La pobreza de alma

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

El hambre de amor es mucho más difícil de satisfacer que el hambre de alimentos”.
-Madre Teresa de Calcuta

Fue durante los primeros años de mis frecuentes visitas a la India, a finales de los 1970 y principios de los ochenta. En aquellos momentos, mi amigo Eruch estaba lo suficientemente joven y saludable, y nos llevaba en excursiones, a una pequeña colina allende a la residencia de Meherazad, y también caminábamos hasta el pueblo cercano de Pinpalgaon, un pueblo rural de los alrededores.

Era una dicha ser parte de esos grupos pequeños liderados por Eruch, caminando por los campos como él solía hacerlo con Meher Baba, caminando por campos similares, mientras él nos hablaba sobre las costumbres de la India rural, siempre con alguna referencia a las enseñanzas que el recibió de Baba.

Ese día en particular, antes de que emprendiéramos un recorrido hacia Pinpalgaon, que solía ocurrir a última hora de la mañana o a primera hora de la tarde, yo había escuchado una conversación interesante ente Eruch y un australiano, que estaba de visita por primera vez, y que entabló un diálogo con Eruch, sobre su interés en estar allí, sus certidumbres y sus dudas. Era un hombre con muchas preocupaciones sobre la desigualdad social en la India, y estaba anonadado por la pobreza le insistía a Eruch que eso era una preocupación muy importante para él. Eruch le respondió que era bueno preocuparse por los demás, pero le preguntó qué iba a hacer al respecto, añadiéndole; si uno va a saltar al agua, para salvar a alguien de ahogarse, tienes que ser un muy buen nadador.

Esa conversación capturó mi atención, porque yo también sentía que había una gran cantidad de injusticia social y disparidad en el mundo, y en mis años de juventud me había preocupado mucho por esto y había suscrito diferentes puntos de vista políticos e ideológicos para abordarlos, para tratar de crear un mundo mejor y más justo, pero parecía que había algo más profundo, que tan solo la teoría política, y esto siempre me desconcertaba.

Íbamos ahora caminando por los caminos de tierra desde Meherazad a Pinpalgaon, y nos detuvimos frente a una casa rural junto al sendero. Eruch nos dijo: «Así es como vive la gente rural pobre en esta parte de la India. Su hogar está hecho básicamente de estiércol de vaca endurecido. Están estrechamente ligados a su entorno natural.” Nos señaló un árbol de neem cerca de la vivienda, y nos dijo: «Usan todo de este árbol, las ramas caídas para el fuego, las hojas para la pasta de dientes y con fines medicinales», y luego nos dijo, ¿quieren saludar a esta gente?»

Y antes de que hubiera ninguna respuesta, los llamó, supongo que en idioma marathi, y unas nueve o diez personas de diversas edades salieron de la choza, vestidas con el atuendo habitual de la región, con los ojos brillantes y sonrisas en sus rostros, y uno de los ancianos le habló a Eruch a modo de saludo, obviamente feliz de verlo.

Eruch charla con él unos momentos, y nos señaló como presentándonos y ellos nos sonrieron. Entonces Eruch le dijo al hombre australiano: ‘¿Qué crees, que son pobres y miserables?’

Y el hombre respondió: ‘Sí, se ven muy pobres, Eruch‘. Eruch se despidió de la gente, y todos intercambiamos saludos con ellos. Eruch continuó la conversación con el hombre australiano y le dijo: «Pero si necesitan comida, o agua, o refugio o servicios de salud, y no pueden adquirirla de su entorno inmediato, de lo que la naturaleza les proporciona, tú puedes identificar las formas en que pueden ser ayudados, en que otros pueden ayudarlos, proporcionándole estas cosas que le hacen falta. Y tiene razón en el hecho de que es nuestro deber ayudarlos e identificar lo que necesitan, porque les faltan algunas necesidades básicas.

Pero entonces, Eruch le preguntó al australiano: ‘¿Y qué pasa con la gente de las clases medias altas y altas en una gran ciudad urbana, digamos como Nueva York?» Lo tienen todo y algo más, refugio, comida en grandes cantidades que a veces tiran, transporte, ocio, todos los electrodomésticos para hacer la vida más fácil, y la mejor educación para sus hijos. Sin embargo, aun así muchos todavía no son felices, y algunos toman antidepresivos porque no pueden soportar la vida, otros se vuelven alcohólicos o adictos a las drogas, y viven con miedo, aislados, desconfiados de los demás e infelices, muy infelices». ‘¿Qué puedes hacer para ayudarlos, qué puedes darles que ellos no tengan?’”

Piensa también en esto», le dijo al australiano, y concluyó preguntándole: «¿qué es peor la pobreza material o la espiritual?

Hubo un rato de silencio, algo más captó la atención de nuestros ojos en aquellos parajes de la India rural. Nunca supe la conclusión de esta conversación, ya que me fui a la mañana siguiente temprano de regreso a casa.

Pero esas últimas palabras se quedaron grabadas en mi mente, la pobreza espiritual versus la pobreza material, ¿qué se le puede dar a aquellos que tienen todo lo material, pero aun así son miserables?

Amor, pensé, un amor que transforma por dentro, que revela el secreto de la vida, que sostiene a uno, y te da ánimos para seguir, como un abrazo de madre cuando estás herido. Pero ese amor no se puede programar, ni se pueden hacer campañas para diseminarlo, ni organizarse, ese Amor amanece desde adentro y nos conecta a todos de una manera sublime.

Esos eran mis pensamientos, mientras viajaba hacia Pune, temprano al día siguiente. Viendo desde la ventana, la campiña de la India, y recordando aquel paseo por aquellas tierras secas, en compañía del intérprete del Silencio de Meher Baba.

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