Mathieu Dejean entrevista a Olivier Besancenot
Lúcido ante el avance de la extrema derecha, el antiguo candidato presidencial de la extrema izquierda llama a rechazar la «dictadura de los hechos consumados»: siempre que evitemos el sectarismo, el campo de la emancipación puede recomponerse.
Movilización contra la ley de inmigración, divisiones en la izquierda, un mundo convulso con el auge de la retórica y de las fuerzas de extrema derecha en Europa… El antiguo candidato presidencial de la Ligue communiste révolutionnaire (LCR) en 2002 y 2007 (obtuvo respectivamente el 4,25% y el 4,08% de los votos emitidos), ahora simple militante del Nouveau Parti anticapitaliste (NPA), que recientemente propuso a La France insoumise (LFI) formar una lista conjunta para las elecciones europeas de 2024, hace un balance preocupado de la situación en Francia y en el mundo.
Sin ceder ante los «fatalistas de la historia» que quieren imponer el relato de una victoria inexorable de Marine Le Pen en 2027, advierte de este «peligro real» e invita a todas las fuerzas de la izquierda a tomar la antorcha del antifascismo «más allá de la mera cuestión electoral».
Mediapart: La ley de inmigración fue aprobada a finales de diciembre con los votos del RN [extrema derecha]. Aunque el Consejo Constitucional censure algunos de sus artículos, ¿cree que hemos alcanzado una nueva etapa en la evolución del macronismo?
Olivier Besancenot: Esta ley marca claramente un salto importante en la extrema derechización de la clase política. El hecho de que se haya redactado muestra la influencia de la Rassemblement National (RN), que se ha convertido en una fuente de ideas para el poder de turno. Esto da un poco más de credibilidad a la teoría de que la RN podría llegar al poder, aunque la extrema derecha aún no esté ahí.
En cuanto a la ley de inmigración, la batalla no ha terminado. Tras la manifestación del 14 de enero, habrá otra el 21 de enero. Vamos a unir el mayor número de fuerzas posible y a hacer oír la voz de todos y todas que se oponen a esta ley. Los macronistas arrastrarán esta ley como una bola con cadenas, incluso en ocasiones simbólicas como la entrada de Manouchian. Porque admitir en el Panteón a uno de los líderes de los Francstireurs et partisans – Main-d’œuvre immigrée (FTP-MOI) y aprobar esta ley no «va de sí», sino que es una contradicción política escandalosa y moralmente repugnante.
M: Las numerosas agresiones asestadas por el campo presidencial en materia social, en un clima internacional sombrío, podrían suscitar más desaliento que revuelta. ¿Cómo ve el clima en el país?
O. B.: Se nos está imponiendo una narrativa basada en el inexorable ascenso de RN a la cúpula del Estado. Yo estoy más del lado del revolucionario Auguste Blanqui, que despreciaba a los fatalistas de la historia. La primera responsabilidad de la izquierda, sean cuales sean sus sensibilidades, es rechazar esta dictadura de los hechos consumados y asegurarse de que esta narrativa sea desmentida por los hechos. Soy consciente de que la relación de fuerzas ha cambiado, y sé que no puede invertirse mediante poses o grandilocuencia, pero la historia no es una construcción lineal, está hecha de bifurcaciones en el camino.
Tenemos que unir nuestras fuerzas para librar las batallas esenciales, incluida la lucha contra la extrema derecha y sus ideas. Si hay una bandera que puede unir a toda la izquierda social y política anticapitalista, es la bandera común del antifascismo. Se está produciendo un giro global nauseabundo, que debe ser contrarrestado por un amplio frente de acción y resistencia al espíritu de la época.
M: ¿A qué atribuir este giro que estamos viendo en Europa, pero también en América Latina con Javier Milei en Argentina, o en Israel con Netanyahu?
O. B.: Lo que ocurre en Israel, lo que ocurre en Europa y lo que ocurre en América Latina, más allá de las singularidades de cada situación, atestigua el final de un ciclo. Se trata del ciclo de la globalización liberal tal y como la hemos conocido durante los últimos 40 años, lo que pone de manifiesto las profundas contradicciones inherentes al sistema capitalista.
Como siempre, el fin de un ciclo no es sinónimo de una vuelta a la situación anterior: se abre una nueva situación, marcada por intereses nacionales agudizados, competencia interimperialista y guerras locales de muy alta intensidad que, a cada paso, ponen en peligro al resto del mundo. Es como si el mundo hubiera perdido el control de su propia dirección, como un tren desbocado que se precipita hacia un precipicio. La catástrofe ecológica y climática, e incluso la reciente crisis del narcotráfico en Ecuador, todo apunta en esta dirección.
Políticamente, esto está produciendo corrientes de extrema derecha, neofascistas o fascistas; no es momento de perder el tiempo sobre cómo deberían llamarse. Marx comparó la revolución con un tren que arrastra a la humanidad hacia adelante. Walter Benjamin, por su parte, aunque adoptó la retórica marxiana, comparó la necesidad de la revolución con la señal de alarma de un tren que la humanidad tenía activar lo más rápida y conscientemente posible antes de que se estrellara. Hoy dia, la tarea del movimiento de emancipación es precisamente esa: ¡tirar de esa señal de alarma!
