Cuando la caída se vende como continuidad
Carlos Revilla Maroto
Esa advertencia sigue siendo inquietantemente actual.
Costa Rica se encuentra hoy ante una disyuntiva que ya no puede explicarse como un simple “salto al vacío”. Ese salto ya ocurrió, y sus resultados están a la vista. Lo que hoy se nos propone, bajo un nuevo ropaje, no es corregir el rumbo, sino continuar la caída. Y hacerlo, además, presentándolo como virtud.
Conviene detenerse un momento en qué entendemos por barbarie. Según una definición común, es la actitud de quienes actúan al margen de las normas culturales y éticas, con desprecio por la dignidad humana y los acuerdos básicos de convivencia. En términos políticos, la barbarie se manifiesta como improvisación elevada a método, confrontación permanente, debilitamiento de la institucionalidad y reducción del debate público a consignas.
Y es precisamente ahí donde encaja la figura de Laura Fernández.
Hoy Laura Fernández se presenta como la candidata de la “continuidad”. No lo hace por error ni por descuido, sino porque reivindica explícitamente un proyecto de poder cuyos resultados han sido decepcionantes y dañinos para la democracia. Continuidad, en este caso, no significa estabilidad ni rumbo claro; significa persistir en un estilo de gobierno basado en el enfrentamiento, el desprecio por los contrapesos, la banalización de los derechos humanos y la idea peligrosa de que gobernar consiste en imponer, no en construir.
Si en el pasado reciente se nos vendió el salto al vacío como “cambio”, hoy se nos pretende vender la inercia del fracaso como “responsabilidad”. Pero seguir cayendo no es gobernar; es profundizar el deterioro.
La barbarie política rara vez se presenta de forma grotesca. A menudo aparece envuelta en discursos de eficiencia, en la exaltación del liderazgo fuerte y en la promesa de “seguir haciendo lo mismo, pero mejor”. El problema es que lo mismo ya demostró sus límites, y en muchos casos, sus efectos destructivos: polarización social, debilitamiento institucional, desprecio por el diálogo democrático y una administración del Estado reducida a la lógica del conflicto permanente.
El poder, por sí mismo, no garantiza nada. De hecho, el poder sin proyecto es una amenaza. No basta con decir que se tiene experiencia o que se garantiza continuidad si esa continuidad implica prolongar un modelo agotado, sin visión de país y sin capacidad de corregir errores. Gobernar no es repetir consignas ni administrar el país como una trinchera ideológica.
Costa Rica atraviesa una coyuntura especialmente delicada: tensiones fiscales, desigualdad persistente, desgaste institucional y una ciudadanía crecientemente desencantada. En ese contexto, insistir en la continuidad de un rumbo fallido no es prudencia; es irresponsabilidad.
Los momentos críticos exigen algo más que fidelidad a un proyecto personal o a un estilo de mando. Exigen liderazgos democráticos, inclusivos, respetuosos de los derechos humanos y capaces de entender la complejidad del Estado. Exigen, sobre todo, claridad sobre hacia dónde se quiere llevar al país y con qué herramientas.
Reducir esta discusión a un juego de etiquetas o a una falsa dicotomía entre pasado y futuro es una trampa. Lo que está en juego no es la nostalgia ni el rechazo automático, sino la posibilidad real de detener la caída y reconstruir un proyecto político que vuelva a poner en el centro la institucionalidad democrática y el bien común.
La barbarie no siempre llega anunciándose como tal. A veces se presenta como continuidad, como orden, como firmeza. Pero cuando esa continuidad significa profundizar el deterioro democrático, nombrarla por lo que es deja de ser exageración y se convierte en una obligación cívica.
Frente a ese escenario, resulta legítimo —y necesario— mirar hacia aquellas opciones que, sin estridencias ni mesianismos, plantean la recuperación del diálogo democrático, el respeto por la institucionalidad y la voluntad explícita de corregir errores, no de profundizarlos. Liderazgos que entienden que gobernar no es mandar a gritos ni administrar la confrontación, sino reconstruir confianzas, fortalecer el Estado social y devolverle al país una noción clara de rumbo. En tiempos de caída prolongada, optar por la sensatez, la experiencia bien entendida y una visión de futuro responsable no es resignación: es una forma de resistencia cívica.
Cambio Político Opinión, análisis y noticias
