Guadi Calvo
El disparo que salió del fusil semiautomático tipo AR-15 de Thomas Matthew Crooks, y rosó la oreja del candidato presidencial por el Partido Republicano y expresidente Donald Trump, pasó, además, a milímetros de iniciar, quizás, el momento más turbulento de la historia norteamericana desde la guerra de Secesión (1861-1865).
A nada estuvimos de presenciar, que se reproduzcan, las mismas escenas, pero esta vez multiplicadas a lo largo del país, del seis de enero de 2021, cuando una turba de acólitos del presidente saliente, tomó el Parlamento y por un momento todo pareció precipitase al caos. Cuando por los magnos salones, de uno de los recintos más sacralizado de occidente, se paseaban desbordados por brutales tomadores de cerveza y otras hierbas.
Si bien la bala que disparó Crooks, no dio en su blanco inicial, siguió hasta dar de plano, contra el ya lacerado cuerpo del Partido Demócrata, que, se enteraba de que, en el pequeño mitin del condado de Butler, en al oeste del siempre pendular, Estado de Pensilvania, acaba de perder las elecciones.
De ahora en más, el nuevo presidente de los Estados Unidos, aunque formalmente recién será nominado en la Convención Nacional Republicana, que comienza en Milwaukee, el lunes quince, una vez más se llama Donald Trump.
Quizás por un simple formulismo, gentiliza o respeto a las normas, el momificado Joe Biden, posiblemente siga haciendo que… hasta en enero próximo, momento en que la historia le pasé el plumero y se lo archive en algún anaquel de aquellos que jamás se vuelven a abrir, bajo el rótulo de unos de los peores presidentes de la historia norteamericana, pero hasta entonces la gobernabilidad norteamericana, deberá ser colegiada.
Biden, un autómata, salido del taller de Wolfgang von Kempelen, manejado, desde un primer momento, por el Complejo Industrial-Militar, Wall Street y el Lobby Judío, prácticamente desde su asunción no ha dejado de cometer errores.
Una muestra gratis de lo que esperaba para los siguientes cuatro años, fue cuando generó, gratuitamente, la crisis con los Talibanes, tras modificar los acuerdos de Doha, alcanzados por la “dúctil” administración Trump, donde se le concedía a los Estados Unidos, una retirada discreta, prácticamente sin que se notara el fracaso de la invasión iniciada en 2001. Pero no, Biden, o quien gobernara en su nombre, vio la oportunidad de arruinarlo y no dudo, lo arruino: Un cambio el ordenamiento de fechas de la retirada provocó, además de la irritación de los rígidos Mullah, algo así como un déjà vu universal, que nos ponía a todos otra vez en la embajada norteamericana de Saigón, aquel tórrido de marzo de 1973, cuando una muchedumbre se desesperaba por alcanzar un helicóptero. Esta vez, fue en el aeropuerto de Kabul, donde además de los últimos trece soldados norteamericanos murtos en Afganistán, morían 140 civiles afganos desesperados por alcanzar en avión, para huir de los vencedores.
Indiscutiblemente, a partir de ahora, todo lo referente a la elección, será insustancial, desde la multimillonaria campaña electoral, al acto electoral en sí mismo y el trascurso de la agobiante eternidad que irá, desde el cinco de noviembre al veinte de enero, cuando formalmente, el ungido presidente por el disparo de Crooks, asuma su segunda oportunidad.
Mientras Trump, debe estar confirmando su gabinete y las primeras mediadas de su gobierno, si algo no deben estar haciendo los Demócratas es control de daños, porque el tiro errado, lo destruyó absolutamente todo y el partido del clan Kennedy, tendrá de acá en más, reconstruirse de cero, cómo las mismas torres que el amigo Osama bin Laden, les volteó en 2001.
Será muy difícil, que alguien quiera, en el contexto, de las nuevas condiciones, establecidas por el joven Crooks, remplazar a Biden, en la candidatura, para someterse a una de las mayores palizas que les espera a los demócratas a para de sus eternos rivales a lo largo de la historia de ambos partidos.
A pocas horas del atentado, se conocía que la voluntad de voto, hacia Trump, había alcanzado un setenta por ciento, una cifra, que quizás no se mantenga, pero también muy difícil que se degrade lo suficiente, para que Biden o quien lo suplante pueda, aspirar a una victoria. Por lo que compremos pochoclos, para aprontarnos a ver al rubicundo carnicero, a dar una lección pública de destasamiento, en el próximo debate presidencial, de realizarse claro.
