Roberto Artavia
La famosa frase «aquí no puede pasar eso» es seguramente cómo algunas de las grandes catástrofes de la historia han empezado.Es cierto que Costa Rica solo tuvo dos grandes eventos para retar su tradición democrática en los últimos 100 años y que somos reconocidos como la democracia institucional más robusta de la región y -según algunas clasificaciones- del mundo. Por eso la tentación de decir «aquí no puede pasar eso» es tan grande y, en la mente de muchos, tan clara.
Pero veamos los síntomas, aunque sea en esta forma simplificada:
- Estamos en un país en que la polarización ha sido creciente por lustros. Hay peor distribución de ingreso y riqueza, hay desconfianza entre sectores sindicales, gobierno y sector empresarial; hay abusos y grandes diferencias entre estratos de la población y entre regiones, entre urbano y rural; entre el valle, la costa y la frontera; en derechos y acceso entre grupos sociales: hombres y mujeres, comunidad LGBTI, entre razas, etc. Y toda esta polarización y sus muy reales causas resultan en resentimientos, envidias, justa indignación…
- Vivimos en un mundo donde la información – la verdadera y la falsa, la objetiva y la manipulativa, la oficial y la creada por cualquiera- circulan con idéntico peso en redes sociales y se difunden como creencias entre la población con enorme fluidez. No se hace una diferencia real entre lo que dicen medios formales y lo que llega de miles de fuentes descentralizadas y sin sustento u objetividad. Esto hace que todos andemos con ideas que confunden valores y principios con creencias y ocurrencias de cualquiera con un poco de creatividad e intención de incidir coloca en la palestra pública. Ya no le preguntamos al familiar, al maestro, o a alguna figura de autoridad o medio formal, por «la verdad»; sino que la obtenemos de algún influencer o por la incidencia de miles de trolls en Instagram,Tik-tok, Facebook, Twitter o Whatsapp…
- Vivimos en una sociedad donde la percepción es de instituciones abusivas en favor de unos cuantos y en perjuicio de las mayorías y, como esto tiene mucho de verdad, se convierte en caldo de cultivo para el populismo o «la revolución». Pensiones de lujo, salarios desproporcionados, convenciones colectivas, incentivos y exoneraciones… Hay muchas cosas que retan la igualdad de derechos y de acceso, que provoca un ruptura tácita del contrato social en favor de unos pocos y a costa de las mayorías. Y al mismo tiempo son instituciones ineficientes y ineficaces: filas de espera en la Caja, pocos graduados de STEM en las universidades públicas, la refinería que no refina, bancos públicos que actúan como banca comercial y muchos etcéteras.
- Los partidos políticos ya no son fuentes de ideologías coherentes o visión de país. Los partidos tradicionales se han confundido en este contexto y dejaron de representar «escuelas de pensamiento y valores», para convertirse en oportunistas de ocasión. Algunos nuevos tratan de llenar el vacío, pero otros simplemente aprovechan el caos reinante para -con ofertas de corte populista- hacerse un lugar en la política nacional. Como esto no tiene límites reales, proliferan partidos sin ideología o visión, que responden a situaciones específicas o apelan a la polarización reinante para acercarse, y a veces instalarse, en el poder.
- Grupos empresariales que no cumplen con sus obligaciones fiscales y laborales -54% del empleo privado es informal, una buena parte por necesidad de subsistencia- pero también grupos que abusan de las ventanas que quedan en las leyes relevantes para eludir impuestos o aumentar sus márgenes ante la inestabilidad reinante. No son todos claro está, pero aquellos refranes de que «una manzana podrida, pudre a las demás» y «dime con quién andas y te diré quién eres» se vuelven muy reales en instituciones empresariales gremialistas, centradas en su propio interés y con poca visión y lealtad a intereses superiores del país y su población. Subsidios injustificables en algunos sectores, por ejemplo, hacen que se tenga una percepción de un sector empresarial poco comprometido con el progreso social de las mayorías y la sostenibilidad.
- Niveles de violencia y corrupción sin precedentes. Lo que estamos presenciando en sicariato, narcotráfico, extorsiones y hasta peajes a los pobladores en comunidades de todo el país, es una señal inequívoca de que la corrupción se ha instalado con fuerza en todo el país. Y todo esto en las faldas de los grandes casos de corrupción entre empresarios y autoridades nacionales y municipales, seguido con un desafortunado sentimiento de impunidad, son señal de que nuestra seguridad nacional y proceso judicial están sobrecargados -en el mejor de los casos- o efectivamente colapsados.
- Incidencia extranjera. A todo nuestro alrededor se ha instalado el populismo. Desde AMLO y Bukele con su enorme popularidad, hasta los golpes de timón en Colombia hacia la izquierda, en Ecuador hacia la derecha, hacen ver que las naciones de la región están en busca de nuevos modelos de gobierno, nuevas fuentes de esperanza que no pasan desapercibidas para nuestra población.
- El discurso provocativo y polarizante desde la presidencia y desde algunas curules de la Asamblea Legislativa, muy complicados en contenido, tono y estilo; que se convierten para miles y miles de costarricenses en la confirmación de que la democracia les ha fallado, los ha dejado desprotegidos ante los abusos de grupos de interés y en un estado de incertidumbre ante la realidad del país.
Puedo seguir agregando factores en esta sopa -en este caldo de cultivo- para la erosión de nuestra democracia, pero la realidad es que tal y como indica el reporte de Latinobarómetro, la democracia costarricense está en problemas y en riesgo real. Y como vemos, por razones también muy reales. Nos estamos empezando a percibir como un Estado fallido.
Créanme, porque desafortunadamente lo hemos visto ocurrir en muchas partes que las cosas más increíbles pueden pasar. ¿Quién hubiera imaginado el Capitolio, en Washington, tomado por las turbas «Trumpistas», para poner solo un ejemplo de lo que pasa cuando se ignoran las señales y el «líder» enciende la mecha con un discurso polarizante e irresponsable? ¿Llegará el momento donde nos parezca una buena idea encarcelar a miles de ciudadanos sin que medie un juicio o el más mínimo debido proceso, como ha ocurrido en una nación vecina? Hay muchos ejemplos del colapso del Estado a nuestro alrededor.
Aprendamos de la experiencia de otros y enfoquémonos en resolver los problemas, pero sin dejar de lado la esencia de nuestros valores esenciales de paz, democracia representativa e institucional, diálogo, solidaridad, educación, sostenibilidad…
Es claro que hay mucho que corregir. Por eso la narrativa polarizante es tan efectiva electoralmente y para gobernar con intención de alterar las estrucuturas democráticas. La han utilizado Trump, AMLO, Bukele, Petro, Lasso, Kirchner, Bolsonaro y Lula, entre otros, para elegirse y para tratar de consolidar su poder, ya como gobernantes; posiblemente a costa de las instituciones y estructuras garantes de la democracia, como son la separación de poderes, la independencia del tribunal electoral, la fuerza vinculante de los dictámenes de la sala constitucional y la contraloría general, la autonomía de las instituciones descentralizadas…
Pero debemos evitar a toda costa volvernos otra historia de fracaso de la democracia representativa e institucional. Hay que responder a los retos que «el caldo de cultivo» señalado nos muestra como parte de nuestra realidad de hoy, sin comprometer nuestra vocación de diálogo y democracia. Y para eso se necesita el concurso y participación de los costarricenses de bien para instalar una narrativa alternativa a la de la polarización y la confrontación como fuentes únicas del cambio necesario.
Hay que defender nuestra democracia porque, desafortunadamente, «aquí sí puede pasar».
Tomado de FB