Pandemia
Yayo Vicente
Me dice Carlos Revilla (*), que la musa se me fue. No hay nada más frustrante que enfrentarse al monitor para escribir y que no llegue la inspiración. Es en ese momento cuando las musas deben chinearte, apapacharte y animarte. La mayoría de los artistas, por no decir todos, tienen o han tenido a esta divinidad de la mitología griega, hija de Apolo, como estimulante de su creación.Carlos no tiene razón, antes de dormir he “escrito” muchas PANDEMIAS, al día siguiente los deberes y disfrutes de mi nueva vida, me han impedido escribirlas. Desde hace unos diez años, cuando Marietta y yo vislumbramos la posibilidad de llegar vivos a la edad de pensionarnos, comenzamos a soñar distintos contextos. Con los cuatro hijos grandes y sus vidas enrumbadas, nos liberamos mucho de ese deber, así que podíamos darle rienda suelta al lugar dónde viviríamos esa etapa.
Santa María de Dota, fue por mucho, el lugar escogido. Mi suegro Jeremías Ureña, al morir, dejó a sus hijos unos terrenitos y Marietta no fue excepción. Algunos eran “cercos”, como le dicen en Santa María a los lotes sembrados de café. Uno era el potrerillo donde pastaba la vaca que ordeñaba para la leche de la casa. Como no tenemos vacas ni sabemos ordeñar, decidimos construir ahí la casa para retirarnos.
Fue una construcción de diez años, primero ubicando la futura casa en el terreno, luego sembrando los frutales, para que, llegado el momento, no sentirnos en un potrero. En nuestras mentes hicimos y deshicimos mil ideas de la casa. Invertimos horas antes de acostarnos a ver “Pinterest” y otras ideas en INTERNET, hasta que, cosiendo ideas de aquí y de allá, logramos un diseño al gusto de los dos.
Durante años la armamos a pedacitos, la casa que todavía solo existía en nuestra imaginación. Un cuadro para aquella pared, unas lámparas para los corredores, unos adornitos para el piso, un sacacorchos para el comedor, sábanas para una cama grande, cortar y secar madera, ver y ver corredores para decidir las barandas que llevarían, evitar las gradas y los obstáculos para poder circular en silla de ruedas, ideas para la seguridad de la casa, sin que fueran rejas tipo cárcel.
Primero se pensionó Marietta y luego fue mi turno. En noviembre del 2022 nos vinimos a vivir a Santa María. La casa no está terminada, nuestros sueños alcanzaron detalles que son difíciles de transformar en realidad. Lo cierto es que ya está habitable y disfrutable. Los frutales dan cosecha, hasta para regalar. Helga (la perrhija), Marietta y yo, disfrutamos cada día, cada clavo nuevo, cada aguacate que apeamos.
La musa no se fue, tuvo competencia.
¿Y la pandemia?
La pandemia es una definición, significa un número inusual de casos en muchos países y hasta continentes al mismo tiempo. Ya dejó de ser inusual, el virus que causa la enfermedad respiratoria llamada enfermedad por coronavirus del 2019 (COVID-19), causada por el virus SARS-CoV-2, es de la familia de los coronavirus, que infectan a seres humanos y algunos animales no humanos. Al dejar de ser novedad e incorporarse en el paradigma sanitario, la pandemia desaparece, aunque el virus se quedó circulando entre nosotros.
Las personas y algunos animales no humanos, seguimos enfermando y hasta muriendo de COVID-19, pero la pandemia se acabó.
Lecciones aprendidas
Aprendimos muchísimo, cosas buenas y malas, tantas que cuesta resumirlas. Pocas enfermedades nuevas han sido tan estudiadas como el COVID-19. Las investigaciones y publicaciones científicas fueron como tomar agua con manguera de bombero. Algunas publicaciones eran de mala calidad y no pudieron ser repetidas por los pares u otros investigadores, pero si crearon expectativas y frustraciones. Otras nos dieron luz y con ellas se pudieron afinar o eliminar algunas medidas precautorias.
