Mario Kessler
Hay que restablecer la seguridad y la independencia de Ucrania: no se puede permitir que triunfen los sueños imperiales de la Gran Rusia de Vladimir Putin. Tal como quedó inequívocamente claro en su discurso del 21 de febrero, Putin justifica la agresión contra Ucrania con una “descomunización” supuestamente necesaria del país.
Su afirmación de que Ucrania la creó “la Rusia bolchevique y comunista” contra la voluntzad de la población es sencillamente falsa (la referencia de Putin a las grandes tradiciones rusas de la Iglesia Ortodoxa de Moscú apunta en la misma dirección, pero aquí no podemos más que mencionarla brevemente). Un vistazo a la historia demuestra que los socialistas rusos reconocieron el deseo de independencia de muchos ucranianos y lo incorporaron a su estrategia política. Además, la tradición del Estado ucraniano es mucho más prolongada de lo que Putin le atribuye.
Forjada por la revolución
De hecho, las aspiraciones a una Ucrania independiente recibieron un inmenso impulso con las revoluciones de 1905 y 1917. Ucrania se declaró república independiente dentro de una Rusia federativa ya en marzo de 1917, y no tras la Revolución de Octubre. Inmediatamente después de la Revolución de Octubre, el gobierno de Lenin proclamó como uno de sus principios básicos el derecho a la autodeterminación de todas las naciones oprimidas del imperio, incluso el derecho a la secesión.
La idea no era separar a los rusos de los pueblos oprimidos del Imperio zarista, sino crear una comunidad de pueblos libres en lucha revolucionaria contra los grandes terratenientes y capitalistas. Como resultado, el parlamento ucraniano, la Rada, declaró Ucrania república popular, y los partidos no bolcheviques obtuvieron la mayoría en las elecciones. Los bolcheviques de Ucrania reconocieron la estatalidad del país, constituyéndose como partido independiente ya en 1917.
Sin embargo, la República Popular Ucraniana se puso del lado de las Potencias Centrales en las negociaciones que siguieron entre estas y la Rusia soviética. La delegación bolchevique, dirigida por León Trotsky, se vio entonces obligada a admitir a una delegación de la Rada como interlocutora en las negociaciones de Brest-Litovsk. Para contrarrestar a la Rada, los bolcheviques ucranianos, al mando de Christian Rakovsky, proclamaron la República Soviética Ucraniana con Jarkiv como capital a principios de enero de 1918.
En julio de 1918 se formó el Partido Comunista de Ucrania. A él se sumó una parte del Partido Laborista Socialdemócrata Ucraniano. Este último se fundó en 1900 como Partido Revolucionario Ucraniano. Entre sus primeros políticos estaba Symon Petlyura, que sería brevemente presidente de la República Popular Ucraniana en 1919-1920. Su partido defendía la autonomía nacional de Ucrania, pero el alcance de esta autonomía seguía siendo objeto de disputa dentro del partido. Sin embargo, la gran mayoría, Petlyura incluido, se oponía a los bolcheviques.
La perspectiva soviética
Ucrania fue el principal escenario de la Guerra Civil rusa bajo gobiernos cambiantes en 1918-1919, antes de que el Ejército Rojo de Trotsky derrotara a los blancos de Anton Denikin a finales de 1919 y se hiciera con todo el territorio en 1920. Hasta 150.000 personas fueron víctimas de las sangrientas masacres de judíos, la mayoría cometidas por el Ejército Blanco y por bandas de saqueadores: la mayor oleada de exterminio antes de Auschwitz.
Ucrania occidental, hasta entonces parte del Imperio de los Habsburgo, también se había declarado República Popular en 1918. Sin embargo, las tropas polacas impidieron su planeada unificación con Ucrania oriental, de modo que Ucrania occidental pasó a formar parte del nuevo Estado polaco. La desintegración de Checoslovaquia en marzo de 1939 a manos del régimen nazi llevó a la formación de un gobierno en los Cárpatos-Ucrania, la parte más occidental de Ucrania que había formado parte de Checoslovaquia desde 1918. Sin embargo, a los pocos días, los nazis entregaron los Cárpatos-Ucrania conquistados a la aliada Hungría. La Ucrania occidental polaca se repartió entre Alemania y la Unión Soviética en septiembre de 1939.
