Circunloquio [*]
Algunas personas ignoran la tragedia que hoy viven nuestras familias agricultoras: ellas están perdiendo sus terrenos, carros y casas. Al extremo de productores que se han quitado la vida.
Yayo Vicente
Cuando don Pepe visitó por primera vez la colonia del ITCO Gutiérrez Braun, dijo: “Muchachos, ¿qué hicieron ustedes para que los mandaran para acá? Después, durante su gobierno se instruyó al Instituto de Tierras y Colonización (ITCO) que además de la parcela era necesarias las vías de acceso, la escuela, la unidad sanitaria, la agencia bancaria, el apoyo técnico, porque decía el presidente Figueres: “la tierra no se come”.
Hoy, terminando el primer cuarto del siglo XXI oímos a candidatas y candidatos que aspiran a dirigir al país, que los problemas del Sector Agropecuario se resuelven con drones. Una simplificación de la tragedia que vive la familia agricultora, que raya entre el insulto y la ignorancia.
“Para hablar y comer pescado, hay que tener mucho cuidado”, dice el refrán. Si de un tema no se sabe, callar es un primer buen consejo, estudiar el tema o recurrir a conocedores, son otras recomendaciones. Si no se nada de programación, no intento descifrar el bucle creado por un algoritmo, tampoco me meto a afinar un piano o resolver cómo mantener en órbita geoestacionaria a un satélite.
Tal vez en alguna etapa los drones, la agricultura de precisión, los trasplantes de embriones contribuyan a mejorar la rentabilidad de las actividades del campo. Primero, si queremos seguir comiendo lo que la tierra nuestra tiene capacidad de producir, tenemos que sacar a las familias de la crisis. No se manda a pintar una casa que está en llamas. El país debe decidir si quiere importar toda la comida o producir una parte aquí. Esa gran decisión debe nutrirse con los factores que hemos experimentado en los últimos años: pandemia por COVID 19, crisis de contenedores, guerras alejadas que nos impactan. La cadena de suministros que nos vienen de afuera no está garantizada. Bien haríamos dependiendo menos de la producción ajena y bajar así el riesgo de un desabastecimiento.
Necesitamos un acuerdo nacional y después que el Estado y sus instituciones hagan lo suyo. No debemos exigirle a nadie que se sacrifique con su familia, para asegurarnos el pan en nuestras mesas. Se requiere una clase media rural, viviendo con dignidad, apoyo, menos riesgos y sabiendo que los demás compraremos de primero su producción.
Las importaciones subfacturadas, sin controles sanitarios y fitosanitarios, sin considerar la salud pública y el ambiente, son un elemento que aplasta sin misericordia a la familia productora, se le agregan insumos cada vez más caros, cambio climático y un colón sobrevalorado.
Llegamos a un punto de no retorno. ¿Debemos hacer las paces con el campo o les decimos a esas familias que no los necesitamos? Lo que definitivamente no está bien, es la indiferencia y simplificar los problemas para anunciar soluciones mágicas.
La desesperanza rural no se arregla con drones, es necesario afectar la causa raíz y hacerlo antes que desaparezcan quienes saben, viven y disfrutan la tierra.