Entrevista a Jean-Baptiste Fressoz, profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París (EHESS), fue profesor en el Imperial College de Londres. Colaborador habitual de Le Monde, es autor de “L’Apocalypse joyeuse: Une histoire du risque technologique”, (Seuil)es y “Sans Transition. Une Nouvelle Histoire de L’énergie”.
Está causando sensación en Francia el ensayo Sans Transition. Une Nouvelle Histoire de L’énergie («Sin transición. Una nueva historia de la energía»), publicado por Jean-Baptiste Fressoz, historiador de la Ciencia y profesor de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París. La obra, publicada por Seuil y aún no traducida, retoma la célebre frase de Fredric Jameson: «Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo» y la lleva un paso más allá: «Es más fácil escapar del capitalismo que de la economía de los combustibles fósiles». Al mismo tiempo, la necesidad y posibilidad de una transición energética hacia fuentes de emisión cero parece el único camino viable. Andrea Capocci entrevista al profesor Fressoz para el diario il manifesto.
Parece que estamos ante una repetición de lo que ya ocurrió con la madera, el carbón y el petróleo: cada 50 años, uno de ellos substituía al anterior y se convertía en fuente de energía dominante, como muestran los gráficos de los libros de historia de la energía.
Ahora le tocará el turno a las fuentes de energía limpias, ¿verdad, profesor Fressoz?
Esos gráficos describen el porcentaje que le corresponde a cada fuente de energía dentro del total de la energía consumida. Hasta la década de 1970 no se empezó a contar la historia de la energía en términos tan relativos. Antes se utilizaban valores absolutos, es decir, cuántas toneladas de madera, carbón o petróleo se consumían, para evaluar el uso de las distintas fuentes. Y si nos fijamos en los valores absolutos, nos daremos cuenta de que no hay ninguna fuente de energía para la que se pueda hablar de un «pico», y que ninguna de ellas ha dejado de crecer en términos de consumo. El carbón podría ser el número uno dentro de unos años. Hasta ahora, no ha habido nunca una «transición energética» de una fuente a otra a escala mundial.
En lugar de «transición», habla usted de «simbiosis» energética. ¿Qué significa eso?
Este es el otro punto que hay que subrayar en la historiografía de la energía. Esas fuentes se han visto como entidades separadas: al principio, la dominante era la madera, luego se vio substituida por el carbón, al que a su vez sucedió el petróleo. Pero este relato obscurece las correlaciones entre las curvas, que muestran un entrelazamiento mucho más marcado de las distintas fuentes de energía: así, por ejemplo, el carbón fue crucial para producir todo el acero que hizo necesario la economía basada en el petróleo. Y, a su vez, el carbón depende de la madera: el Reino Unido consumió más madera de carpintería en 1900 de la que quemó en 1800. Así pues, las distintas fuentes están en simbiosis entre sí. También hay simbiosis en cuanto a los productos, en los cuales las distintas materias primas se encuentran cada vez más entrelazadas. Estamos ganando en eficiencia energética a través de productos cada vez más complejos que son, sin embargo, cada vez más difíciles de reciclar. Esto está ocurriendo con los “smartphones” y, de forma similar, con los coches eléctricos. Y el problema de esta simbiosis es cada vez mayor.
¿Por qué pensamos hoy que una transición energética es realmente posible?
Esta idea le debe mucho a un científico italiano, el físico Cesare Marchetti. En los años 70 fue uno de los primeros en aplicar a las transiciones energéticas las llamadas curvas «logísticas», según las cuales muchos fenómenos siguen una progresión en forma de «S». Pensemos en la propagación de una epidemia: al principio el crecimiento es lento, luego se acelera en la fase media y finalmente se estabiliza. Marchetti pensaba que esto podía aplicarse también al uso de las fuentes de energía, y hoy en día se le critica por esta visión mecanicista de la historia de la energía. Pero es interesante observar que Marchetti sacó a relucir las curvas en S para explicar el hecho de que la aparición de una nueva tecnología o fuente de energía no es tan rápida, porque se necesitan décadas para vencer la inercia de un sistema industrial. Comparado con sus contemporáneos, que pensaban que era factible una transición rápida, se le consideraba un «pesimista», pues predijo que hasta el año 2000 -una fecha muy lejana en el tiempo- no podríamos prescindir del carbón. Su predicción quedó desmentida por los hechos. La voz más pesimista de los años 70 nos parece ahora demasiado optimista.
La transición energética pone en entredicho los beneficios de las grandes industrias que consumen mucha energía, ¿verdad?
Aunque parezca contraintuitivo, la industria se siente cómoda con el lema de la transición energética. Hoy, todas las grandes empresas prometen avanzar hacia la neutralidad del carbono. El que empezó fue Edward David, director de investigación de Exxon y ex asesor científico de Nixon, que en 1982 planteó la cuestión en estos términos: el efecto invernadero es innegable, pero ¿qué vendrá antes, el desastre climático o la transición energética? Los climatólogos sostenían que los primeros efectos del calentamiento global se dejarían sentir a principios de la década de 2000, y que la situación sería catastrófica hacia 2080. En cambio, se da por sentado que la transición energética va a durar 50 años. Así, la inevitabilidad de la transición se ha convertido en una excusa para la inacción a corto plazo. El economista y premio Nobel William Nordhaus llegó incluso a teorizar un aplazamiento de la transición a lo más tarde posible para poder realizarla con las tecnologías más avanzadas que sin duda llegarían para entonces. La opinión generalizada era que pronto se desarrollarían reactores nucleares autoalimentados.
¿Ha servido el mito de la transición energética para dejar de lado otras estrategias de lucha contra el cambio climático?
No hay más que leer el último informe del Grupo III del IPCC: se analizaron unos 3.000 escenarios y ninguno de ellos contempla siquiera el decrecimiento. Es extraño que por un lado se hable de crisis existencial, pero ni siquiera se admita como hipótesis. La transición energética permite imaginar una economía en crecimiento sin emisiones, y esto entierra la cuestión de la redistribución de la riqueza. Tampoco permite evaluar el valor de los bienes que producimos: el cemento, un material de altas emisiones, puede utilizarse con efectos positivos para infraestructuras en los países en desarrollo o para bienes superfluos en el mundo rico, pero no se permite ese debate. Al principio, el Grupo III del IPCC estaba formado principalmente por economistas, y ahora son sobre todo especialistas en modelos. Estamos confiando el problema a los expertos y excluyendo a los ciudadanos del debate.
¿Existe esa conciencia entre los movimientos ecologistas? Muchos ecologistas hablan también de la transición energética.
Sí, la mayoría de los movimientos sostienen desde hace tiempo que la tecnología por sí sola no resolverá el problema del cambio climático. Pero hay muchos ecologistas de mentalidad neoliberal que han abrazado la retórica de la transición, apostando a fondo por la energía solar. El problema es que nos estamos dando cuenta de que descarbonizar la economía es una tarea mucho más difícil que la transición a las energías renovables.
Fuente: il manifesto global, 4 de marzo de 2024
Traducción: Lucas Antón para sinpermiso.info