Cuaderno de Vida
Gustavo Elizondo Fallas
A la descendencia por el lado de los Ureña, desde mi tatarabuelo José María, patriarca de Santa María de Dota, siempre se nos han achacado ser muy “cabezones”, siendo pequeño creía que era por el tamaño de ese sitio donde algunos atesoran la inteligencia, no todos, pero luego me explicaron en que somos tozudos, que cuando metemos pensamiento en algo, nadie nos convence, aunque estemos equivocados. No obstante, con el tiempo me he dado cuenta de que no es un defecto exclusivo de los descendientes del alférez Gregorio Ureña, que llegó a la provincia de Costa Rica allá por el siglo XVII y que fue el fundador de la familia en estas tierras, incluyendo a mi tatarabuelo, sino que la cabezonada se presenta en muchas familias y colectivos. En la vida personal, en nuestras malas decisiones, muchas veces nos empeñamos “poner comas donde Dios ya puso punto final”, manteniendo relaciones tóxicas, malos negocios, vicios de todo tipo, simplemente porque pensamos que tenemos razón, aunque el resto de la humanidad nos diga lo contrario.Pero también las cabezonadas colectivas; una muy reciente, la tozudez del PLN que a pesar de la advertencia de que la candidatura de José María lo llevaría a una nueva derrota, “metieron jupa” y lo mandaron a enfrentarse al actual presidente que en forma astuta y con algunas mañas de comunicación, lo venció en segunda ronda.
Pero tampoco son Ureña, aunque sí muy testarudos, los directivos del BCCR que con la “cabezonada” de mantener la inflación baja sacrifican la producción y con ellos miles de empleos de este país, generados por el turismo y por las empresas exportadoras, como dioses del Olimpo, toman decisiones o lo peor, no las toman, dejando que la reevaluación del colón, cual plaga de Egipto, se extienda por los campos causando más y más pobreza.
No son Ureña, la presidenta de la CCSS y la ministra de Salud, que se empeñaron en impedir la construcción del Hospital de Cartago, opuestas al respaldo técnico de instituciones como SETENA, el Colegio de Ingenieros y Arquitectos, el Colegió de Geólogos, con estudios muy profesionales que demuestran la viabilidad; mientras tanto los asegurados de Cartago y Los Santos vivimos la angustia de un nosocomio colapsado, muy parecido a sus similares de Ucrania y de la Franja de Gaza.
Ante tales cabezonadas, nos viene a la mente la historia de un hombre que se había declarado ateo, pero que no se conformaba con asumir este pensamiento en la privacidad de su decisión, sino que subió a un cerro cercano y empezó a vociferar a viva voz Dios no existe, Dios no existe en eso, no sabemos si por intermediación divina o por el cambio climático, pero sucedió, se desprendió un rayo desde el firmamento y aterrizó a pocos metros del hombre que con el retumbo y humo que salía de las plantas chamuscadas, se quedó sin habla, que recuperó a los minutos, solo para decir Bueno, ¡Dios existe!…pero no tiene pulso.