Mi repuesta a quienes defienden a Israel

Carlos Revilla Maroto

Sandía

Recientemente en un grupo de WhatsApp tuve un intercambio con una persona sobre lo que sucede en Gaza, especialmente el genocidio que está llevando a cabo Israel, y el silencio, que pareciera cómplice, del Partido Liberación Nacional. Esa persona es defensora de Israel.

Algunos amigos me pidieron que publicara mi repuesta, que parece puso punto final al intercambio o polémica, dado que en algunos días no ha habido respuesta.

Si quiero enfatizar que respeto profundamente las opiniones de todos, incluidas -por supuesto- las de los defensores de Israel, pero eso no significa que las comparta.

Gracias a todos los que me han felicitado por mi respuesta, que la verdad no han sido pocos, lo cual agradezco.

* Omito el nombre de la persona con quien tuve el intercambio y solo pongo sus iniciales para respetar su privacidad.

Mi respuesta a ACJ

Aprecio que insista en la importancia de escuchar otras voces. Yo también creo que hay que mirar todos los ángulos… siempre y cuando no se utilicen para desviar la atención del hecho central. Porque aquí no estamos discutiendo si el terrorismo debe condenarse —por supuesto que sí— ni si existen voces árabes críticas a Hamás —también las hay—. El punto es otro, y es urgente: lo que ocurre en Gaza no es un debate filosófico, es un genocidio en curso, ya reconocido como tal por instancias de Naciones Unidas, con desplazamiento forzoso, bombardeo sistemático de civiles, destrucción de infraestructura vital y hambruna provocada deliberadamente.

Mencionar el 7 de octubre o los rehenes —que ciertamente merecen atención— no puede servir de excusa como llave mágica para anular todo juicio sobre lo que Israel está haciendo desde entonces. No lo digo yo: lo denuncian la ONU, Médicos Sin Fronteras, Amnistía Internacional, UNICEF y más de 140 países.

Cuando ante esa realidad se responde hablando de “adoctrinamiento”, “fundamentalismo” o “no ver solo un lado”, lo que ocurre no es equilibrio, sino cambio de tema. Es como si ante la denuncia de un incendio en un hospital infantil alguien pidiera, antes de apagar las llamas, que reflexionemos sobre los riesgos del fanatismo religioso. Importante, sí. Pero no es el punto ni el momento.

Menciona usted la objetividad. Yo también la aprecio. Pero no puede haber simetría entre una potencia militar ocupante, con respaldo nuclear y control territorial total, y una población sitiada sin Estado, sin ejército, sin libertad de movimiento y sin agua ni comida garantizadas. Presentar eso como “dos lados” es lo más alejado del equilibrio que existe.

Y ya que menciona verdades incómodas, le recuerdo una que en liberación parece haberse olvidado: fue un presidente liberacionista, Óscar Arias Sánchez, quien en 2008 reconoció al Estado Palestino y estableció relaciones diplomáticas con su gobierno la Autoridad Palestina. No lo hizo por odio, ni por ignorancia, ni por ingenuidad. Lo hizo porque entendió que el derecho a existir y vivir dignamente no puede depender de la simpatía del ocupante.

Si Arias gobernara hoy, ¿lo acusarían de no entender el terrorismo? ¿Le dirían que ignoró “el otro lado”? ¿O aceptarían que Costa Rica, con su vocación histórica de paz, apostó por el derecho internacional y la solución de dos Estados cuando muchos otros todavía miraban hacia otro lado?

Termino con esto: escuchar todas las voces no significa callar ante las atrocidades que vemos a diario. Nombrar un genocidio no es tomar partido por el odio, es tomar partido por la vida. Si algo debería unirnos —más allá de ideologías, religiones o afectos— es justamente la capacidad de no justificar lo injustificable, aunque venga envuelto en citas famosas o en discursos de equilibrio.

Porque la paz no se construye con silencios selectivos, sino con la valentía de llamar las cosas por su nombre, incluso cuando incomodan a los amigos, a los aliados… o al propio partido.

28 de octubre 2025

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