Por Verena Schmitt-Roschmann (dpa)
Berlín, 3 nov (dpa) – La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 está grabada a fuego en la memoria colectiva de Alemania: en una extraña rueda de prensa, el funcionario germano-oriental Günter Schabowski pronunció la inesperada frase de que la República Democrática Alemana (RDA) abría sus fronteras y la noticia dio la vuelta al mundo.
Columnas de coches del modelo socialista Trabant rodaron entonces de Este a Oeste, la gente se abrazó alborozada, escaló el Muro, bailó en la Puerta de Brandeburgo. A cualquiera que haya estado allí se le ha puesto la piel de gallina viendo estas imágenes durante 35 años.
Sin embargo, después de media vida, algunas cosas se han olvidado, como que noviembre de 1989 no sólo causó el derrumbe de la RDA, donde decenas de miles de personas se manifestaron cada día y miles abandonaron el país. La República Federal de Alemania también se vio sometida a una presión considerable y fue sorprendida por los acontecimientos. Algunos hechos que merece la pena recordar:
La ola de refugiados casi colapsa Alemania Occidental
El 9 de noviembre comienza en el Oeste con la exigencia de que se detenga la admisión de personas que se trasladan desde la RDA. Según las estimaciones, 200.000 personas ya habían abandonado la Alemania socialista a lo largo de 1989 a través de Checoslovaquia y Hungría.
Las reservas en el mercado inmobiliario y laboral están agotadas, afirmó entonces el alcalde socialdemócrata de Hannover.
A su vez, en la RDA escasea la mano de obra hasta el punto de que el Ministerio de Seguridad del Estado anuncia que, «en vista de las necesidades urgentes», 385 empleados de la policía secreta Stasi, entre conductores, montadores y 21 médicos, tienen que pasar a la producción.
Como muchos ciudadanos de la RDA se marchan a través de Checoslovaquia, Praga amenaza con cerrar la frontera. Gerhard Lauter, coronel de la Policía Popular y jefe de Pasaportes y Registro, recibe el encargo de elaborar un reglamento por el que quien desee abandonar definitivamente el país pueda solicitarlo y organizar directamente su salida.
Un grupo de funcionarios del Ministerio del Interior y de la Seguridad del Estado, presidido por Lauter, se reúne a partir de las 9:00 horas del 9 de noviembre. Supuestamente bajo su propia autoridad, redactan también una cláusula de mucho mayor alcance: la posibilidad, hasta ahora inédita, de cruzar de visita a Occidente.
La conferencia de prensa
Es esta norma de viajes, aprobada por el Politburó y el Consejo de Ministros, la que llega a Günter Schabowski poco antes de su rueda de prensa de las 18:00 horas. El secretario del Comité Central para Asuntos de Información del SED (el partido único de Alemania Oriental) habla de otras cosas durante casi una hora antes de dar a conocer la nueva regulación cuando se le pregunta.
Se supone que entrará en vigor al día siguiente, pero Schabowski dice que se aplicará «inmediatamente, sin demora». A esto le sigue una noticia de última hora sobre la apertura de la frontera y una gran expectación en la televisión de Alemania Occidental.
A las 21:01 horas, los diputados del Parlamento en Bonn se ponen en pie y cantan el himno alemán. Pero la frontera aún no está abierta. En el paso fronterizo de Bornholmer Strasse, en Berlín, el teniente coronel Harald Jäger lucha durante horas después de la conferencia de prensa de Schabowski para conseguir una orden de sus superiores.
Mientras tanto, miles de personas permanecen frente a la barrera, la multitud corea: «Abran la verja, abran la verja». A las 23:30, Jäger decide abrirla por su cuenta y riesgo.
Merkel cruza, Sahra Wagenknecht lee a Kant
El Comité Central del SED está reunido hasta las 20:47 horas y supuestamente ignora las declaraciones de Schabowski y la situación en las fronteras. El jefe de la Stasi, Erich Mielke, informa al líder del partido, Egon Krenz, sobre las 22:00 horas.
Mientras tanto, el entonces canciller federal, Helmut Kohl, está varado en un banquete durante una visita de Estado a Polonia. Kohl diría más tarde que eran conscientes de que era un momento histórico, y también de que estaban «fuera de él». «Por así decirlo, estábamos en otro mundo».
Angela Merkel, entonces de 35 años y que años más tarde se convertiría en la sucesora de Kohl, estaba en la sauna de Berlín Este como todos los jueves. Es al salir cuando cruza la frontera con muchos otros y bebe su primera cerveza de Alemania Occidental.
En cambio, Sahra Wagenknecht, la actual líder del partido populista de izquierdas del mismo nombre, entonces de 20 años y miembro del SED desde hacía seis meses, desafía la ola de euforia del momento. «Estaba en mi piso de Berlín leyendo la ‘Crítica de la razón pura’ de Kant», relata en 2010 al diario «Tageszeitung». Wagenknecht no viajó a Berlín Occidental hasta 1990, cuando necesitó un libro de una biblioteca.
Una costosa bienvenida
Desde 1970, el Gobierno alemán pagaba un dinero de bienvenida a cada visitante de la RDA, un gesto patriótico para un número muy limitado de personas.
En el otoño de 1989, el monto era de 100 marcos alemanes (51 euros). «Pocos días después de la caída del Muro, tres millones de personas habían recibido el dinero de bienvenida, y a finales de año casi cada uno de los más de 16 millones de ciudadanos de la RDA», según un informe de la Fundación Hans Böckler.
En muy poco tiempo, la bienvenida se había tragado unos 2.000 millones de marcos alemanes, resume el Gobierno federal. Debido a ello, el dinero de bienvenida se suprime a finales de diciembre.
El Muro desaparece
El Muro de Berlín, de 155 kilómetros de longitud, construido en 1961 y reforzado durante los años siguientes, es atacado con martillos y cinceles. Sin embargo, el baluarte no fue desmantelado sistemáticamente hasta junio y noviembre de 1990.
Hoy en día quedan algunos trozos y en la East Side Gallery de Ostbahnhof se conservan elaboradas obras de arte sobre el hormigón, que entretanto han sido renovadas varias veces. En un trozo del Muro se lee: «Quien quiera que el mundo siga como está, no quiere que el mundo siga». Una cita del poeta austriaco Erich Fried.