviese de lugar de reunión y de cantina. Los pequeños no se pueden pasar todo el día sin comer. Si ya para nosotros, que somos adultos resulta difícil, imaginad para ellos.
—La Abuela tiene razón —exclamaron varias madres al unísono.
Tras unos minutos de silencio, uno de ellos pareció encontrar la solución. Los adultos irían en busca de comida, que llevarían a las madrigueras y re partirían entre los conejitos. Para no arriesgar la vida de todos al mismo tiempo, formarían grupos y harían turnos durante el día.
Y así lo hicieron. Se pusieron patas a la obra y excavaron la tierra, cortaron las raíces que les dificultaban la tarea y abrieron pequeñas entradas de aire que, escondidas por los matorrales, les servirían para poder respirar sin problemas.
Los pequeños aprovecharon los últimos días de libertad para correr por los campos y roer todos los perales y manzanos que se cruzaron en su camino.
Quince días después, cuando la ciudad subterránea ya estaba construida, aparecieron de madrugada hombres con escopetas y perros rastreadores.
Ese año murieron menos conejos que de costumbre y ningún cazador regresó a su casa con piezas pequeñas.
El día que finalizó la temporada de caza todas las crías salieron de las madrigueras para celebrar su libertad. Los campos se llenaron de conejos y, si alguien hubiera estado observando desde lo alto los hubiera visto saltar y correr con una alegría poco habitual .
Lo que no sabían era que durante los meses de cautiverio se habían hecho adultos y que, al año siguiente, serían ellos los encargados de realizar el trabajo que sus padres habían llevado a cabo para protegerlos.
Cristina Norton
El barco de chocolate: Cuentos para niños y no tan niños
Barcelona: Juventud, 2012
El Proyecto CUENTOS PARA CRECER consiste en la publicación de relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.
Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la solidaridad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.
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