Cuando el proyecto político se desvanece, la república se debilita

La crisis interna del PLN refleja un declive más amplio en la institucionalidad partidaria del país.

Welmer Ramos González

Welmer Ramos

Los problemas de acceso al financiamiento electoral del Partido Liberación Nacional encienden varias luces de alarma. Desde cualquier perspectiva, revelan el profundo deterioro institucional que los partidos políticos costarricenses han acumulado durante años. Lo que hoy vemos no es un incidente aislado, sino un síntoma de una estructura ideológica debilitada. Cuando los cimientos fallan, todo el edificio democrático cruje.

Que dirigentes de un solo cantón puedan condicionar el financiamiento electoral de una agrupación de alcance nacional es inquietante. Que el 1,2% de los cantones ponga en riesgo al otro 98,8% debe invitarnos a una reflexión seria. Pero lo más preocupante es que, según la prensa, la negativa a celebrar la Asamblea Cantonal no responde a una visión de país, ni a debates programáticos, ni compromisos ideológicos o defensa de minorías olvidadas. Nada de eso. Lo que se reclama es espacio para figurar en una papeleta. Solo eso. Cuando la ambición personal sustituye la visión colectiva, el proyecto político se desploma.

Que esto ocurra puede parecer irrelevante para quienes estamos lejos de la política partidista. Pero a quienes aprendimos a vivir y competir en democracia, a valorar sus reglas y defenderlas, nos duele ver el deterioro de los partidos y la embestida de grupos antisistema. Son como enfermedades oportunistas que atacan a un organismo debilitado: en vez de fortalecerlo, lo destruyen. Una democracia sin defensas se vuelve presa fácil de los destructores.

La crisis democrática de la década de 1940 fue muy distinta a la actual. En aquel entonces existía, tanto en el gobierno como en la oposición, una idea clara de construir una sociedad más equitativa. Se debatía sobre el Código de Trabajo, la seguridad social y otras reformas profundas. Y desde la oposición actuaba un centro de pensamiento serio, el Centro de Estudios de los Problemas Nacionales. La disputa central era por la democracia electoral y el respeto a la voluntad del sufragio. Hoy la situación es otra: no hay una noción compartida de país por construir. La lucha interna en el PLN se ha reducido a un reparto de cuotas de poder. Es una crisis sin horizonte social, movida por intereses personales y liderazgos sin rumbo. El PLN, que nació con una poderosa visión de justicia social, hoy paga el precio de haber olvidado esa consigna. Un partido sin misión es solo un cascarón con siglas.

Antaño, el programa de gobierno del PLN era un documento vivo, conocido y discutido permanentemente. Hoy es apenas un requisito ante el TSE. Cuando el programa deja de inspirar, el partido deja de conducir.

Antes, el PLN se unía alrededor de una ilusión nacional compartida. Hoy parece unirse alrededor de liderazgos locales de corto alcance. Donde antes había país, hoy solo hay parcelas.

El objetivo histórico del PLN fue fortalecer la industria nacional, apoyar a las pymes y elevar el nivel de vida de los costarricenses. Hoy el énfasis parece estar en los inversores extranjeros, los banqueros y sus negocios. Cuando un partido olvida a su base, la base lo olvida a él.

No se puede ignorar que ha sido un sector del PLN el que ha impulsado, con marcada insistencia, la privatización codiciosa de bienes y servicios públicos esenciales. Servicios como la electricidad, telecomunicaciones, la salud, la educación o los muelles —históricamente administrados por el Estado para garantizar acceso universal— se han querido convertir en negocios de lucro privado en beneficio de una parte de su propia cúpula política. Todo ello, mientras ese mismo sector ha dado la espalda a las bases sociales que alguna vez fueron su mayor fortaleza.

El PLN desapareció de las asociaciones de desarrollo, de las cooperativas, de las organizaciones de trabajadores, de las juntas de crédito, de las juntas de caminos y de las organizaciones campesinas. Parece avergonzarse de esa raíz social, y se relaciona casi exclusivamente con empresarios de alcurnia, inversores extranjeros y líderes empresariales. Eso, por sí mismo, no es malo; lo cuestionable es el desequilibrio evidente entre sus preferencias y sus distancias. Un partido que rompe sus puentes sociales acaba aislado en su propia torre.

Lo más grave es que la democracia electoral, la división de poderes, los pesos y contrapesos, la independencia judicial y la rendición de cuentas están siendo atacados por un puñado de fanfarrones, mientras los partidos llamados a conducir no ofrecen luz a la sociedad. Cuando la política deja de iluminar, la democracia camina a oscuras. Lo que ocurre en el PLN es parte de ese deterioro general y afecta a toda la institucionalidad del país. Por eso necesitamos partidos fuertes, con voz clara ante los electores, capaces de rescatar lo construido y corregir lo abandonado, especialmente en equidad y justicia social.

Esta crisis del PLN, ha surgido en el peor momento del sistema democrático en 77 años, debería llamar a todos los partidos que aspiran a ser permanentes a invertir en formación y educación política. Necesitan convertirse en estructuras vivas de pensamiento, construir rumbo ideológico, fortalecer su oferta programática y poner fin a la charanga electorera que ha degradado los procesos electorales. Esa omisión explica, en buena parte, por qué la democracia está hoy en riesgo. Si la formación se abandona, la democracia se desmorona.

La democracia es sólida cuando sus partidos son fuertes, tienen rumbo y actúan con responsabilidad. Cuando se vacían de ideas, se dividen por disputas menores o renuncian a su misión histórica, dejan a la ciudadanía sin guía y abren espacio a oportunistas que erosionan las instituciones básicas: la democracia electoral, la división de poderes y la rendición de cuentas. Un país puede soportar crisis económicas o sociales, pero nunca la desaparición de sus defensas democráticas.

Difícil tarea tiene don Álvaro Ramos por delante: luchar cuesta arriba para recuperar credibilidad partidaria, recomponer estructuras debilitadas, generar confianzas donde hoy hay dudas, sumar aliados sin perder a los que aún quedan y, sobre todo, demostrar que es un candidato seguro y honesto. No solo honesto en lo personal —que lo es—, sino honesto en lo social: un dirigente valiente, persistente y obstinado en reconstruir lo que otros dejaron caer. Porque hoy la política exige más que discursos; exige carácter, coherencia y la convicción férrea de que el país merece un liderazgo que no se rinda.

Economista.

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