Juegos de guerra en la Línea Durand (II)

Guadi Calvo

Durand

La historia nos ha enseñado que nada de lo que suceda en torno a ese bloque geográfico formado por Pakistán y Afganistán y separado políticamente por la Línea Durand es gratuito, y todo lo que suceda en ese ámbito, por pequeño que parezca, no dejará nunca de afectar a la región y en muchas ocasiones mucho más allá de ella.

Es por esto que, en las oficinas de inteligencia de las grandes potencias y en sus ministerios de exterior y de guerra, no ha dejado de resonar la advertencia que Islamabad disparó contra Kabul la pasada Navidad, cuando aviones de combate bombardearon posiciones que supuestamente ocupaban el grupo fundamentalista Tehreek-i-Taliban Pakistan (TTP), en territorio afgano, dejando una cincuentena de muertos, los que, según Kabul, eran refugiados pakistaníes provenientes de la región de Waziristán, que nada tenían que ver con el grupo terrorista.

Tras ese ataque, de inmediato llegó la previsible respuesta de los mullahs, de la que ya había advertido el ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani, un artificioso fuego de artillería contra tierras pakistaníes sin otras consecuencias, que la de tensar más las dificultosas relaciones entre la República Islámica de Pakistán y la República Islámica de Afganistán.

Las cuestiones entre ambos países escalaron desde que el talibán terminó de expulsar a los Estados Unidos de su patria en agosto del 2021 y que, según la opinión de muchos, otra vez Afganistán se convirtió en un “aguantadero” de innumerables grupos terroristas, lo que hasta el momento no se ha verificado, ya que, quitando la simbiótica relación entre el talibán y al-Qaeda, en muchas oportunidades, operando dentro de Afganistán, es muy difícil discernir, efectivamente, cuál es una y cuál la otra. La presencia del TTP, en territorio afgano, aparentemente sería tolerada por Kabul, como una manera de agradecimiento por haberlos acompañado a lo largo de su guerra contra la invasión norteamericana.

Sí opera en Afganistán, otra organización bastamente conocida en el mundo a partir de los ataques en Moscú de marzo del año pasado: el Daesh Korassan, quien ha protagonizado ataques y atentados en el interior afgano, enfrentando decididamente al talibán, pero eso es otra historia. (Ver: Rusia: El laberinto de Crocus)

El año comenzó con la reiterada exigencia a Kabul del primer ministro pakistaní, Shehbaz Sharif, para que tomara medidas definitivas que impidieran al TTP operar en su territorio.

Esto sucede mientras Afganistán, en un exigente esfuerzo diplomático para comenzar una nueva era en sus relaciones con el mundo, intenta borrar los sangrientos recuerdos de la historia del talibán, lo que todavía provoca, con solo nombrarlos, terror en millones de personas dentro y fuera del país.

El gobierno del mawlawi Hibatullah Akhundzada está lanzando políticas de acercamiento comercial y diplomático, en búsqueda de su reconocimiento internacional, que hasta ahora ningún país ha hecho, y sanear su economía, crónicamente deficitaria, incluso a lo largo de los veinte años de ocupación estadounidense. Desde Kabul se observa con particular atención estrechar vínculos con Beijing, Moscú, Teherán y Nueva Delhi y, de manera más atenuada, también con Washington.

Los afganos, además, están intentando ganar la voluntad del presidente chino, Xi Jinping, para ingresar a la Iniciativa de la nueva ruta de la seda y ser parte también del Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), lo que les acarrearía inversiones fundamentales para salir del estancamiento de casi cincuenta años de guerras ininterrumpidas.

Más allá de esa campaña de “buena conducta”, las políticas del régimen talibán respecto a la mujer, siguen siendo atrabiliarias, imponiendo cada vez más restricciones en todos los aspectos: educación, empleo e incluso en las más domésticas actividades sociales. El último capítulo al respecto fue la ausencia de la delegación afgana a la Cumbre Mundial sobre la Educación de las Niñas en las Comunidades Musulmanas, a la que justamente Pakistán, como país organizador, había invitado especialmente al gobierno afgano, que ni siquiera se molestó en responder al convite.

