De un gran escándalo a … nada que reportar

Por J. Peder Zane

Hunter Biden

Luke Broadwater y sus editores dieron una clase magistral en el arte de reportajes tortuosos la semana pasada en un artículo que desmiente las repetidas afirmaciones del presidente Biden de que nunca ha discutido los negocios en el extranjeros de su hijo Hunter.

El New York Times es increíble. A la mayoría de los periodistas les resulta bastante difícil comunicar lo que saben y cómo lo saben en un lenguaje sencillo.

Pero los reporteros y editores del New York Times van más allá. Quién, qué, cuándo, dónde, cómo y por qué son solo el punto de partida. Asumen el desafío adicional de dar forma y cambiar su lenguaje con notable habilidad para crear artículos que, de alguna manera, son al mismo tiempo honestos y engañosos.

Esa capa adicional de atención les permite afirmar que informan sobre verdades que son inconvenientes para sus causas progresistas, mientras desactivan su impacto.

Esto es tan difícil de hacer que el New York Times a menudo ignora las historias políticas -el giro está incluso más allá de sus talentos-, lo que logra el mismo efecto amortiguador. Porque para millones de estadounidenses, no sucedería si el New York Times no lo informara.

El artículo de Broadwater del 4 de agosto informó que el exsocio comercial de Hunter [Biden], Devon Archer, había dicho en el Congreso que Joe Biden “se había permitido repetidamente estar presencialmente, ya sea físicamente o por teléfono, con los socios comerciales de su hijo [Hunter] que aparentemente buscaban conexiones e influencia dentro del gobierno de los Estados Unidos”, mientras que Joe era el vicepresidente de Barack Obama.

El artículo señaló que Archer dijo en el Congreso que “el anciano Biden nunca se involucró” en detalles comerciales, y añadió que era innecesario. En una entrevista con Tucker Carlson, Archer había dicho que si bien “no había habido ningún contenido comercial en estas conversaciones”, el propósito era “la influencia”; ¿el premio?: “es suficiente con hablar o escuchar o saber que tiene esa proximidad al poder” explicó Archer.

Soy el vicepresidente de los Estados Unidos. Estoy aquí. Te escucho. Seguir pagando a mi hijo.

Archer contradijo las afirmaciones de que Joe Biden desconocía los negocios turbios de su hijo, informó Broadwater, y dijo que “creía que era falso que los defensores del presidente Biden dijeran que no tenía conocimiento de las actividades comerciales de su hijo. “Todos estaban al tanto del negocio de Hunter”, dijo Archer, quien jugó al golf con ambos Biden, y afirmó que “Biden se reunió con los socios comerciales de Hunter’”.

Archer fue incluso más allá, y se hizo eco del argumento de que Hunter no solo vendía a sus clientes sino también se beneficiaba de los negocios en general con la familia Biden. Así, recibió beneficios económicos reales al menos de una entidad: la compañía de gas ucraniana Burisma, que pagó a Hunter 83,000 dólares al mes por ser miembro de su Junta directiva. Archer “creía que, como empresa, Burisma se mantuvo en el negocio durante tiempos difíciles a través de sus asociaciones con figuras influyentes en Washington y la ‘marca’ que Hunter Biden trajo a la junta”, informó el New York Times.

Por supuesto, nada de esto era nuevo para quienes leían -fuera de la cámara- el eco de la izquierda. Pero dada la posición del New York Times como el árbitro de la verdad para la élite liberal, estas fueron admisiones sorprendentes. Juego, set y partido, ¿verdad? Cuando el New York Times reconoce que el presidente ha estado mintiendo al público durante años sobre su participación directa en un esquema de tráfico de influencias basado en su alto cargo, las conversaciones deberían convertirse en juicio político y con las renuncias pertinentes.

Sin embargo, Broadwater y sus editores desarmaron de manera experta esas revelaciones condenatorias al presentar la evidencia de la corrupción de Joe como prueba de la perfidia del Partido Republicano.

Este esfuerzo se basa en la asunción que la mayoría de la gente no lea las noticias con mucha atención. La comprensión de un artículo está determinada en gran medida por el título y los párrafos iniciales, que enmarcan la forma en que los lectores interpretan todo lo que sigue.

Un ejemplo inmensamente consecuente de esto fue el titular del artículo – publicado pocos días antes de las elecciones de 2020- sobre la computadora portátil de Hunter Biden: “La historia de Hunter Biden es desinformación rusa, dicen docenas de exfuncionarios de inteligencia”. No importó que el artículo en sí estuviera lleno de advertencias importantes, informando que los funcionarios no habían visto el ordenador portátil y no poseían pruebas de la participación rusa. El titular definía la narrativa.

e manera similar, el titular del artículo de Broadwater desestimó el testimonio de Archer como una simple tontería partidista: “El testigo clave no respalda las mayores acusaciones del Partido Republicano sobre los Biden”.

Los primeros cinco párrafos del artículo ignoran la evidencia de las mentiras y la corrupción del presidente para enmarcar el testimonio de Archer como prueba de extralimitación del Partido Republicano, una maniobra periodística común conocida como “el ataque de los republicanos”.

Los republicanos que durante meses han acusado al presidente Biden sin pruebas de delincuencia y corrupción pensaron que un exsocio comercial de su hijo podría ser la clave para finalmente fundamentar sus acusaciones más graves.

Pero el testimonio de esta semana de Archer, un exjugador de Lacrosse de Yale que ha sido condenado por cargos de impago de impuestos federales, estuvo muy por debajo de eso, rechazando una acusación de soborno que los republicanos han promovido durante mucho tiempo y, en general, rechazando la idea de que el anciano Biden tuvo alguna participación material en los negocios de su hijo.

Fue el último caso en el que los republicanos de la Cámara prometieron mucho más de lo que podían producir en términos de prueba de sus acusaciones contra el presidente”.

Por lo tanto, el New York Times hace creer a los lectores que la cuestión clave es lo que Archer no pudo corroborar (informes de sobornos, de los que puede no haber tenido conocimiento) en lugar de su testimonio presencial sobre la mala conducta del presidente. Esto crea un contexto en el que las revelaciones condenatorias de Archer son simplemente parte de un fracaso épico.

Si bien el título y la apertura de un artículo tienen el mayor impacto en la percepción del lector (los psicólogos llaman a esto el «efecto de primacía» [sesgo a recordar lo que se nos presenta en primer lugar]), el final de un artículo también es crucial para construir una impresión duradera de los hechos.

En su estilo, Broadwater una vez más trabaja para minimizar los hechos que ha informado al repetir la pregunta del representante demócrata Dan Goldman a Archer sobre si era “justo decir que Hunter Biden estaba vendiendo el ilusión de acceso a su padre.” El Sr. Archer respondió: “Sí”.

Si bien Broadwater termina su artículo allí, Archer, de hecho, se equivocó un poco y describió la caracterización de Goldman como «casi justa» porque Hunter Biden, de hecho, brindó acceso directo a su padre a través de cenas, encuentros y llamadas telefónicas. “Porque hay puntos de contacto que no puedo negar que sucedieron”, explicó Archer, “pero no se discutió nada material. Si bien no puedo dejar constancia de que hubo… hubo comunicaciones” entre Joe y los socios comerciales de Hunter.

La ilusión, por supuesto, es que el testimonio de Archer reivindicó a Biden. La evidencia muestra que nada podría estar más lejos de la verdad, excepto, increíblemente, en las páginas del New York Times.

Fuente: Real Clear Politics.

Traducido del inglés por Marwan Perez para Rebelión

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