Todo esto todavía estaba en el futuro el 28 de diciembre de 1919, cuando Lenin dirigió una “Carta a los obreros y campesinos de Ucrania con motivo de las victorias sobre Denikin”. Escribió: “La independencia de Ucrania ha sido reconocida tanto por el Comité Ejecutivo Central de toda Rusia de la R.S.F.S.R. (República Socialista Federativa Soviética Rusa) como por el Partido Comunista Ruso (bolchevique). Por lo tanto, resulta evidente y generalmente reconocido que sólo los propios obreros y campesinos ucranianos pueden decidir y decidirán en su Congreso de los Soviets de toda Ucrania si Ucrania debe fusionarse con Rusia o si debe seguir siendo una república separada e independiente y, en este último caso, qué lazos federales deben establecerse entre esa república y Rusia”.
Los intereses de los trabajadores y su éxito en la lucha por la completa liberación del trabajo del yugo del capital debían ser fundamentales para resolver esta cuestión. “Queremos una unión voluntaria de las naciones -una unión que excluya toda coacción de una nación sobre otra-, una unión fundada en una confianza completa, en un claro reconocimiento de la unidad fraternal, en un consentimiento absolutamente voluntario”.
Lenin aconsejó la máxima cautela en estas cuestiones para evitar que la discordia nacional dividiera las filas de los bolcheviques. Partía de la base de que la dirección bolchevique de Ucrania se encontraba plenamente alineada con la Rusia soviética. Las tendencias separatistas que podrían llevar a Ucrania a oponerse a Moscú debían aplacarse desde un principio.
Por esta misma razón, en enero de 1919, se nombró a Christian Rakovsky presidente del Comité Ejecutivo Central, es decir, primer ministro de la Ucrania soviética, cargo que ocupó hasta 1923. Dado que la revolución socialista abolía la propiedad privada, argumentaba Rakovsky, también eliminaba la base del orden estatal de la burguesía.
Se abolirían todos los privilegios nacionales. Por otra parte, la centralización política y económica en forma de federación internacional temporal suprimiría todo particularismo nacional. El Comité Ejecutivo Central de la República Socialista Soviética de Ucrania decidió en junio de 1919 unificar una serie de comisarías de las dos repúblicas, a saber, las Comisarías del Ejército, Transportes, Finanzas, Trabajo, Correos y Telégrafos, y el Consejo Económico Nacional Supremo. El Comité Ejecutivo Central de la República Soviética Rusa confirmó esta decisión.
Rakovsky criticó a los nacionalistas ucranianos por sacrificar la liberación social de la clase obrera a la cuestión nacional. Al hacerlo, puede que subestimara los peligros del nacionalismo y el chovinismo rusos, el chovinismo que hoy defiende Putin.
Revolución y contrarrevolución
Ucrania quedó devastada al final de la guerra civil. Los años 1921 y 1922 estuvieron marcados por una hambruna catastrófica. La situación empezó a mejorar tras la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a la que Ucrania se unió como miembro fundador a finales de 1922: la Nueva Política Económica (NEP) facilitó una recuperación económica, se promovieron la lengua y la cultura ucranianas y, tras la eliminación de la legislación antisemita, la cultura intelectual judía experimentó un auge sin precedentes.
La situación cambió con la victoria de la facción de Stalin sobre sus oponentes internos a finales de la década de 1920. La colectivización forzosa de la agricultura, la hambruna inducida económicamente y la brutal persecución política, incluida la inanición de territorios enteros, el Holodomor (término ucraniano que significa “matanza por inanición”) costó la vida de al menos 4 millones de personas.
Hasta la era de la perestroika, a finales de la década de 1980, los historiadores y periodistas de la Unión Soviética negaron esta hambruna masiva. En Ucrania, sin embargo, la memoria no oficial de este trauma permaneció viva. El Presidente Viktor Yushchenko, elegido en 2005, se mostró especialmente comprometido con la superación de la historia. Sin embargo, cuando Yúschenko invitó al entonces presidente ruso, Dmitri Medvédev, a una conmemoración oficial del Holodomor en 2008, Medvédev se negó, argumentando que esto provocaría el distanciamiento entre las poblaciones rusa y ucraniana.
