La Convención de Chicago escenificó un partido unido en torno de una candidata inesperada. Se trata de un partido mucho más diverso -étnica e ideológicamente- que en el pasado y que ha sabido incorporar en su seno a su ala izquierda y las nuevas realidades demográficas. Aun así, hay líneas de tensión detrás del eficaz armado para introducir épica en los propios y convencer a los indecisos del peligro de una victoria de Donald Trump.
Patrick Iber
Manifestantes golpeados por la policía al grito de «Kill, kill, kill» [matar, matar, matar], detenciones masivas a lo largo de la avenida Michigan, enfrentamientos entre los delegados: en la Convención Nacional Demócrata de 1968, la policía de Chicago (así como la Guardia Nacional y las tropas regulares del Ejército convocadas para la ocasión) respondió a las protestas echando más leña al fuego. «La policía no está aquí para crear desorden», anunció el alcalde Richard Daley ante los periodistas, antes de cometer un lapsus revelador: «La policía está aquí para preservar el desorden».
Muchos han señalado los paralelismos entre 1968 y 2024. En 1968 también había un presidente en funciones impopular que, con un historial de avances internos pero lastrado por su implicación en la guerra exterior -en Vietnam-, había decidido no presentarse a la reelección. El Partido Demócrata estaba fragmentado: incluía a la izquierda antibelicista, a segregacionistas sureños y a conservadores y liberales por igual. Fue esa convención la que dio lugar al actual sistema de elección presidencial y, por tanto, a los partidos modernos, aunque mantuvieran los viejos nombres. Hubert Humphrey, vicepresidente de Lyndon Johnson, fue elegido candidato a pesar de no haber participado en las primarias de ningún estado. En noviembre, Humphrey perdió ante Richard Nixon. Calculando que la falta de una mínima dosis de democracia les había costado caro, una comisión elaboró unas recomendaciones que dieron origen al actual sistema de primarias y caucus: competencias en los 50 estados (y territorios) y delegados surgidos de esas votaciones.
El fantasma del 68 parecía perseguir a la Convención demócrata de 2024. No importaba que Chicago hubiera acogido la exitosa Convención en 1996, que condujo a la reelección de Bill Clinton: ese cónclave no desalojó al fantasma, al acecho en el United Center de Chicago. Con su Presidencia, Joe Biden parecía haber apuntado a Franklin D. Roosevelt y aterrizado como Lyndon B. Johnson: su importante historial de logros domésticos parece incapaz de mejorar sus bajos índices de aprobación, y su autoridad moral quedó dañada por su gestión de la guerra en Gaza. Pero quienes esperaban ecos del 68 en 2024 quedaron decepcionados. En lugar de división, la Convención demócrata fue una notable muestra de unidad política. La candidatura de Kamala Harris ofrece mucho a los electores del partido: una mujer, especialmente después de la sentencia de la Corte Suprema en el caso Dobbs contra la protección del derecho al aborto en el nivel federal; una candidata multicultural para un partido cada vez más diverso desde el punto de vista racial. Pero Harris dio incluso algunos indicios a los progresistas de que está a la izquierda de Biden en algunas cuestiones claves, incluida Gaza. Al llegar a su fin, la Convención de 2024 hizo mucho por dejar atrás el legado de 1968. El fantasma, cansado ya de esperar a Beyoncé, que pese a los rumores no apareció en el evento para interpretar «Freedom», el himno de campaña de Harris, puede pasar a mejor vida.
Tras asegurarse rápidamente la candidatura después del paso al costado de Biden, Harris y su equipo dispusieron de pocas semanas para preparar una convención que debía estar al servicio de un solo objetivo: maximizar sus posibilidades de ganar las elecciones generales de noviembre. Cada cuadro y cada participante debían estar alineados con esa meta. Pero al mismo tiempo, la puesta en escena en Chicago deja ver los planes del partido y la forma en que los demócratas procesaron el sacudón que significó la insurgencia de la izquierda en su interior desde 2016.
