Enrique Gomáriz Moraga
Tras la victoria en las primarias del economista ultraliberal Javier Milei, que encabeza el partido La Libertad Avanza, Argentina se ha convertido en el nuevo foco de debate sobre los cambios políticos experimentales en América Latina. De hecho, los centros académicos y periodísticos argentinos han multiplicado sus actividades en torno al estudio de la nueva extrema derecha en el mundo. Sobre todo, ante la perspectiva de que tenga lugar en Argentina el modelo más favorable para este tipo de fuerza política; el cual no se detiene en el aparecimiento de una fuerza de presión complementaria, al estilo de Vox en España, sino un partido que hegemoniza las fuerzas conservadoras del país. Ese temor ha sido provocado por el hecho de que La Libertad Avanza haya obtenido el 30% de los votos, superando la alianza conservadora Juntos por el Cambio, que obtuvo dos puntos menos en los comicios.Afortunadamente, la reflexión más rigurosa sobre el aparecimiento de la nueva extrema derecha comienza por descartar la utilidad de usar la categoría de fascismo, para referirse a este fenómeno. Especialistas en el tema, como Pablo Stefanoni o Steven Forti, alertan sobre la confusión que puede generar la simplificación que suelen hacer grupos izquierdistas al categorizar de fascismo a la nueva extrema derecha. Destacan que el fascismo histórico estaba marcado por un corporativismo y una asociación a la fuerza militar como base constitutiva del proyecto político que no parece en los orígenes de la nueva extrema derecha. El clásico Nicos Poulantzas agregaba una nota diferencial importante, para distinguirlo de las dictaduras del sur europeo: el fascismo proyectaba su fuerte nacionalismo hacia la conquista externa, tenía una enorme vocación imperialista. No podían consolidar un régimen fascista quienes lo desearan, sino quienes pudieran hacerlo.
Existe un amplio consenso sobre los rasgos propios de la nueva extrema derecha. Destaca su antiprogresismo y en especial su rechazo del relato político progre; también su rebote ante la globalización económica, causante de tanta desigualdad. En relación con ello, se muestra un inconformismo social y un reclamo ante las élites liberales, todo ello cimentado mediante una ideología libertaria radical (una de cuyas manifestaciones fue el movimiento antivacunas). Y en ese contexto, presentan una aceptación crítica y condicionada del sistema democrático establecido.
El mayor problema que tiene este análisis de la nueva extrema derecha es su parcialidad. Como subraya Stefanoni, no se puede hablar de la forma populista de hacer política o de sus planteamientos radicales, sin mirar al otro extremo del espectro político. Sobre todo, en América Latina, la extrema izquierda lleva veinte años haciendo acto de presencia y con algunos éxitos electorales notables, en Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Perú, más allá de como haya evolucionado luego el proceso y su resultado final.
Es decir, si se examina de manera integral los cambios en la dinámica sociopolítica latinoamericana, en realidad debería tematizarse sobre el nuevo extremismo político en la región, desde ambos lados del espectro político. Algo que también tiene claros antecedentes históricos, sobre todo en lo que refiere al respeto y defensa de las reglas del juego democrático. No hay que olvidar que en la primera mitad del siglo XX no hubo solo un detractor de la democracia liberal, sino dos: el comunismo y el fascismo, representando ambos el extremismo político de ese tiempo. Es cierto que la nueva extrema izquierda ya no reproduce los patrones del comunismo, como lo es que la nueva extrema derecha no reproduce los del fascismo, pero ambos representan el nuevo extremismo político que socaba el pacto social que necesitan los países, como base del desarrollo funcional de los sistemas democráticos. Ese enfoque integral debe ser el correcto para evitar que el debate caiga en segmentaciones y medias verdades.