Otra vez, como ha ocurrido siempre, algunas personas querían resolver la pandemia, identificando a un “chivo expiatorio” o inventando teorías conspirativas. Aunque tuvieran razón, sus explicaciones no estaban cerca de la solución, al revés, crearon otro problema para el problema. Los grupos antivacunas, armados con argumentos anticientíficos y falsos, querían parar la vacunación, sin dar ninguna otra opción, más que los entierros masivos.
Los más piadosos, pasearon en helicóptero a la Virgen de los Ángeles. Nunca sabremos si nuestra Protectora iluminó a los científicos, hoy Premio Nobel de Medicina 2023, Katalin Karikó y Drew Weissman que crearon la vacuna y cuyos descubrimientos han cambiado fundamentalmente nuestra comprensión de cómo interactúa el ARNm con nuestro sistema inmunológico.
Todos aprendimos parte de la jerga de los epidemiólogos, la “inmunidad de rebaño” fue un concepto que caló en la población. Amelia Rueda se enojó con el término, no con el concepto, lo cierto es que fue acuñado por médicos veterinarios epidemiólogos, que desde siempre han practicado la medicina poblacional.
Vimos a los corruptos, ajenos a la tragedia, haciendo sus fechorías. También al personal de salud, abnegadamente trabajando horarios extenuantes en los hospitales de la CCSS, al principio sin la cantidad de equipos necesarios y con las Unidades de Cuidados Intensivos rebalsadas.
Lecciones sin aprender
Entre una pandemia y otra, nos estamos haciendo los “chanchos”, hacemos un autoengaño colectivo, nos queremos convencer de que no ocurrirá otra vez. En lugar de fortalecernos, nos debilitamos. En vez de prepararnos nos descuidamos. Al contrario de cerrar filas, las rompemos. ¿Qué nos pasa? No pareciera ser el camino para ser los más felices del mundo.
El próximo germen patógeno, tampoco será por generación espontánea que aparezca. Vendrá de los animales no humanos y como el SARS-CoV-2, llegará desde nuestras montañas y montes. Está hoy circulando y en una que va y otra que viene, cruzará la barrera de especie.
Aquí estamos en un papel negacionista, debilitando al Servicio Nacional de Salud Animal (SENASA) y a la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS). Activando una bomba de tiempo, al darle voz a los antivacunas, como si el sarampión y otras enfermedades infantiles, no mataran niños. Desacreditando al cuerpo médico y dejando a los hospitales sin especialistas, como si nunca más los ocupáramos.
Si fuéramos consecuentes, estaríamos investigando cuales gérmenes con potencial patogénico, circulan en nuestros bosques. Estaríamos conociendo los riesgos de la interacción con los animales no humanos, tanto los domésticos como los silvestres.
No existe en toda Costa Rica un programa contra los roedores que nos llegaron de otros continentes, además, los programas contra los vectores no están siendo efectivos, eso lo demuestra las enfermedades que transmiten estos animales y que están en franco crecimiento: zika, malaria, dengue, chikungunya y otras que hacen fila para meterse al país aprovechando que el zancudo (Aedes aegypti) se reproduce sin control.
Finalmente, ¡gracias pandemia!, por habernos enseñado lo que aprendimos y lo que no quisimos aprender, nos lo enseñará la siguiente.
Nos encontraremos en otra columna, que se llamará “CIRCUNLOQUIO” donde vamos a conversar de otros temas que no nos permitió “PANDEMIA”.
* Editor de Cambio Político
El fenómeno salud-enfermedad, es complejo y cuando se escala a una población, se le suman infinidad de nuevas variables, haciéndose todavía más intricado. Poner en palabras simples lo que todavía no termino de comprender, ha sido mi reto durante la pandemia por COVID-19.
Pues que bien, Yayo y Marietta (hija de un primo hermano de mi tata), aterrizaron en mi tierra y como mariense nos llena de orgullo tenerlos con nosotros en un valle perfecto que enamoró a nuestro ascendiente común don José María Ureña Mora y a su esposa Leona Zúñiga, allá por el año 1861.
Aquí estamos, rodeados de solo gente buena.