Orly Noy
La aceptación del Plan Definitivo elaborado por el ministro israelí de extrema derecha se evidencia en el respaldo popular al nuevo ultimátum para Gaza: emigración o aniquilación.
Hace seis años, Bezalel Smotrich, entonces un joven parlamentario de la Knesset en su primer mandato, hizo público un Plan Definitivo, una especie de solución para el conflicto palestino-israelí. Según el diputado de extrema derecha –en la actualidad ministro de Finanzas de Israel y máxima autoridad en Cisjordania–, la contradicción consustancial entre las aspiraciones nacionales judías y palestinas no permite ningún tipo de compromiso, ni reconciliación, ni partición. En vez de mantener la ficción de que es posible un acuerdo político, señalaba, la cuestión debe resolverse unilateralmente de una vez por todas.
El plan sólo hace referencia a Gaza de pasada: Smotrich asume el confinamiento israelí del enclave como solución ideal para lo que denomina el “reto demográfico” que plantea la propia existencia de los y las palestinas. Para Cisjordania, sin embargo, reclama su total anexión.
En este último territorio las preocupaciones demográficas se paliarán ofreciendo a los 3 millones de residentes palestinos la posibilidad de elegir: o renuncian a sus aspiraciones nacionales y siguen viviendo en su tierra con un estatuto inferior, o emigran al extranjero. Si, por el contrario, optan por resistir a Israel se les identificará como terroristas y el ejército israelí “matará a quienes tenga que matar”. Cuando presentó su plan ante figuras religioso-sionistas y le preguntaron si también se refería a matar a familias, mujeres, niños y niñas, Smotrich respondió: “En la guerra como en la guerra”.
El Plan Definitivo ha recibido escasa atención pública; hasta los más relevantes comentaristas políticos israelíes lo percibieron desde su publicación como delirante y peligroso. Pero un análisis actualizado de los medios de comunicación y del discurso político israelí demuestra que en lo que respecta al ataque actual del ejército contra Gaza, la opinión pública mayoritaria ha interiorizado completamente la lógica del plan de Smotrich.
De hecho, el sentir de la opinión pública israelí sobre Gaza –donde el plan de Smotrich se está aplicando con una crueldad ni siquiera prevista– es ahora aún más extremista que el propio texto del plan. Y eso es así porque en la práctica Israel ha eliminado de la agenda la primera opción propuesta –la de una existencia inferior, des-palestinizada–, que hasta el 7 de octubre era la preferida por la mayoría de los israelíes.
Emigración o aniquilación
La conmoción absoluta que ha provocado el brutal ataque de Hamás y el rechazo a contextualizarlo en las décadas de opresión reflejan un posicionamiento israelí realmente asombrado de que los y las palestinas no se hayan atenido a su condición de prisioneros en Gaza, de que no estuvieran agradecidos por la generosidad de Israel al permitir que unos cuantos miles de personas palestinas trabajaran por un salario mísero en las tierras de las que sus familias fueron expulsadas y de que no hayan rendido honores a sus ocupantes.
Porque, ¿a cuántos israelíes les importa la situación en Gaza mientras los palestinos no lancen cohetes o rompan la alambrada para entrar en nuestras comunidades? ¿Quién se ha preocupado por preguntar qué significa que el enclave asediado esté en calma? Para la mayoría de las y los judíos israelíes, los más de 2 millones de personas palestinas de Gaza deberían haber mantenido la boca cerrada y haber aceptado su hambruna. Pero hoy en día a las y los israelíes ya no les satisface esa opción y por eso se han unido parapetados en un nuevo ultimátum para Gaza: emigración o aniquilación.
En el discurso actual la emigración se ofrece como deferencia humanitaria por la que se permite que la población civil palestina abandone la zona de hostilidades. La realidad es que desde el 7 de octubre el ejército israelí ha impuesto el desplazamiento forzoso a tres cuartas partes de la población de Gaza, principalmente desde el norte, y que sigue bombardeando a esa población en todas las partes de la Franja.
Como alternativa se propone la emigración en forma de planes de traslado generalizado de los y las palestinas fuera de la Franja, planes que están siendo seriamente considerados por altos funcionarios y responsables políticos israelíes. Para una parte muy importante de la opinión pública israelí los palestinos y palestinas son más fáciles de trasladar que los muebles del salón.
Como para la mayoría de la gente israelí tiene mucho sentido expulsar a la población de Gaza, perciben la negativa palestina a someterse al poderío del régimen israelí como una amenaza existencial y razón suficiente para su aniquilación. Si es cierto que las horribles masacres perpetradas por Hamás el 7 de octubre en comunidades civiles han violado lo que debería ser el ámbito de la resistencia legítima a la opresión, a la gran mayoría de la población israelí le pareció muy bien que francotiradores israelíes mataran y mutilaran a las y los palestinos que se manifestaban de manera multitudinaria delante de la alambrada que rodea Gaza durante la Gran Marcha del Retorno. Para la gran mayoría de israelíes ninguna forma de protesta contra la ocupación es legítima.
No es sólo la lógica de Smotrich la que se ha instalado en el corazón de la opinión pública israelí desde el 7 de octubre, sino también su retórica. En la introducción al Plan Definitivo, Smotrich escribe: “La afirmación de que el terrorismo deriva de la desesperación es mentira. El terrorismo deriva de la esperanza: la esperanza de debilitarnos”. La opinión pública israelí ha aceptado de forma similar la ruptura del vínculo que existe entre terrorismo, por un lado, y la desesperación y la lucha, por otro; en el clima actual, cualquier intento de mencionar siquiera esta conexión se denuncia inmediatamente como una justificación de los crímenes de Hamás.
La alarmante smotrichización de la opinión pública israelí se encarna en su total disposición a sacrificar hasta la vida del último palestino o palestina de Gaza por la victoria final que el ministro de extrema derecha prometió en su plan. Se expresa en su obscena indiferencia ante el astronómico número de muertes de niños y niñas palestinas y en su absoluta aceptación de que hay que extinguir cualquier noción de lucha y libertad al otro lado de la alambrada sin importar el coste humano.
Este proceso no se detendrá ni se acabará en la alambrada de Gaza. La lógica de Smotrich ya está infiltrada en el tratamiento que dispensa el Estado a su propia ciudadanía palestina, que está haciendo frente a un grado de persecución y represión que recuerdan al régimen militar israelí de 1949-66. No es casual que en estos días las voces de esta comunidad estén casi completamente ausentes de la esfera pública; están siendo objeto de detenciones y acusaciones por el simple hecho de afirmar su identidad nacional.
En un país en el que publicar un vídeo de shakshuka [plato de la gastronomía árabe] junto a una bandera palestina te lleva a la cárcel, el proceso de smotrichización e interiorización de su lógica definitiva ya se ha completado. Las implicaciones que se derivan de ello para que sea posible que la enferma sociedad israelí se rehabilite tras la guerra y se establezcan de nuevo las bases de la lucha por una sociedad compartida son difíciles de imaginar siquiera.
Orly Noy, israelí de origen iraní, es redactora de Local Call, activista y traductora de poesía y prosa farsi. Es presidenta de la junta ejecutiva de la organización de derechos humanos israelí B’Tselem y militante del partido político árabe-israelí Balad (Asamblea Nacional Democrática).
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Traducción: Loles Oliván Hijós para viento sur