M: Tanto electoral como culturalmente, la extrema derecha ha avanzado mucho desde 2002, cuando la extrema izquierda representaba una salida política importante –con Arlette Laguiller, de Lutte ouvrière, vuestros dos candidatos [Alain Krivine por la LCR] sumaron el 10% de los votos emitidos en las elecciones presidenciales. ¿Cómo explicar la extrema derechización [del campo político] y el hecho de que la izquierda esté hoy menos identificada como alternativa política?
O. B.: En primer lugar, no debemos olvidar las derrotas sociales en la lucha de clases, la más reciente en la batalla de las pensiones. En estas circunstancias, la idea de que la solidaridad es rentable es más difícil de demostrar. La retórica emancipadora nunca tiene tanta fuerza como cuando está respaldada por periodos de victoria a través de la acción. Pero dada la crisis mundial que atravesamos, las luchas no han terminado. Todo sigue abierto.
No obstante, también hay tendencias subyacentes, en particular un deseo de orden al que la retórica simplista alimenta de odio. Hannah Arendt lo analizó en numerosas ocasiones: todo movimiento totalitario tiene una base social, que no se puede explicar sólo en términos de dinámicas en las élites. Ella habló de un caldo de cultivo: un fenómeno de desolación, una especie de etapa suprema en la individualización y fragmentación de las relaciones sociales. Frente a esto, cualquier proyecto emancipador debe partir de esta terrible realidad para estar en sintonía con ella.
En este contexto, estamos obligados a hacer balance de nuestra propia historia, aunque ésta nunca se repite de forma idéntica. No estamos viviendo una repetición de los años 30, porque no es tanto el peligro rojo lo que preocupa a la clase dominante como el desorden globalizado que amenaza sus negocios a largo plazo. Pero el peligro fascista es real en términos de racismo antiinmigración y ataques antidemocráticos. Los trágicos errores del movimiento obrero en los años 30 amenazan con repetirse: sectarismo, fragmentación y ceguera.
M: ¿Fue este análisis el que llevó al NPA a proponer una campaña conjunta con LFI para las elecciones europeas de 2024?
O. B.: Ya no estoy en la dirección del NPA, pero apoyo este enfoque, que consiste en hacer un llamamiento a las fuerzas rupturistas de izquierda. Dicho esto, más allá de la mera cuestión electoral, es necesario ir más allá y reunir a las fuerzas sociales y políticas anticapitalistas, situando en el centro el frente unido contra la derecha y la extrema derecha. Una unidad basada en acciones concretas que pueda alimentar el necesario retorno a las cuestiones estratégicas para encarnar una alternativa de masas, algo que no hemos conseguido hasta ahora.
La extrema derecha lleva 30 años librando a su manera una batalla por la hegemonía cultural. Nos corresponde a nosotros librar la nuestra. En estos momentos, atravesamos una enorme depresión ideológica en la que las izquierdas en Francia parecen estar perdiendo la brújula, hasta el punto de que a veces resultara irreconocible…
M: ¿Irreconocible en términos de debilidad política o en términos de orientación?
O. B.: En términos de orientación política. Durante mucho tiempo, la lucha contra el racismo, en todas sus formas, fue una referencia política estructurante en la izquierda. Desde el caso Dreyfus hasta las generaciones que escribieron las páginas de la Resistencia y del movimiento obrero, sin olvidar la marcha por la igualdad en los años ochenta. Esta lucha incluye la lucha contra el antisemitismo, la islamofobia y la negrofobia. Esta brújula de la izquierda es fundamental, como siempre lo ha sido la lucha anticolonial; pienso en Vietnam y Argelia, por ejemplo.
Pero desde el 7 de octubre, la izquierda parece haber perdido el norte, como si las agujas se pusieran tan nerviosas como para abandonar uno u otro de sus valores. Lo mismo ocurre con el internacionalismo, víctima del triste retorno del campismo, que querría convertir en ley la máxima de que el enemigo de mi enemigo es necesariamente mi amigo. Es la misma coherencia que nos impulsa en el NPA a afirmar nuestra solidaridad con la resistencia palestina, kurda y ucraniana, por ejemplo.
M: La izquierda ha sido acusada de antisemitismo y de complicidad con Hamás durante este periodo, y el NPA no ha escapado a esta acusación. Cuando se echa la vista a los acontecimientos desde el 7 de octubre, ¿piensa que ha habido alguna metedura de pata? ¿Ha conseguido [el NPA] mantenerse unido?
O. B.: Pertenezco a una corriente política, la IV International, en la que los camaradas transportaban maletas llenas de dinero y armas para el FLN. Esa fue nuestra contribución a la lucha por la independencia de Argelia. Estoy muy orgulloso de ello. En su momento, eso no nos impidió expresar nuestros desacuerdos, o incluso nuestras críticas a ciertos métodos de acción. Por ejemplo, nos oponíamos a los ataques indiscriminados contra civiles. Estas cuestiones morales son tanto más importantes cuanto que una de las condiciones para que una lucha de liberación nacional tenga éxito es que la sociedad colonial se desintegre.