Cada uno de los cuatro días de la Convención se ciñó a uno o dos ejes temáticos, para exhibir la agenda de Harris o demostrar su capacidad para ejercer sus responsabilidades como presidenta de Estados Unidos. Uno de los temas del lunes fue el trabajo, y probablemente fue en esta parte del discurso electoral donde los efectos de la influencia de la izquierda pudieron percibirse con mayor intensidad. Por mucho que se hable de los esfuerzos republicanos por cortejar a la clase trabajadora, los demócratas han respondido a la revalorización del papel de los sindicatos en la sociedad estadounidense abrazando más plenamente un ethos socialdemócrata y laborista. En la Convención republicana, celebrada en Milwaukee unas semanas antes, el antiguo luchador profesional Hulk Hogan se arrancó la ropa para dejar ver una camiseta de apoyo a Trump y al movimiento MAGA (Make America Great Again). Como eco consciente o no de ese momento, la Convención demócrata también tuvo una dramatización similar. Shawn Fain, presidente de Trabajadores del Automóvil Unidos (UAW, por sus siglas en inglés), subió al escenario el lunes vestido con una chaqueta que dejaba ver una camiseta con una leyenda incompleta. Llegado el momento, Fain citó a «la gran poetisa Nelly» y su canción «Hot in Herre» (Qué calor aquí) y se quitó la chaqueta para dejar al descubierto el lema «Trump es un rompehuelgas» (Trump is a scab). (El trumpista Hogan, dicho sea de paso, se enfrentó a los intentos de sindicalizar a los luchadores profesionales y también es considerado un rompehuelgas por muchos de sus compañeros).
Pronto todo el estadio, lleno hasta el tope de globos, estalló en cánticos de «Trump es un rompehuelgas». Otros líderes sindicales también subieron al escenario, al igual que trabajadores del sindicato Teamsters (Hermandad Internacional de Camioneros), cuyo presidente había hablado en la Convención republicana y no fue invitado. El discurso de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, pronunciado el lunes en horario de máxima audiencia, fue uno de los mejores de la Convención y mostró las dos formas en que la izquierda insurgente se ha integrado en el partido. Ocasio-Cortez hizo la primera mención de Gaza en la Convención desde el escenario, en la que elogió a Harris por trabajar por un alto el fuego. Pero, en consonancia con la temática del trabajo, habló sobre todo de las experiencias de los trabajadores. «Desde que salí elegida», dijo, «los republicanos me han atacado diciendo que debería volver a trabajar como camarera». Cuando el público empezó a rechiflar, continuó: «Pero déjenme decirles que lo haría encantada, cualquier día de la semana, porque no hay nada malo en trabajar para ganarse la vida».
Si el discurso de Ocasio-Cortez muestra lo que la izquierda ha sido capaz de ofrecer al partido, también mostró lo que el partido ha exigido de la izquierda. En lugar de ofrecer una crítica de Estados Unidos y sus instituciones, presentó su historia como una representación de las promesas del país. Lo más parecido a un conflicto de clases que tuvo su discurso lo envolvió en una crítica a Trump, cuando dijo: «No se puede amar a este país si solo se lucha por los ricos y las grandes empresas».
Fuera del escenario principal, hubo más espacio para que el ala izquierda hiciera críticas más profundas, incluso a su propio partido. Por las mañanas y a primera hora de la tarde, antes de que los delegados se trasladaran al United Center, las reuniones de caucus -asambleas de diferentes sectores- se celebraban en el gran centro de convenciones de McCormick Place. La mayoría de las reuniones sirvieron como oportunidades para la movilización, la elaboración de estrategias y la creación de redes: con demócratas provenientes de los 50 estados y territorios, incluso de zonas conservadoras, muchos delegados trabajan simplemente para conseguir un partido local funcional y viable. Pero en una reunión del Caucus de la Pobreza (Poverty Caucus) celebrada el martes, por ejemplo, el diputado Jimmy Gómez señaló que para los residentes pobres de su zona de Los Ángeles, lo que ofrecen los demócratas puede ser con demasiada frecuencia «demasiado pequeño, demasiado lento y demasiado ineficaz». Lúcida y ágil a sus 94 años, Dolores Huerta -mítica activista, cofundadora y primera vicepresidente emérita del Sindicato de Trabajadores Agrícolas de Estados Unidos- apareció para compartir recuerdos de cuando preparaba sándwiches de mantequilla de cacahuete y mermelada para personas hambrientas durante la Gran Depresión, y para expresar su indignación por los niveles actuales de falta de vivienda en el país más rico del mundo. «Nuestro modelo de capitalismo no funciona», dijo, «y tenemos que asegurarnos de cambiarlo».
