Por Mauricio Castro Salazar*
—Castrosalazar: “Mae, no sea polo, seguro es que no sabés leer los informes de la Meteo” —me reclamaron.
Bueno, bueno… El calor no es como el de mi Liberia, que te sacude desde temprano, pero uno lo conoce, lo intuye, lo ha sudado desde siempre, incluso se saborea. No. Este es un calor silencioso, europeo, educado… hasta que de pronto te golpea como si estuvieras encerrado en una olla de presión, una olla con reloj de precisión suizo.
—Castrosalazar: “¿Y no que Suiza era el país del fresquito y las nevadas de postal?”
Pues sí, pero también cambia… Pero aquí estoy, en shores, con las cortinas cerradas, los ventiladores como hélices de helicóptero y el termómetro diciéndome que mejor no me mueva, o que si me muevo, sea poco y por razones existenciales.
Tengo recuerdos de mi calor guanacasteco. De andar descalzo en la tierra caliente…
—Castrosalazar: “Qué burro que sos… descalzo… ¿a quién se le ocurre semejante estupidez?” —recibí desde mis adentros, entre burla y regaño.
…diay, tratando de jugar bola en el plei de la Ermita —continué, luego de la interrupción, y también andaba buscando sombra, cero quejas, pero siempre de güila me preguntaba si el infierno quedaba a la vuelta de la esquina.
—Castrosalazar: “Qué dramático… te aseguro que hablar de infierno te daba horror… jajaja, como ahora” —se burlaron.
Sin dar importancia al comentario, continué… pero al menos allá el calor venía con kolas Arata y latas de hielo, que vendían en la plaza Rodríguez. Aquí viene con trenes con aire acondicionado que apenas bajan un poquito la temperatura, con supermercados que parecen cámaras de maduración de queso gruyère, y con la voz de adentro diciéndose cosas como:
—Castrosalazar: “Si hace tanto calor, ¿para qué viniste, qué bruto que sos? Te hubieras quedado pozeando… o en tu Liberia, donde al menos pega el fresco por la noche…”
No estoy seguro de que el cuerpo se acostumbre. Uno lo intenta. Toma agua y agua hasta casi reventar, se pone compresas frías, se inventa excusas para no salir, repite que el cambio climático es real. Pero el bochorno no escucha razones.
Es como ese vecino de enfrente —seguro latino— que pone reguetón a todo volumen y rompe las normas suizas de silencio. Y ni modo: hay que vivir con él. En chores, chanclas y ticher.
—Castrosalazar: “Yo creo que más que calor es viejera” —me dijeron.
Y entonces uno termina escribiendo esto que les comparto, con el ventilador pegado en la cara y los dedos sudados resbalando en el teclado. No porque tenga algo urgente que decir, sino porque quedarse callado también da calor…
…y a este calor no se le puede dar silencio, porque lo interpreta como debilidad.
* Le agradezco a Nube su apoyo para escribir esto.