Israel-Palestina: verdades incómodas

Marcus Schneider

La carta blanca occidental a Israel conlleva un doble rasero incompatible con su proclamada política exterior basada en valores pero es, además, un profundo error estratégico.

Israel-Palestina: verdades incómodas

La votación del 27 de octubre fue clara. Las 120 naciones presentes en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) votaron a favor de una resolución presentada por Jordania para un alto el fuego inmediato y permanente en Gaza. Solo 14 países votaron en contra, incluidos Israel y Estados Unidos. El hecho de que la República Federal de Alemania se abstuviera junto con otros 44 países, a pesar de que la explicación dada a conocer más bien sugiriera un rechazo, puede haberse debido principalmente al deseo de mantener canales de comunicación con todos aquellos que critican la guerra de Israel contra la Franja de Gaza.

La opinión generalizada en Alemania según la cual Israel debe tener vía libre para emprender cualquier acción contra Hamás es claramente minoritaria a escala mundial. Ante las inhumanas atrocidades del 7 de octubre, el Occidente político quería enmarcar la respuesta como una lucha contra el terrorismo. Ya puede considerarse que esto ha sido un fracaso. El mundo árabe está convulsionado desde que se conocieron las espantosas imágenes de la explosión en el Hospital Árabe al-Ahli en la ciudad de Gaza. Más allá de que los orígenes de este desastre, que probablemente haya costado cientos de vidas, siguen estando en discusión, esta fue la chispa que incendió las calles desde Argel hasta Amán, desde Beirut hasta Bagdad. Cientos de miles de personas salieron a las calles, mientras las redes sociales estallaban con expresiones de solidaridad con Palestina.

Los jefes de Estado árabes, que hasta entonces habían intentado un delicado acto de equilibrio entre el no querido pero ahora aceptado Estado de Israel, por un lado, y la organización terrorista disfrazada de movimiento de liberación, por el otro, se vieron entonces obligados a mostrar sus verdaderas intenciones. En un golpe diplomático sin precedentes, el rey de Jordania le cerró la puerta en la cara al presidente estadounidense y canceló una cumbre a cuatro bandas con los jefes de Estado palestino y egipcio. No vio ninguna posibilidad de que «se ponga fin a la guerra y las masacres» y dijo que Israel está llevando a la región «al borde del abismo».

Es particularmente la guerra de Israel, considerada extremadamente brutal, la que contribuyó a que el apoyo a las víctimas del 7 de octubre diera paso a una ola de indignación. Algunas imágenes satelitales sugieren que la fuerza aérea israelí está realizando bombardeos de saturación en Gaza. Según cifras de la ONU, 1,4 de los 2,3 millones de habitantes se han convertido en desplazados internos y 45% de las viviendas han sido destruidas o dañadas. Tras cuatro semanas de guerra, las autoridades palestinas, cuya información no puede ser verificada de forma independiente, han proporcionado una lista de víctimas que contabiliza más de 8.000 muertos, incluidos más de 3.400 niños, es decir, más del triple de los menores que han sido víctimas de la guerra de agresión rusa en Ucrania en el último año y medio.

Un Israel aislado

En el discurso global, las declaraciones beligerantes hechas por políticos israelíes también están contribuyendo a alimentar la percepción de que se está infligiendo un castigo colectivo. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, ve su país en una batalla contra «animales humanos». El presidente Isaac Herzog posiblemente ya no reconoce a ningún «civil inocente en Gaza», sino que ve «una nación entera que es responsable». Incluso el primer ministro, Benjamín Netanyahu, utiliza repetidamente referencias bíblicas que evocan ideas de una guerra santa con la voluntad de destruir.

La situación geopolítica en Oriente Medio ha cambiado a la velocidad de la luz. Hace poco más de cuatro semanas, parecía que el acercamiento entre Israel y Arabia Saudita, país hegemónico dentro del mundo árabe, estaba al borde de un avance sustancial. Habría sido un triunfo sin precedentes para Netanyahu y su promesa de no solamente «gestionar» el conflicto con los palestinos sino también de evitarlo y negociar la paz con los potentados árabes. En Washington y en algunas capitales europeas, varios políticos incluso soñaban con una alianza israelí-árabe-estadounidense contra el «Eje de Resistencia» de Irán. Esta ilusión también se ha desvanecido en el aire. En lugar de un acercamiento árabe-israelí, el príncipe heredero saudita prefiere consultar con el presidente iraní. La amarga verdad para Occidente es que no es la República Islámica de Irán la que actualmente está aislada, sino Israel.