Según un oficial del ejército norteamericano, experto, en el uso de francotiradores, hubo importantes fallos en el plan de seguridad, que le permitieron que el joven tirador, simplemente disfrazado con romo militar, pudiera saltar los controles y ejecutar lo que calificó como un disparo sencillo a unos 130 metros, de distancia.
A pesar de que Crooks, haya contado con el suficiente tiempo de hacer entre siete u ocho disparos, con los que además de susurrarle al oído de Trump, mató a una persona e hirió otros dos asistentes; antes de que miembros del equipo de contra asalto del servicio de seguridad, ubicaran y pudieran neutralizar al tirador y el tiempo que los escoltas del expresidente, haya demoraron eras geológica en llegar a su cuerpo y cubrirlo, como ordenan los manuales; mucho después, que él solo se guareciera debajo del mismo atril desde el que hablaba, en llegar a su cuerpo y cubrirlo, como ordenan los manuales; mucho después, que él solo se guareciera debajo del mismo atril desde el que hablaba.
Con esfuerzo, los siete u ocho agentes a medida que iban llegando y cubriendo al candidato, para con esfuerzo levantar, a partir de ese momento nuevo presidente, y que, entre gestos y gritos, pudieran sacarlo de la zona de impacto. Un paso de comedia, que como todo lo concerniente a Trump, no deja de tener ribetes fellinescos, es muy difícil, que estemos frente a un intento de magnicidio. Todo apunta a la torpeza y el aburguesamiento de la vigilancia. A lo que se le suma las declaraciones de un asistente, que dijo haber visto a Croock trepado al edificio desde donde finalmente disparó, y tras haberlo denunciado a los agentes de la seguridad, no tomaron en serio ese aviso.
No por nada, la vocera del ministerio de exterior ruso, María Zajarova, al referirse al frustrado atentado, dijo que, en vez de utilizar tantos recursos en Ucrania, los Estados Unidos deberían aplicarlos a su seguridad interna.
El mundo que espera a Trump
Trump sin duda, se encontrará incómodo en el mundo que Biden le deja, como si en vez de haber pasado cuatro años, hayan pasado veinte, desde, que se marchó cabizbajo en el 2021, dejando una guerra, si bien perdida, terminada, Afganistán.
Ahora deberá resolver en la que se encuentran sus aparceros europeos, a punto de profundizar todavía más la guerra con Rusia, en Ucrania. La que, solo se ha sostenido por los ingentes esfuerzos de los contribuyentes norteamericanos. Por lo que, de cumplir su palabra, y decide cortar el chorro financiero a Zelensky y sus socios, dejara a todos colgados del pincel, cuando les retire la escalera que les permitió extender una guerra perdida del primer día, casi dos años y medios.
Encontrará también a un Irán, fortalecido, habiendo, prácticamente, sorteado el bloqueo que, desde 1979, Washington decretó contra la revolución de los Ayatollahs. Al tiempo que otro viejo amigo suyo, el Primer Ministro indio Narendra Modi, se pasea muy orondo con el presidente ruso Vladimir Putin, reeditando la vieja alianza Nueva Delhi Moscú, establecida en tiempos soviéticos.
Mientras poco a poco el continente africano, comienza a sacudirse a las metrópolis coloniales, para abrirles las puertas a más inversiones chinas, a alianzas militares con Rusia y dos nuevos jugadores en el continente Turquía y la República Islámica de Irán, que se estaría abasteciendo del uranio nigerino, para su proyecto nuclear.
Mientras que China, se afianza como la gran potencia comercial global, mientras que las bravatas en el mar Meridional de China y el estrecho de Taiwán, por arte de naves norteamericanas y las alianzas regionales forzadas por el Departamento de Estado como es el caso de Japón con Filipinas o Corea del Sur, parece no detener un momento los proyectos de Beijíng.
Este ataque, que es el primero que sufre un presidente estadounidense o un candidato de un partido importante, desde el intento de asesinato del presidente Ronald Reagan en 1981, por lo que se ha puesto en máxima tensión a una sociedad que bien conoce que cuando llegan los disparos, van en todas direcciones.
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