Netanyahu: accidentado final de trayecto

Por Adrian Mac Liman* – Periodistas en Español

Jerusalen

Trato de hacer memoria. Sucedió hace tiempo; hace más de tres décadas. Jerusalén, 18 de octubre de 1988. El candidato del derechista Likud en las elecciones legislativas, Isaac Shamir, celebraba su enésima rueda de prensa anterior a la contienda electoral. Le preguntamos sobre iniciativa de la OLP de proclamar la independencia de Palestina. El proyecto coincidía, recordémoslo, con el innegable impacto mediático de la primera Intifada. ¿Un Estado Palestino? ¡No habrá jamás un Estado Palestino! aseveró el líder conservador.

Argel, 15 de noviembre de 1988. El Consejo Nacional Palestino (Parlamento de la OLP), reunido en la capital argelina, proclama la independencia de Palestina. Las emisoras de los países árabes transmiten en directo los debates del Parlamento: …ejerciendo el derecho del pueblo árabe palestino a la autodeterminación, a la independencia política y a la soberanía sobre su territorio, el Consejo Nacional Palestino, en nombre de Dios y del pueblo árabe palestino, proclama la creación del Estado de Palestina sobre nuestra tierra palestina, con su capital en Jerusalén, al-Quds al-Sharif.

No hubo grandes festejos en el sector árabe de Jerusalén. Los pobladores palestinos de la urbe tuvieron que contentarse con esporádicos fuegos artificiales, disparados tras el paso de las patrullas del ejército israelí. La canción Biladi (mí país) convertida en himno nacional, sonó en algunos vecindarios nacionalistas. Mas había que enfrentar los hechos: la ciudad, capital eterna e indivisible de Israel, seguía bajo ocupación. Palestina contaba con su territorio – las tierras ocupadas por el Estado judío en la guerra de 1967 – pero sin soberanía internacionalmente reconocida.

Después de la euforia inicial, los pobladores de la ciudad Tres Veces Santa asistieron a la puesta en marcha de la implacable maquinaria de propaganda israelí, que no tardó en advertir a los países amigos de Tel Aviv sobre la temeridad de posibles actuaciones unilaterales. En este caso concreto, la temeridad consistía en el reconocimiento del Estado Palestino. A la ofensiva del Likud se sumó la voz del recién elegido presidente de los Estados Unidos, George Bush, antiguo director de la CIA, que tenía sobradas razones para no enemistarse con el establishment israelí.

La proclamación del Estado Palestino fue el detonante de la puesta en marcha de las consultas que desembocaron en la celebración, en 1992, de la Conferencia de Madrid y las discretas negociaciones diplomáticas que llevaron a la firma de los Acuerdos de Oslo. El propio Isaac Shamir decidió corregir su discurso, pasando del no habrá jamás un Estado palestino al más presumible tal vez en un plazo de diez años. Una postura posibilista, que permitía a los sucesivos Gobiernos israelíes celebrar nuevas reuniones destinadas a vaciar de contenido los Acuerdos de Oslo y el Memorando de Wye Plantation.

Todos los jefes de Gobierno conservadores – Shamir, Olmert, Sharon, Netanyahu – y sus relevos laboristas – Barak, Ben Ami – navegaron en la misma dirección. La extensión de tierras asignadas a la Autonomía palestina disminuyó considerablemente tras la creación de nuevos asentamientos judíos en Cisjordania.

Por si fuera poco, tanto Ariel Sharon como Benjamín Netanyahu manifestaron que el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, había dejado de ser un interlocutor válido en el accidentado diálogo con Tel Aviv. Curiosamente, los datos del problema cambiaron radicalmente después del ataque de Hamas del 7 de octubre del pasado año, cuando Washington y Tel Aviv llegaron a la conclusión de que el único elemento moderado al que podían recurrir era… Mahmud Abbas. Para conquistarlo, israelíes y norteamericanos optaron por recurrir tanto al coqueteo como al chantaje.

El chantaje se ha convertido en la principal baza del actual maratón diplomático meso oriental estadounidense. El Secretario de Estado Antony Blinken se empeñó en convencer al presidente Erdogan sobre la necesidad de apoyar la postura de Israel en la pugna con los palestinos. ¿A cambio de la entrega de unos cazas F-16? Un error garrafal, teniendo en cuenta la trayectoria ideológica del político turco, hábil negociador y ferviente islamista.

O de ofrecer un trato equitativo a Benjamín Netanyahu, persuadiéndole de que Arabia Saudita costeará los gastos para la reconstrucción de Gaza y normalizará sus relaciones con Tel Aviv a cambio del plácet israelí para la creación de un Estado palestino. Tropezó, una vez más, con la negativa rotunda del Primer Ministro hebreo, poco propenso a aceptar la existencia de este Estado, liderado por los elementos moderados de la OLP o por una coalición internacional integrada por saudíes, egipcios, palestinos y… norteamericanos. Netanyahu dejó las cosas claras en su último discurso: El día después de la era Netanyahu habrá un Estado gobernado por la Autoridad Palestina.

Él, Netanyahu, no tiene intención alguna de claudicar. Y ello, pese a la advertencia de Washington: La paciencia de Joe Biden se ha agotado. Aviso a los políticos noveles y las almas caritativas que acaban de descubrir la problemática del conflicto. No hay que tratar de amenazar con la opción de dos Estados ni con la imposición de un Estado creado por Occidente, por países que durante décadas hicieron suya la estrategia de la no intervención unilateral en los asuntos de la región.

En las últimas semanas, la Administración Biden trató de eludir los contactos con Netanyahu a la hora de sentar las bases para posibles soluciones del día después del operativo bélico, recurriendo al diálogo con otros políticos israelíes o representantes de la sociedad civil. Sin embargo, los altos cargos del Departamento de Estado reconocen que, al término del conflicto, alguien tendrá que reconstruir Gaza, alguien tendrá que gobernar Gaza, alguien tendrá que proporcionar seguridad en Gaza. Israel se enfrenta a decisiones muy difíciles en los próximos meses, estiman los jefes de la diplomacia estadounidense. ¿Simple constatación o advertencia? Pero Israel no es una república bananera.

Tampoco los palestinos parecen dispuestos a ceder: el precio pagado por los gazatíes desde el inicio de la operación militar ha sido demasiado elevado.

Subsiste, pues, el doble dilema: Netanyahu no tiene intención de dimitir; tiene cuentas pendientes con la Justicia israelí. El Estado judío no quiere claudicar; tiene cuentas pendientes con… Hamas.

* Fue el primer corresponsal de «El País» en los Estados Unidos (1976). Trabajó en varios medios de comunicación internacionales «ANSA» (Italia), «AMEX» (México), «Gráfica» (EE.UU.). Colaborador habitual del vespertino madrileño «Informaciones» (1970 – 1975) y de la revista «Cambio 16″(1972 – 1975), fue corresponsal de guerra en Chipre (1974), testigo de la caída del Sha de Irán (1978) y enviado especial del diario «La Vanguardia» durante la invasión del Líbano por las tropas israelíes (1982). Entre 1987 y 1989, residió en Jerusalén como corresponsal del semanario «El Independiente».

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