Tales críticas nunca llegarían al escenario principal, donde los discursos estaban diseñados para proyectar moderación y optimismo. A lo largo de los cuatro días, el mensaje de la Convención trató de recuperar el imaginario del patriotismo y el ideal de libertad monopolizados por la derecha política. Para Harris, el concepto de libertad enlaza varios de los objetivos de su campaña: apoyar las demandas de autonomía reproductiva de las mujeres, apoyar a las personas LGBTI+ para que desarrollen sus vidas sin coacciones, oponerse a la prohibición de libros y otras manifestaciones del interminable pánico cultural de la derecha, y poner fin a la amenaza a la democracia que supone la negativa de Trump a reconocer los resultados electorales cuando pierde.
Del mismo modo, la Convención reivindicó el patriotismo para la centroizquierda, tratando al mismo tiempo de remodelarlo. Tanto en el escenario como en el hemiciclo, esta ha sido la convención partidaria con mayor diversidad racial de la historia de Estados Unidos. Las figuras con futuros prometedores en los niveles superiores del partido -Ocasio-Cortez, Raphael Warnock, Jasmine Crockett, Wes Moore y Maxwell Frost- son todas ellas no blancas. «Hacer grande a Estados Unidos [en referencia a la consigna de Trump y el movimiento MAGA] no significa decirle a la gente que no es querida [en su propio país], y amar a tu país no significa mentir sobre su historia», argumentó Moore, gobernador de Maryland, en la tercera noche. «Hacer grande a Estados Unidos significa decir que las ambiciones de este país estarían incompletas sin la ayuda de todos ustedes».
La historia de Kamala Harris se situó como una prolongación de la lucha por los derechos civiles. «USA» estaba impreso en pancartas repartidas a la multitud, y los cánticos de esas tres letras (U-S-A), que en otro tiempo habrían desprendido olor a reacción, intentaron en cambio poner de manifiesto un patriotismo inclusivo: la negativa a conceder el amor a la patria a la versión estrecha y xenófoba que ofrecen los republicanos. El corolario de estas muestras de unidad patriótica -que no solo pretendían entusiasmar a los demócratas ya comprometidos, sino también llegar a los votantes a los que los demócratas deben presentar con urgencia una versión atractiva de Kamala- es que todo lo que se emparente con radicalismo queda fuera de la vista, más allá de las vallas de seguridad y de los policías aburridos con chalecos de Kevlar.
En la segunda noche de la convención, Ana Navarro hizo valer su condición de refugiada y refutó la acusación de que Kamala es comunista señalando que conoce el «comunismo» y comparó a Donald Trump con varios gobiernos autoritarios nominalmente de izquierda de América Latina. (La familia de Navarro abandonó Nicaragua en 1980, cuando ella tenía ocho años, un año después de que los sandinistas derrocaran la dictadura de la familia Somoza, apoyada por Estados Unidos). Bernie Sanders apareció poco más tarde para hablar de salud pública, pero ni él ni nadie habló de socialismo, como lo hizo en otras ocasiones para defender un socialismo democrático inspirado en el modelo escandinavo. En su lugar, enfatizó que defender que la gente tenga acceso a una sanidad asequible «no es una agenda radical». «Permítanme decirles lo qué es una agenda radical: el Proyecto 2025 de Trump». Una referencia al un documento titulado «Mandato por la libertad: la promesa conservadora» elaborado por la Fundación Heritage que da lineamientos sobre cómo radicalizar un virtual segundo mandato de Trump en la Casa Blanca.