Hamás no es el FLN. Estamos a favor del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación, porque estamos a favor de su derecho a la emancipación. Pero el proyecto de Hamás es exactamente lo contrario, punto por punto, de un proyecto de emancipación. Por lo que a nosotros respecta, las masacres contra civiles, los cuerpos mancillados y las violaciones nunca serán actos de resistencia, sino actos de barbarie. Siempre los he denunciado. El 7 de octubre de 2023 no es una excepción a la regla.
Es más, la acusación de que somos apologistas del terrorismo es un insulto a nuestra historia. Aquí, como en todas partes, nunca suscribiré el lema de que el fin justifica los medios. Todas las contrarrevoluciones burocráticas del siglo XX nacieron murmurando alegremente este tipo de eslogan. Y precisamente porque, en cualquier situación, situamos la vida humana por encima de todo lo demás, los ensordecedores silencios políticos sobre la masacre que está teniendo lugar en Gaza me hielan la sangre.
Cuando se escuchan las palabras que se están utilizando, hay algo orwelliano en la situación actual. No se trata de una guerra colonial de ocupación, sino de una operación militar para erradicar el terrorismo, es decir, una operación de paz, no muy lejos de la guerra es la paz de la novela de Orwell. Los ejemplos podrían multiplicarse: se criminaliza el simple hecho de participar, como hice yo, en manifestaciones de solidaridad con el pueblo palestino para pedir un alto el fuego. Ahora, ondear la bandera palestina ¡se consideraría antisemita! Esto es una locura.
M: Un portavoz del ejército israelí ha prometido combates en Gaza «durante todo el año 2024». No podemos decir que en Francia el movimiento de solidaridad sea tan masivo como en otros países. ¿Qué podemos hacer para detener las masacres?
O. B.: Tenemos una gran responsabilidad para que la solidaridad se organice aquí, en los países más ricos. La movilización que está teniendo lugar en Estados Unidos, en particular las manifestaciones de personas judías que proclaman «No en nuestro nombre», es extremadamente importante desde este punto de vista. Estas luchas ejercen presión en el corazón mismo de la potencia protectora del Estado colonialista israelí.
Si queremos que surja allí una solución política binacional, con igualdad de derechos para todos y todas –dos Estados, un Estado, un sistema federal…–, entonces, además de la lucha palestina, hay que organizar la solidaridad en nuestros países para obligar a nuestros gobiernos a retirar todo apoyo logístico, económico y militar a Israel y poner fin al horror que contemplamos impotentes cada día.
Necesitamos agitar la conciencia política y necesitamos que la izquierda se sacuda su letargo. Por desgracia, la izquierda francesa parece demasiado a menudo prisionera de las reglas de la V República. Una campaña presidencial llega a su fin y ya se están perfilando los futuros candidatos para la siguiente. Demasiados suplentes en el banquillo, pensando sólo en el brazalete de capitán y no realmente en el equipo. En el fútbol esa actitud siempre acaba mal. Jugar en equipo significa golpear juntos los mismos clavos, ¡incluso cuando caminamos separados, por utilizar el viejo dicho!
M: Entonces, ¿el peor riesgo al que se enfrenta hoy la izquierda es el sectarismo?
O. B.: No debemos ceder al sectarismo ni al oportunismo. Afirmar nuestra solidaridad con el pueblo palestino es un mínimo, cualquiera que sea nuestra filiación y cualesquiera que sean las presiones ejercidas por la corriente dominante. Por ejemplo, nosotros tenemos desacuerdos políticos con la LFI, pero la demonización de esta organización debería alertarnos a todos.
Del mismo modo, cuando el NPA fue convocado por la policía judicial e interrogado en el marco de una investigación preliminar sobre apología del terrorismo, el apoyo fue discreto. La izquierda puede lavarse las manos, o frotárselas, con el lema «se lo merecían», pero si por alguna desgracia la corriente política dominante consiguiera reprimirnos, es todo el movimiento obrero y sindical el que podría verse arrastrado por las consecuencias. E incluso parte de la macronía: no hay que olvidar la escena en la que el diputado de RN Laurent Jacobelli llamó escoria al diputado macronista Belkhir Belhaddad.
Sin embargo, lejos de los aledaños presidenciales, hay una renovación en las luchas actuales, marcada por una nueva generación que se ha expresado en las luchas obreras, en el sindicalismo, en el campo de la ecología con Soulèvements de la Terre, en las luchas LGBT… El potencial y los recursos están ahí. Pero si no se abordan deliberadamente horizontes y esperanzas políticas, en nombre de los mezquinos cálculos electorales de la V República, la izquierda seguirá cavando con entusiasmo su propia tumba.
Espero que la batalla sobre la ley de inmigración sirva de electroshock. Y que el peligro del fascismo nos obligue una vez más a unirnos. Como decía Alain Krivine, ser revolucionario también significa resistir la tentación de volverse cínico o displicente. Muchos de nosotros tenemos un papel que desempeñar para garantizar que una corriente anticapitalista amplia y unida haga oír su voz.
Mediapart vía vientosur.info