Takachiho
¿Dónde? | Kyushu, Japón |
¿Qué? | La luz resplandeciente de la mitología sintoísta |
EN LO PROFUNDO del fondo del estrecho desfiladero, el mundo parece perder su luz. Los escarpados acantilados de basalto grisáceo y negro, los piroclásticos congelados y erosionados de épocas pasadas, se ciernen sobre el
río azul oscuro que discurre por debajo. El frondoso dosel que se inclina sobre el abismo oscurece aún más cualquier iluminación que pueda intentar colarse desde el cielo. Es un reino espectacular, pero hundido y secreto, poco convencional y antiguo. El lugar perfecto, pues, para una diosa del sol malhumorada con ganas de ocultar su resplandor…
El sintoísmo (el camino de los dioses) es la religión nativa de Japón y es tan antigua como el propio país. No tiene un padre fundador, ni un ser supremo, ni una doctrina central, ni un conjunto oficial de escrituras similares a la Biblia o el Corán. En su esencia se encuentra la creencia en un poder sagrado que puede estar presente en todas las cosas y la noción de que los seres humanos son esencialmente buenos, y que el mal es causado por espíritus malévolos. Para mantener alejados a estos espíritus, los devotos llevan a cabo una serie de prácticas que incluyen visitar santuarios, recitar oraciones y hacer ofrendas a los dioses sintoístas, o kami, esencias sagradas que pueden ser elementos, ideas o seres, y que abarcan árboles, ríos y montañas; viento y lluvia; así como literatura, negocios y fertilidad.
Una de las principales komi sintoístas es Amaterasu Omikami (la gran divinidad que ilumina el cielo), diosa del sol, la agricultura y el tejido. Es hija de Izanami e Izanagi, los dioses primordiales del sintoísmo, a quienes se atribuye la creación de las islas de Japón. Según la leyenda, Izanaqui, desconsolado, realizó un imprudente viaje a Yomi (el inframundo) para ver a su difunta esposa Izana. Ella le había pedido que no fuera y lo expulsó, tras lo cual Izanaqui tuvo que realizar un ritual para librarse de las impurezas del inframundo. Mientras se lavaba en el río Woto, Amaterasu nació de su ojo izquierdo. Poco después, Tsuki-yomi, dios de la luna, salió de su ojo derecho; Susanoo, dios de las tormentas y los mares, de su nariz.
Amaterasu y su hermano Susanoo siempre estaban peleando. Un día, harta de tanto discutir, Amaterasu lo expulsó del cielo. Susanoo se lo tomó muy mal y se volvió loco, causando estragos tanto en el reino celestial como en el terrenal. Destruyó los campos de arroz de Amaterasu, arrojó un espantoso caballo desollado a su telar y mató a uno de sus sirvientes. Amaterasu estaba enfadada y afligida, por lo que se encerró en Amano Iwato (cueva rocosa celestial) con una enorme roca. Con la diosa del sol ausente, el mundo se sumió en la oscuridad y reinó el caos, ya que los espíritus malignos se desataron sin control.
Los demás kami estaban desesperados por sacar a Amaterasu de allí; se dice que los yaoyarozu (ocho millones de deidades diferentes) se reunieron en la cercana cueva de Amano Yasugawara para discutir qué hacer. Probaron varias estrategias: organizaron una fiesta justo fuera para intentar tentarla; soltaron gallos cantores, para que Amaterasu pensara que había amanecido; y finalmente colocaron un enorme árbol sakaki, adornado con joyas y espejos, a la entrada de la cueva, y la diosa Amenouzume realizó una danza tremendamente provocativa, lo que provocó las carcajadas de los demás dioses. Finalmente, la curiosidad de Amaterasu se despertó. Abrió la entrada bloqueada lo suficiente como para ver lo que estaba pasando y, mientras estaba distraída contemplando su propio reflejo, fue sacada a la fuerza por Ame-no-tajikarao, dios del deporte y la fuerza física. El mundo volvió a estar iluminado.
El pueblo de montaña de Takachiho, escondido en un tranquilo rincón de la prefectura de Miyazaki, en la isla occidental japonesa de Kyushu, se encuentra en el corazón del mítico reino de Amaterasu. Parece un cuento de hadas: ríos de color verde azulado discurren pacíficamente por gargantas escarpadas, cascadas caen por acantilados cubiertos de musgo y bosques vírgenes se aferran a las onduladas laderas. Entre todo ello se encuentran los santuarios sagrados que sirven para recordar que este es un lugar de los dioses.
A las afueras del pueblo, un sendero conduce a las colinas, en espiral hacia el santuario Amano Iwato. Aunque modernos, los edificios principales del santuario, higashi hongu (la sala este) y nishi hongu (la sala oeste), están construidos en estilo sintoísta tradicional y se encuentran en medio de un frondoso bosque, que incluye venerables cedros antiguos y raros árboles de ginkgo. Hay una plataforma de observación detrás del santuario desde donde se puede contemplar el río hacia la cueva de Amano lwato, pero está estrictamente prohibido acercarse más.
Sin embargo, es posible visitar la cueva de Amano Yasugawara, donde los ocho millones de deidades idearon sus planes. Un sendero conduce desde el nishi hongu, a lo largo del río y sobre un estrecho puente arqueado. A lo largo del camino hay cientos de iwasaka (mojones de piedra), hechos por los peregrinos para señalar su paso; si se derriba uno, se deben construir dos más para compensarlo. Una puerta torii se alza a la entrada de la cueva y un camino de piedra conduce por debajo y hacia el interior, donde hay un pequeño santuario escondido en la roca y se pueden hacer ofrendas. Y mucha gente lo hace: se dice que este es un «lugar de poder», que vibra con energía espiritual. Es fácil creerlo cuando te encuentras en la fresca sombra de la cueva, escuchando el suave murmullo del río y el viento jugando con los árboles.
Pero, como descubrió Amaterasu, no se puede permanecer en una cueva para siempre. Cada noche, en el cercano santuario de Takachiho, se representa una danza yokagura que recrea la leyenda de cómo la diosa volvió a la luz.
Basado en Lugares Místicos de la Guía del viajero inspirado de Sarah Baxter