El Partido Demócrata trató de presentarse como el partido «normal» para la gente normal, en contraste con las extrañas y malsanas obsesiones de los republicanos en la era de Trump. Donde el Partido Republicano ha sido capturado por los sectores extremistas, el Partido Demócrata ha hecho un mejor trabajo incorporando a sus insurgentes. Y la estrategia parece funcionar. Los ataques «birtheristas» de Trump contra Barack Obama -así se denominan las teorías de la conspiración que señalan que el ex-presidente no nació en Estados Unidos-, o su obsesión con los orígenes multiculturales de Harris (de madre de la India y padre de Jamaica) atraen a un público que no puede aceptar a alguien con estas características como auténticamente estadounidense. Por el contrario, la Convención demócrata subrayó repetidamente la normalidad de la historia de Harris: una crianza de clase media, hija de padres divorciados, ahora madrastra en una familia mixta donde sus hijastros la llaman «Momala». Los estrategas prefirieron describir su formación en «East Bay» en lugar de la ciudad de Berkeley (donde está radicada la Universidad de California, Berkeley), presumiblemente porque esta última podría desencadenar asociaciones con el radicalismo político o el progresismo costeño.
El esfuerzo por presentar a Kamala como Momala-horneando-un pastel-de-manzanas busca resonar en cualquiera que haya visto cuestionada su identidad y pertenencia, o la de su familia. Es un relato de la historia estadounidense que no oculta la exclusión y la injusticia del pasado, pero que se enfoca en sus círculos de inclusión cada vez más amplios. La Convención no dejó de defender que, en esa versión de la historia estadounidense, el próximo capítulo solo puede empezar con Kamala Harris como presidenta. En el desfile de diversos oradores, sin embargo, hubo una ausencia notoria: la de una voz palestino-estadounidense.
La única disrupción que se produjo en unas primarias que, por lo demás, no estuvieron reñidas, fueron los votantes que eligieron la opción «No comprometido» (uncommitted) para manifestar su descontento hacia el compromiso sostenido de Biden de armar a Israel mientras los civiles de Gaza sufren y mueren. Los delegados «no comprometidos» tuvieron una presencia significativa en la Convención. En el hemiciclo y por los pasillos del centro de convenciones McCormick Place, muchos asistentes llevaban pines que expresaban su compromiso de ser «Delegado del alto el fuego» o kefias que los identificaban como «Demócratas por los derechos de los palestinos».
A estos grupos se les permitió celebrar una reunión por los derechos de los palestinos el lunes por la tarde, pero esperaban un mayor reconocimiento público y un cambio de política más drástico en la plataforma del partido. En una concentración y rueda de prensa celebrada el miércoles fuera del perímetro de seguridad de la Convención, los líderes «no comprometidos» insistieron en su causa, abogando por un embargo de armas contra Israel, en lugar de un simple alto el fuego. La doctora Tanya Haj-Hassan, que trabajó en hospitales de Gaza con Médicos Sin Fronteras, relató cómo se trata a niños con fracturas óseas sin anestesia y lo que significa no tener nada que ofrecer a los pacientes mientras mueren en agonía. Después de experiencias tan desgarradoras, el comportamiento de los entusiastas demócratas en el estadio le pareció perturbador.
No obstante, los oradores del mitin trataron de recalcar que estaban haciendo lo que podían para trabajar dentro del partido. Reconocían el peligro de Trump. «Somos el partido [demócrata]», insistió la representante Cori Bush, de Missouri, recientemente derrotada en las primarias por una candidata que recibió 8,5 millones de dólares de aportes del Comité de Asuntos Públicos Israelí-Estadounidense (AIPAC, por sus siglas en inglés). «Nuestros llamados deberían ser vistos, no como dañinos sino como beneficiosos [para el Partido Demócrata]». La congresista Ilhan Omar, cuyo distrito tiene el mayor porcentaje de votantes «no comprometidos» -32%- de todos los del país, habló de sus propias experiencias como niña en Etiopía, y se preguntó por qué nadie parecía preocuparse por el sufrimiento de los niños. Jeremiah Ellison, del municipio de Minneapolis (cuyo padre, Keith, habló desde el escenario principal), insistió: «Nuestro objetivo es poder salir de aquí llenos de entusiasmo, pero no podemos hacerlo a costa de los niños, de vidas inocentes». Los organizadores de del movimiento «no comprometido» esperaban conseguir que un palestino-estadounidense tomara la palabra en el escenario principal, y ofrecieron a la diputada estatal de Georgia Ruwa Romman, que había preparado un apoyo a Harris y un discurso en el que pedía «hacer cumplir nuestras leyes a amigos y enemigos por igual para alcanzar un alto el fuego (…) y comenzar el difícil trabajo de construir un camino hacia la paz y la seguridad colectivas». Pero estos delegados nunca consiguieron el espacio para hablar en la Convención, y Romman pronunció su discurso en el exterior, el jueves, como parte de una sentada.