El recuerdo del Holodomor siempre estuvo presente en Occidente, especialmente en la diáspora ucraniana, pero también en el seno de la socialdemocracia internacional, aunque la derecha política tuvo cada vez más éxito al reivindicarlo para sus propios fines. Ya desde finales de la década de 1920, las fuerzas fascistas habían ganado fuerza en la Ucrania occidental polaca a expensas de una izquierda hasta entonces fuerte: en 1929 se fundó en Viena la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), inspirada en el fascismo italiano. Su brazo paramilitar cometió numerosos actos de terrorismo, incluso contra diplomáticos soviéticos, y sus actores políticos se infiltraron en partidos legales, organizaciones y universidades, especialmente en Ucrania occidental.
Tras la invasión alemana de la Unión Soviética, la OUN formó unidades de las SS, así como milicias, y participó en pogromos antisemitas, incluida la mayor masacre fuera de los campos, el fusilamiento de más de 33.000 judíos en Babi Yar, cerca de Kiev, los días 29 y 30 de septiembre de 1941. La OUN proporcionó voluntarios para las guardias de los campos de concentración y esperaba conseguir su propio Estado de la Alemania de Hitler. Al no suceder esto (después de la aquiescencia inicial a un gobierno), se volvió contra el régimen nazi. Su líder, Stepan Bandera, fue encarcelado en el campo de concentración de Sachsenhausen, si bien en un barracón especial con mejores condiciones carcelarias.
En la Unión Soviética, el crimen de Babi Yar se conmemoraba sólo de modo titubeante. Esto no cambió en cierta medida hasta 1961, después de que el escritor y letrista ruso Yevgeny Yevtushenko recordara en un impresionante poema que las víctimas habían sido casi exclusivamente judías. Stepan Bandera, por su parte, ya había muerto dos años antes en Múnich tiroteado por un agente del servicio secreto soviético.
El espectro del fascismo ucraniano
El 1 de enero de 2009, Correos de Ucrania emitió un sello especial con motivo del centenario de Bandera y, en enero de 2010, el entonces presidente Yúschenko le concedió a título póstumo el título honorífico de «Héroe de Ucrania». Los gobiernos de Rusia y Polonia protestaron. El nuevo presidente prorruso de Ucrania, Viktor Yanukóvich, que acababa de ser elegido, revocó el título en marzo de ese mismo año.
En algunos sectores del movimiento Maidan, Bandera fue recordado como héroe y mártir del movimiento independentista ucraniano. En 2015, un año después del cambio de poder, el Parlamento ucraniano honró a la OUN como «movimiento independentista»- Al año siguiente, como resultado de la campaña de descomunización y desrusificación, la avenida Moscú de Kiev pasó a llamarse avenida Stepán Bandera. Especialmente en Ucrania occidental, Bandera sigue siendo muy respetado hoy en día. Numerosas calles, museos y monumentos están dedicados a él, y también lo invocan el partido nacionalista y antisemita Svoboda (Libertad), la organización fascista Pravyi Sektor (Sector Derecho), el regimiento paramilitar Azov y otros grupos de extrema derecha.
En el este de Ucrania, sin embargo, al igual que en Rusia, Polonia, Israel y Alemania, Bandera es considerado con razón un colaborador nazi y un criminal de guerra. Las advertencias rusas sobre el neofascismo en Ucrania no son en absoluto producto de la fantasía. Hasta qué punto puede contrarrestarlas el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, resulta una cuestión abierta. En el pasado, Zelenskyy fue controvertido sobre todo por sus vínculos con oligarcas como Ihor Kolomoyskyi; hoy, es la cabeza y el símbolo de la resistencia democrática. Los recientes resultados electorales demuestran que el neofascismo ha perdido claramente su atractivo en Ucrania. A pesar de todas las contradicciones, la sociedad civil ucraniana está creciendo. Pero precisamente esto es lo que Putin teme y por lo tanto denuncia como fascista.
Mejor es no criticar…
Vladimir Putin también utiliza ídolos antisemitas para apoyar su chovinismo de la Gran Rusia. Se refiere en particular a Anton Denikin, líder del Ejército Blanco en el sur de Rusia y principal autor de las matanzas de judíos de 1919. Denikin murió en Estados Unidos en 1947 y fue enterrado con honores militares. Por orden de Putin, sus restos fueron trasladados a Moscú en 2005 y enterrados en el cementerio de Donskoy. En mayo de 2009, Putin destacó que merecía la pena leer el diario de Denikin, sobre todo los pasajes en los que describía a Ucrania como parte indivisible de Rusia.