Lo que deja claro que, a los talibanes, poco les interesa regularizar su relación con Pakistán, a pesar de que su vecino es la única ruta de salida y entrada de mercaderías, ya que Afganistán no tiene acceso al mar.

Un desencuentro histórico

La relación entre ambas naciones ha sido desde siempre muy compleja, y mucho más desde 1893, tras la imposición británica de la frontera conocida como la Línea Durand, que Kabul nunca ha aceptado, alegando que le han cercenado grandes extensiones de su territorio, partiendo a la comunidad pashtún en dos. Los pastunes son la tribu más numerosa de Afganistán, mientras que en Pakistán solo representan un quince por ciento de los casi 220 millones de habitantes y por su identificación cultural con Afganistán, suelen ser perseguidos por las autoridades de Islamabad.

Aunque es evidente que el punto de mayor discordia en la actualidad se debe a los informes de la inteligencia pakistaní, la Dirección de Inteligencia Inter-Services (ISI), acerca de que el gobierno de los talibanes continúa dando apoyo al TTP.

Para el gobierno de Shehbaz Sharif, conseguir un punto de equilibrio con sus vecinos del norte es esencial, ya que el país, más allá de la crisis de seguridad provocada por el TTP, también se enfrenta a la insurgencia separatista de los grupos armados de Baluchistán. El lunes trece, el ejército informó haber asesinado a veintisiete militantes del Ejército de Liberación de Baluchistán (BLA).

Más allá de la insurgencia, los conflictos tribales, como los sucedidos recientemente en la región de Kurram, provincia de Khyber Pakhtunkhwa, donde el enfrentamiento entre sunitas y chiitas ha generado cerca de ciento cincuenta muertos y grandes pérdidas por la destrucción de viviendas, comercios e infraestructura.

El cuadro del turbulento presente pakistaní, si no mencionamos la peligrosa relación con India por la disputa de Cachemira, que ha mantenido a ambos países en un conflicto permanente que incluye tres guerras e infinitos choques fronterizos desde la partición en 1947.

Además de esos focos latentes y activos de violencia armada, se le suma la profunda crisis económica, prisionero de las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI), es, después de Argentina, el mayor deudor de esta prestigiosa casa de usura.

La inestabilidad política, también, domina la realidad del país a partir del golpe de Estado contra el primer ministro Imran Khan, en abril del 2022, quien se encuentra en prisión por diversos y previsibles cargos de corrupción.

En ese contexto, y a pesar de la carga judicial, política y mediática contra Khan, su imagen no ha dejado de crecer, por lo que continúa siendo para el gobierno de Sharif un fantasma que sigue siempre presente.

Otro de los temas que separan a ambas naciones son los procesos de extradición de ciudadanos afganos que viven ilegítimamente en Pakistán, que hasta el año pasado alcanzaron los quinientos mil, cuando se calcula que hay entre tres y cuatro millones de afganos en esa condición.

Según algunos expertos pakistaníes, el gobierno, para resolver el apoyo afgano al TTP, debería iniciar un diálogo directo con los emires de Kandahar, la capital simbólica del país, donde nació el movimiento talibán y que funge de capital religiosa, residencia permanente del mullah y amīr al-muʾminīn (príncipe de los creyentes) Akhundzada, el principal líder religioso y político del talibán que, junto a la summa (consejo), tiene mayor decisión que los dirigentes de Kabul, donde reside el poder político y militar.

En 2023, la summa, bajo la inspiración de Akhundzada, había emitido una fatwa (edicto religioso) en el que prohibía a sus súbditos librar la yihad (guerra santa) en territorio pakistaní. De verificarse que realmente la dirigencia de Kabul apoyaría al TTP, se estaría evidenciando una grieta entre Khandahar y Kabul, por donde los enemigos de Afganistán podrían infiltrarse, para seguir jugando a la guerra en la Línea Durand.

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