Sin embargo, el hecho de no haber conseguido poner un orador puede llevar a subestimar la eficacia de los delegados «no comprometidos» en la promoción de su causa. Los delegados de Joe Biden y ahora de Kamala Harris se mostraron a menudo amistosos con ellos, y más de 300 se identificaron como «Delegados del alto el fuego». Rami Al-Kabra, fundador del movimiento «no comprometido» en el estado de Washington (pero que acabó siendo delegado de Harris) me dijo que creía que alrededor de 40% de los presentes en el hemiciclo estaba de acuerdo en general con sus proclamas. Los «no comprometidos» contribuyeron a mostrar que existe un importante sector del Partido Demócrata que desea un cambio global de su política en Oriente Próximo. Los asesores de Harris siguen insinuando que ella simpatiza personalmente con ello, y los posibles colaboradores suyos se mostraron optimistas, en una reunión de grupos progresistas de política exterior, de que una Presidencia de Harris sea diferente de la de Biden, aunque nadie sepa muy bien cómo ocurriría un cambio semejante. Incluso Joe Biden reconoció en su discurso que los manifestantes «tienen algo de razón» .
En la cuarta y última noche, la decisión de no presentar a un orador palestino-estadounidense se hacía más ofensivo con cada aparición de un DJ o de un ex-republicano que ahora vota a Kamala Harris o de un agente de policía en alarmante buen estado físico con un historial dudoso. Esta era la noche diseñada para atraer al proverbial votante indeciso, para abordar las debilidades percibidas por los demócratas en materia de seguridad pública y para demostrar que Harris estaba preparada para asumir el cargo de comandante en jefe. Para el ala progresista del partido, esta fue sin duda la noche en que hubo que tragar más sapos.
La reimaginación radical de la política de seguridad tras el movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan), sintetizada en el eslogan «Desfinanciar a la policía», se ha considerado claramente un peso muerto electoral. En materia de inmigración, los demócratas promocionaron su apoyo a la ley bipartidista Secure the Border Act (Asegurar la frontera), que los republicanos estaban negociando hasta que Trump ordenó parar para poder usar el tema de la inmigración durante su campaña.
Lo que se ofreció en lugar de planes progresistas en materia de seguridad fue una historia de «Kamala la fiscal» (aunque reformista) frente a «Trump el criminal» y aspirante a autócrata. Los cánticos de «U-S-A» alcanzaron niveles que no habrían parecido fuera de lugar en una Convención republicana. El fallecido ex-candidato presidencial y senador republicano antitrumpista John McCain fue elogiado como héroe estadounidense, y el eslogan que utilizó contra Barack Obama en 2008 – «el país primero»- fue reapropiado al servicio de una coalición anti-Trump.
Kamala se desempeñó bien en el escenario, aunque la desmentida de que Beyoncé aparecería para interpretar «Freedom» generó cierta desilusión en el público. Aun así, la candidata mantuvo el ambiente de alegría general. Muchas delegadas se habían vestido de blanco, el color de las sufragistas, para celebrar su histórica candidatura. Harris fue, por turnos, vivaz y contundente, invocando el eslogan de su pasado como fiscal: «Kamala Harris para el pueblo». Recordó a los votantes la amenaza que significaría una Presidencia de Trump «sin valla de contención». Se comprometió a potenciar las alianzas tradicionales de Estados Unidos, declarando que «reforzaría, y no abdicaría, nuestro liderazgo global». Y puso a la multitud de pie cuando dijo que trabajaría para «poner fin a esta guerra, de modo que Israel esté seguro, los rehenes sean liberados, el sufrimiento en Gaza termine y el pueblo palestino pueda hacer realidad su derecho a la dignidad, la seguridad, la libertad y la autodeterminación».