En ningún otro lugar esto es más evidente que en el intento fallido de exponer a Hamás como una resurrección del llamado Estado Islámico debido a las atrocidades que ha cometido. Si la lucha contra el Estado Islámico generó una coalición antiterrorista con apoyo mundial, actualmente hay poca evidencia de algo similar. Aparte de Israel y países centrales de Occidente, como Estados Unidos y Alemania, casi nadie se cree la historia de Netanyahu sobre la «lucha entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad». En su lugar, es el secretario general de la ONU, António Guterres, tan duramente atacado en los medios alemanes, quien ha tocado la fibra sensible de la opinión mayoritaria mundial con su contextualización de los hechos. De repente, la atención no se centra en el terrorismo sino en toda la desgracia del conflicto no resuelto en Oriente Medio.

El hecho de que este conflicto impopular y primario en Oriente Próximo, que ya se creía marginado, se catapulte ahora de nuevo al centro de la atención mundial con un enorme estruendo amenaza directamente la credibilidad de Occidente, que se ve a sí mismo inmerso, sobre todo en su defensa de una Ucrania atacada por Rusia, en una lucha global por un orden mundial liberal y basado en reglas. A los ojos de muchos en el Sur global, la solidaridad incondicional con Israel impide ese objetivo. A pesar de todas las diferencias que existen entre ambos conflictos, la referencia al doble estándar occidental está demasiado presente en el mundo árabe y en buena parte del Sur global.

Dobles estándares

Todo lo que ayer se aplicaba a Ucrania ya no parece aplicarse hoy a los palestinos: el derecho a la autodeterminación nacional, la liberación de la ocupación extranjera, la necesidad de hacer cumplir el derecho internacional humanitario y la prohibición de bombardear zonas residenciales. El anuncio por parte de Israel de que cortaría el agua, la electricidad y el suministro de alimentos a la población civil no generó ninguna condena por parte de Occidente, a pesar de que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, había criticado los ataques rusos a la infraestructura ucraniana un año antes calificándolos de ser «actos de puro terrorismo». Entre otros muchos puntos conflictivos en el Sur global, hay uno particular: que, como dijo el rey de Jordania, la aplicación del derecho internacional humanitario es opcional y que los derechos humanos rigen para unos pero no para otros.

La acusación de aplicación sistemática de dobles estándares no se debe únicamente al reciente bombardeo en Gaza. Va mucho más allá. Durante décadas, Israel ha estado dirigiendo un régimen de ocupación en los territorios ocupados, lo cual, según las definiciones oficiales alemanas y de la ONU, también incluye la Franja de Gaza, que sistemáticamente priva de derechos, intimida y humilla a la población palestina. Mientras los ojos del mundo están puestos en la Franja de Gaza, este proceso continúa actualmente con fuerza en Cisjordania.

Durante la última década y media, ha quedado claro que la ocupación ya no es una medida temporal en el camino hacia una solución de dos Estados. Netanyahu se opone abiertamente a que Palestina adquiera cualquier categoría de Estado. Su visión y la de sus socios de coalición de extrema derecha en el gobierno se basa en perpetuar este régimen por toda la eternidad. En otras palabras: «del río al mar». Tal como sucede actualmente, debería haber solamente un Estado, con ciudadanos (en su mayoría judíos) que disfruten de derechos democráticos y millones de sujetos sin derechos (es decir, todos palestinos), gobernados por Israel y sin voz alguna. Se están desarrollando abiertamente planes de «limpieza étnica», ya no únicamente en los programas partidarios de los extremistas de derecha sino incluso en documentos oficiales del gobierno.

El terrorismo de Hamás no puede ser explicado por esta falta de perspectivas. Tal como vemos en otros lugares, el islamismo asesino y el antisemitismo no necesitan de ninguna ocupación para comenzar. Sin embargo, Hamás ganó popularidad sobre todo cuando las fuerzas moderadas dispuestas a negociar fueron puestas contra la pared: una política que Netanyahu incluso aplicó de manera oficial. La derecha de Israel y los islamistas siempre han estado unidos en su rechazo a una paz justa.

Esto por sí solo no debería ser un problema para el Occidente político, ya que también cultiva relaciones intensas con una cantidad de Estados que tienen conceptos completamente intransigentes en cuanto a participación política y protección de las minorías. Sin embargo, estos Estados son autocracias de distintos tipos, no democracias autoproclamadas como Israel, que, como parte de un grupo que se considera a sí mismo una comunidad de valores, se mide con estándares más altos en materia de derechos humanos.

Son precisamente los países centrales de Occidente -Estados Unidos y Alemania- los que muestran una cercanía especial con Israel: la relación con el Estado judío es prácticamente constitutiva de su autoimagen política y de Estado («raison d’état»). A propósito: estos son también los dos países que afirman a voz en cuello que su política exterior se basa en valores y, por lo tanto, afirman que sus políticas se basan en ideales generales y no en meros intereses. El mundo los juzga cada vez más por esto. El apoyo de facto a la política de ocupación de Israel, que viola todos y cada uno de sus preciados principios, es una herida infectada en el flanco argumentativo del «Occidente de los valores».

