La desvergüenza de EEUU en Yemen

Enero 16, 2024

Por Norman Solomon

“Nosotros hacemos las reglas, nosotros rompemos las reglas”

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Los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sostuvieron un debate sobre el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales en el mar Rojo, el 10 de enero. Imagen: Manuel Elías / ONU

SAN FRANCISCO, Estados Unidos – ¿Ha oído eso de que el gobierno de Estados Unidos quiere un «orden internacional basado en reglas»?

Es ridículo, pero los medios de comunicación del país suelen tomarse en serio y con credulidad tales afirmaciones de la administración. En general, la suposición por defecto es que los altos funcionarios de Washington son reacios a ir a la guerra, y solo lo hacen como último recurso.

Ese enfoque clásico estuvo presente cuando The New York Times publicó esta afirmación en primera página: «Estados Unidos y un puñado de sus aliados llevaron a cabo el jueves (11) ataques militares contra más de una docena de objetivos en Yemen controlados por la milicia hutí respaldada por Irán, dijeron funcionarios estadounidenses, en una expansión de la guerra en Medio Oriente que la administración Biden había tratado de evitar durante tres meses.»

Así que, desde el principio, la cobertura retrató el ataque liderado por Estados Unidos como una acción renuente -tomada después de explorar que todas las opciones pacíficas habían fracasado- en lugar de un acto agresivo en violación del derecho internacional.

El jueves 11, el presidente Joe Biden emitió en Washington una declaración que sonaba lo suficientemente justa, diciendo que «estos ataques son en respuesta directa a los ataques sin precedentes de los hutíes contra buques marítimos internacionales en el mar Rojo».

No mencionó que los ataques de los rebeldes hutíes de Yemen han sido en respuesta al asedio asesino de Israel a Gaza. En palabras de la cadena de televisión por cable CNN, «podrían estar destinados a infligir dolor económico a los aliados de Israel con la esperanza de que presionen para que cese su bombardeo del enclave».

De hecho, como informó Common Dreams, las fuerzas hutíes «comenzaron a lanzar misiles y aviones no tripulados hacia Israel y a atacar el tráfico marítimo en el mar Rojo en respuesta a la embestida de Israel contra Gaza». Y como señaló Trita Parsi en el Quincy Institute, «los hutíes han declarado que dejarán» de atacar barcos en el mar Rojo «si Israel detiene» su matanza masiva en Gaza.

Pero eso requeriría una auténtica diplomacia, no el tipo de solución que atrae al presidente Biden o al secretario de Estado Antony Blinken.

Ese dúo de la administración estadounidense ha estado enredado durante décadas, con una retórica elevada que oculta el precepto tácito de que el poder hace el derecho.

El enfoque estaba implícito a mediados de 2002, cuando el entonces senador Biden presidió las audiencias del Comité de Relaciones Exteriores del Senado que promovieron el apoyo a la invasión de Iraq por parte de Estados Unidos; en aquel momento, Blinken era el jefe de gabinete de ese comité.

Ahora, al frente del Departamento de Estado, a Blinken le gusta pregonar la necesidad de un «orden internacional basado en reglas».

Durante un discurso pronunciado en Washington en 2022, proclamó la necesidad de «gestionar las relaciones entre Estados, prevenir los conflictos, defender los derechos de todas las personas». Hace dos meses, declaró que las naciones del Grupo de los Siete (G7) estaban unidas por «un orden internacional basado en reglas».

Pero durante más de los tres meses de guerra en Gaza, Blinken ha proporcionado un flujo continuo de retórica fácil para apoyar la metódica matanza de civiles palestinos que se está llevando a cabo en Gaza.

Hace días, detrás de un podio en la embajada de Estados Unidos en Israel, defendió a ese país a pesar de las abundantes pruebas de guerra genocida, afirmando que «la acusación de genocidio carece de mérito».

Los hutíes son declaradamente solidarios con el pueblo palestino, mientras que el gobierno estadounidense sigue armando masivamente al ejército israelí que está masacrando a civiles y destruyendo sistemáticamente Gaza.

Blinken está tan inmerso en el mensaje orwelliano que -varias semanas después de iniciarse la matanza- tuiteó que Estados Unidos y sus socios del G7 «permanecen unidos en nuestra condena de la guerra de Rusia en Ucrania, en el apoyo al derecho de Israel a defenderse de acuerdo con el derecho internacional y en el mantenimiento de un orden internacional basado en normas».

No hay nada inusual en el «doble pensamiento extremo» con que se maneja en sus mensajes públicos la gente que dirige la política exterior de Estados Unidos.

Lo que perpetran encaja bien con la descripción del «doble pensamiento» de la novela 1984 de George Orwell: «Saber y no saber, ser consciente de una veracidad completa mientras se dicen mentiras cuidadosamente construidas, sostener simultáneamente dos opiniones que se anulan, sabiendo que son contradictorias y creyendo en ambas, utilizar la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se reivindica…».

Tras conocerse la noticia del ataque a Yemen, varios demócratas y republicanos de la Cámara de Representantes se pronunciaron rápidamente en contra de que Biden eludiera al legislativo Congreso, violando flagrantemente la Constitución al ir a la guerra por su propia cuenta y voluntad.

Algunos de los comentarios fueron loablemente claros, pero quizá ninguno más que una declaración del entonces candidato demócrata Joe Biden el 6 de enero de 2020: «Un presidente nunca debe llevar a esta nación a la guerra sin el consentimiento informado del pueblo estadounidense».

Al igual que esa perogrullada desechable, todas las tonterías orwellianas procedentes de la cúpula del gobierno estadounidense sobre la búsqueda de un «orden internacional basado en normas» no son más que una descarada estafa de relaciones públicas.

La ingente cantidad de cortinas de humo oficiales en curso no pueden ocultar la realidad de que el gobierno de Estados Unidos es la nación fuera de la ley más poderosa y peligrosa del mundo.

Este es un artículo de opinión de Norman Solomon, director nacional de RootsAction y director ejecutivo del Instituto para la Exactitud Pública.

T: MF / ED: EG

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