Si la Convención en sí había mostrado a un partido cómodo consigo mismo y con su evolución, y casi universalmente conforme con su candidata, quienes salieron a pie del United Center se enfrentaron a grupos que quedaban fuera de los círculos concéntricos de influencia demócrata. Eran grupos opuestos. Manifestantes antiabortistas y propalestinos que acusaban a los demócratas, por razones muy diferentes, de ser responsables de la muerte de niños. Aunque circularon videos de algunos asistentes a la Convención tapándose los oídos en respuesta, la mayoría avanzó lentamente mientras oían «Qué vergüenza» (shame on you) o «Kamala asesina, ¿qué dices, cuántos niños has matado hoy?». Muchos dieron las gracias a los agentes de policía por mantenerlos a salvo. Pregunté a una pareja de manifestantes si habían quedado satisfechos con las declaraciones de Harris. «Fuck Kamala», respondió la mujer, saltando por los aires. «Paren las bombas», acotó el hombre, «no creo que lo que ha dicho sea suficiente».
Un partido en un sistema democrático bipartidista es una máquina de producir mayorías políticas nacionales. La Convención de 2024 mostró que el partido de Joe Biden y Kamala Harris cree que puede hacerlo. Con Harris, el Partido Demócrata se ha topado, imprevistamente, con una candidata de unidad. La Convención no reprodujo la experiencia de 1968 por muchas razones: hoy no hay servicio militar obligatorio ni hay estadounidenses luchando en el terreno en Ucrania o Gaza. La renuncia de Biden a la candidatura quitó, además, algo de viento a las velas de las protestas. Aunque algunos manifestantes fueron detenidos, el actual alcalde, el progresista Brandon Johnson, está lejos de ser Richard Daley. Pero lo más irónico es que Harris puede ser una candidata de unidad porque evitó las reformas posteriores a 1968 para seleccionar las candidaturas: las primarias la habrían expuesto a críticas internas y la Convención haría estado lejos de la unanimidad de estas jornadas.
La unidad existe también porque el Partido Demócrata ha metabolizado la energía de las campañas de la izquierda insurgente que han aparecido en los años posteriores a 2008. De ellas ha tomado a algunos de sus mejores exponentes e incluso los ha promocionado. El partido ha asumido algunos de los temas -desigualdad, trabajo, clima, control de armas- que cree que pueden permitirle crear mayorías. En otros aspectos, especialmente en seguridad pública e inmigración, se ha distanciado de exigencias y mensajes progresistas que considera perjudiciales para sus perspectivas electorales.
Si la izquierda ha enseñado algo al Partido Demócrata sobre cómo tiene que cambiar, el partido ha respondido pidiendo a la izquierda que hable su lenguaje patriótico para formar parte de una coalición ganadora. Maxwell Alejandro Frost, de Florida, el miembro más joven del Congreso (apoyado por la izquierda del partido), tuvo un lugar destacado el jueves por la noche para hablar del cambio climático. Reconociendo los retos que tiene por delante, Frost proyectó optimismo: «Con nuestro movimiento y organización y un gobierno que se preocupa, estamos progresando». El público aplaudió su afirmación de que «luchar contra el cambio climático es una posición patriótica».
Pasar del exterior al interior del Partido Demócrata ha exigido a muchos progresistas aceptar una disciplina discursiva, pero les permite al mismo tiempo dar la batalla ideológica en una liga mayor. La Convención de 2024 dejó ver un partido que ha aceptado su diversidad ideológica interna, que ahora puede vitorear por igual a Hillary Clinton, a Elizabeth Warren y a Bernie Sanders. Los republicanos atacarán a los demócratas como «socialistas» y «comunistas» independientemente de cómo actúen. Pero en vez de reaccionar defensivamente, el candidato a la vVcepresidencia Tim Walz, actual gobernador del estado de Minnesota, donde ha creado programas como el de almuerzo gratuito universal para los estudiantes, ha dicho: «lo que una persona llama socialismo otro podría simplemente llamarlo buena vecindad». Y como él bien sabe, en este país hay muchos más vecinos que socialistas.
Nota: una primera versión de este artículo, en inglés, se publicó en Dissent, 26/8/2024, y está disponible aquí.
Fuente: nuso.org