Asegurar la paz global

La guerra que está ahora en lo más álgido es un regalo para todos aquellos que -especialmente en Beijing y Moscú- tildan de hipócrita el orden mundial liberal y basado en reglas defendido por Occidente. Ahora pueden presentarse como defensores del derecho palestino a la autodeterminación y, por tanto, como líderes de la mayoría de los 138 estados miembros de la ONU que han reconocido el Estado palestino. Lo que posiblemente esté surgiendo en la opinión pública mundial es el equivalente a un gran conflicto entre Occidente y el Sur global.

Con respecto a Ucrania, en los países emergentes de América Latina, África y Asia ha predominado un cierto resentimiento contra la arrogancia moral de Occidente, una forma de desafío. El conflicto de Oriente Medio es diferente. Es verdaderamente un conflicto Norte-Sur. De ninguna manera es el «mundo civilizado» contra el eje terrorista de Teherán, sino más bien un conflicto global que toca los cimientos de los valores proclamados por Occidente.

Teniendo esto en cuenta, quienes están en el poder en Washington y las capitales europeas deberían pensar detenidamente si van a seguir dando a Israel carta blanca para la ilusión de una solución puramente militar. La guerra de varios meses que ahora anuncia Israel podría terminar en un desastre. No solamente porque podría resultar una misión suicida, sino también porque llevaría la crisis humanitaria al extremo. No hay salida para la población civil de Gaza: cientos de miles de personas quedarán atrapadas entre los frentes. Una guerra así implica imágenes de miles de seres humanos sufriendo, compartidas millones de veces en las redes sociales, lo que inevitablemente llevará el resentimiento global contra Israel al punto de ebullición.

El producto sería una tormenta de indignación contra todo Occidente. La movilización masiva, no solo en el Sur global sino también en las capitales occidentales, las mordaces declaraciones de destacados jefes de Estado como Recep Tayyip Erdoğan y Luiz Inácio Lula da Silva y los trastornos diplomáticos en América Latina son una señal de que hay una ruptura en el horizonte entre Occidente y el resto del mundo. Además, esta guerra también podría radicalizar a toda una generación en el mundo entero. Israel cree que puede aplastar a Hamás por la fuerza. Sin embargo, puede avecinarse una nueva ola de terrorismo.

Todavía no es demasiado tarde para accionar el freno de emergencia, sobre todo para evitar una conflagración regional que amenace a toda la región, con efectos sobre la paz mundial posiblemente incontrolables. Después de todo, la justificación para evitar una escalada de este tipo mediante la disuasión -y la transferencia masiva de equipo militar a Oriente Medio por parte de los estadounidenses- podría terminar siendo un grave error de cálculo. ¿Cuán realista es suponer que las organizaciones terroristas, cuya única razón de ser ideológica es la lucha contra Israel, se quedarán al margen de la inminente matanza en Gaza? ¿O que los aliados regionales resistirán la creciente ira popular sin consecuencias para su propia estabilidad? ¿O que Beijing y Moscú se quedarán al margen como meros observadores? Es un juego a todo o nada, con apuestas extremadamente grandes pero ganancias modestas.

El horroroso escenario de una conflagración no es en modo alguno inevitable. Sin embargo, para mantenerlo a raya, Estados Unidos y los países europeos deben reconocer que este conflicto no puede resolverse militarmente. Por el contrario, el intento de una solución puramente militar crearía el caldo de cultivo para un odio aún mayor, más violencia y una brecha sin precedentes a escala global. Es hora de verdades amargas. Y una de ellas es que la causa fundamental del conflicto de Oriente Medio no es Hamás. Pero es Hamás quien necesita el conflicto para sobrevivir; es Hamás quien quiere una guerra de magnitud. Otra verdad es que mientras tenga la oportunidad de mantener la ocupación, Israel no le pondrá fin. Porque Netanyahu y la derecha israelí quieren todo el país y no tolerarán un Estado palestino.

El fracaso de los Acuerdos de Oslo y la incapacidad demostrada por ambas partes en conflicto para acordar una paz justa dentro del marco de una solución de dos Estados que ha sido formulada en sus principios básicos hace ya mucho tiempo debería agudizar más la atención tanto de Occidente como del mundo árabe. Ahora tienen dos opciones. Si quieren arriesgarse a una conflagración regional, pueden dejar las riendas de la acción en manos de las partes en conflicto. Pero si quieren mantener la paz y hacer posible una paz justa y duradera, deberán imponérsela tanto a los islamistas asesinos de Hamás como a los derechistas radicalizados de Israel. Todavía hay tiempo.

Nota: este artículo fue publicado originalmente en IPS Journal. Puede leerse el original aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca.

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