“No te olvides, recuerda que eres mortal…”
Caryl Alonso Jiménez
Pareciera que muy poco motiva y provoca aquel sentido de la innovación disruptiva, que aunque no se entienda para nada la palabrita, pero se oye bien y se convierte en el tema y dilema de la mirada embelesada para el cotilleo de ilusiones que nunca se alcanzan, excepto en las granjas de los móviles donde la IA programada mueve los hilos del ánimo minuto a minuto.
Pero no es de eso lo que nos ocupa hoy en esta columna. Sino la historia que viene al caso, recomendada por la sonora ironía. Aunque ya fue repetida y se hizo persistente en el tiempo, pero sin el amplificador de las terminales de mano. Sin embargo, no solo es tan real sino que atraviesa los agujeros negros del tiempo, la historia y la realidad.
Vale repetir ahora que ser sensato no es ciencia; sino ser razonable y dueño de la circunstancia para dotarla de la matemática del cálculo que ofrece la realidad. No se trata de promover liderazgos inspiradores, dado que es un atributo con el dominio de la persuasión y don de la palabra hablada o escrita, que algunas veces no es más que la impronta para pervertidas manipulaciones, que buscan supuestamente levantar liderazgos místicos y creencias que al final del día no soportan el escrutinio.
Sin embargo ser insobornable no es un artilugio de virtudes aparentes, usadas para imponer reflejos de espejismos que por su falsedad, pueden ser evidentes… No. Ser insobornable es la absoluta muestra de virtudes prácticas del escrúpulo. De eso vamos hablar y de ese hombre que asumió para la historia la sensatez como ejemplo y testimonio.
Resulta que este hombre, dada la naturaleza privilegiada de la época lo condujo por designación más que por elección… a dirigir una porción Estatal de esas animadas regiones atemperadas y pueblerinas.
La relevancia del cargo no solo exudaba las altas responsabilidades de un modelo de actuación basada en la sabiduría, sino en el cálculo aritmético de la decisión para interpretar que todo aquello que implicará juzgar, llevaría consigo irremediablemente una consecuencia, y lo entendió muy bien. Sabía perfectamente que los pecados son por acción y por omisión.
Aprendió que los costos del error en la conciencia no son propios de los beneméritos históricos del pueblo; sino de hombres con la estatura moral para entender que la matemática de la vida, no puede interpretarse con la relatividad del licencioso que acude al sibarismo moral del deseo, codicia y poder (Naím, 2013).
Este insobornable hijo de campesino, entendió que la algarabía del poder no tenía otro fin que el equilibrio y la sensatez que se ajusta a las delicadas comisuras del poder, tanto para administrar justicia como para aplicar la sabia corrección que se requieren para mantener el principio de la autoridad.
El tamaño de su sensatez alcanzó los altares del epítome más elevado del pensamiento y comprendió que el ejercicio del poder se asienta y se entroniza con ese sentido casi religioso que llevó, al igual que Asís, a situar el testimonio de su ejercicio de poder en las fuentes más elevadas de la luminaria transparente del día, sin que viviera el mito de Ícaro al acercarse a la claridad.
Desde esa porción, a veces solitaria, selló con los siete candados el excepcional sentido y la práctica con eso que Abrahán Lincoln (1809-1865), demostró en batalla, el ejemplo. Supo desde el principio que no se trataba de repetir a Sísifo, creyendo que dirigir es una carga y se mitiga en la oscuridad de la noche; sino por el contrario, era la revelación del liderazgo equilibrado para el control de las decisiones del presente y sus implicaciones futuras.
Entendió que no es solamente con pedir que otros hagan, que otros digan, que otros caminen, que otros empujen o que otro reparta desde las alturas el don de la divinidad… No, este hombre entendió que es el ejemplo el que disemina la original fortaleza seminal de hacer parte a los otros.
No fue más allá, se quedó justamente con los atributos del liderazgo ejemplar. Con la ciencia como sello distintivo del testimonio para construir la virtud que enciende el poder: la confianza. Pero finalmente, decidió abandonar el poder, lo que con sorpresa vino a su presente, lo entrego con la humildad del que sabe que el “ocaso es una señal de partir…” Gamboa, 2021).
“Mira detrás de ti, recuerda que eres un hombre…”, repetía Tertuliano (160-220), un dardo hacia la soberbia del ejercicio del poder que recuerda que todo es temporal… riqueza, amor y vida.
Justamente en el capítulo XLII (42), del “Quijote de la Mancha” (1605), es donde Cervantes retrata la sensatez de uno de los hombres más extraordinarios de la historia del poder de todos los tiempos: Sancho Panza. Un pasaje emblemático del hombre insobornable* Entonces, ¿Qué tan sensatos somos con poder…? ¿Y lo somos…?
* Para escuchar el pasaje pulse en el enlace