Putin utilizó esta doctrina de una Rusia indivisible para su ocupación de Crimea y su apoyo a los movimientos separatistas en las «Repúblicas Populares» del este de Ucrania. Por mucho que invoque la idea de una restauración de la Unión Soviética, su visión de la grandeza de Rusia hunde sus raíces en la reverencia por el régimen zarista y en el pensamiento anticomunista del exilio.
Muy conocido en Rusia como periodista e historiador aficionado, Vladimir Bolshakov es uno de los biógrafos de Putin (y también de Marine Le Pen). En la Unión Soviética, trabajó como corresponsal de Pravda en diversos países. Su labor se dedicó principalmente a «destapar» una omnímoda red anticomunista-sionista tejida por las altas finanzas norteamericanas.
Tras el fin de la Unión Soviética, la tapadera “antisionista” quedó abandonada en favor de un abierto antisemitismo. Así, el libro de Bolshakov Stalmudom I krasnym flagom (Con el Talmud y la Bandera Roja) dedica su inicio a León Trotsky como principal cerebro de una «conspiración» antirrusa. Trotsky y otros bolcheviques judíos fueron «financiados por Jacob Schiff, banquero norteamericano y activo sionista, propietario del banco Kuhn & Loeb, por los banqueros Warburg, los Rothschild y otros». El comunismo, el capital financiero judío y el sionismo se complementaron y apoyaron mutuamente, sostiene Bolshakov, en una operación global para lograr la dominación del mundo.
El propio Putin no ha formulado expresiones de antisemitismo, que sepamos, pero con su chovinismo gran ruso ha preparado el terreno para un antisemitismo que está en la tradición de los Protocolos de los Sabios de Sión y del primer movimiento de masas fascista en la Rusia zarista, los Cien Negros. Con la calumnia recalentada, ni siquiera nueva, de que Trotsky es un agente a sueldo del capital financiero judío, no sólo se apunta al revolucionario judío, sino también al internacionalista y al representante de los intereses del pueblo trabajador ucraniano.
El Partido Comunista de la Federación Rusa (KPRF) adopta ante la invasión de Ucrania una actitud tan patética como la de los socialdemócratas alemanes que permanecieron leales al kaiser al comienzo de la Gran Guerra en 1914, afirmando que las operaciones del ejército ruso no sólo van en interés de Rusia, sino también de Ucrania. Algunas personas «todavía no comprenden este hecho, pero por su culpa la desmilitarización y la desnazificación son necesarias», ha declarado el vicepresidente del partido, Dmitry Novikov, tratando de justificar la guerra de conquista con el vocabulario de la propaganda oficial. La página digitaf del K PRF contiene numerosas declaraciones similares.
Por el socialismo y la independencia
A lo largo de decenios, los izquierdistas de veras también han tenido dificultades con la idea de una Ucrania independiente. Apoyaban verbalmente el derecho de autodeterminación de los pueblos. Sin embargo, cuando los intereses reales -aunque a menudo sólo supuestos- de la Unión Soviética parecían verse amenazados, esto pasaba a un segundo plano. Además de Lenin, Trotsky fue una excepción.
“La cuestión ucraniana, que muchos gobiernos y muchos ‘socialistas’ e incluso ‘comunistas’ han intentado olvidar o relegar a la profunda caja fuerte de la historia, ha vuelto a ponerse a la orden del día y esta vez con fuerza redoblada … Crucificada por cuatro Estados, Ucrania ocupa ahora en el destino de Europa la misma posición que en su día ocupó Polonia; con esta diferencia: que las relaciones mundiales son ahora infinitamente más tensas y los tempos del desarrollo acelerados. La cuestión ucraniana está destinada a desempeñar en el futuro inmediato un enorme papel en la vida de Europa”. Trotsky escribió estas palabras en abril de 1939 en su exilio en México para la revista Socialist Appeal a instancias de miembros de la diáspora ucraniana que vivían en Canadá.
En aquella época había muchos izquierdistas entre los canadienses de origen ucraniano y ucraniano-judío. Un tercio de los miembros fundadores del Partido Comunista de Canadá procedían de Ucrania. La referencia a Polonia, “crucificada por cuatro estados”, recordaba la actitud de la Primera Internacional en el siglo XIX: ésta había apoyado una Polonia unida e independiente a pesar de su probable orientación católico-conservadora.
Trotsky volvió varias veces sobre esta cuestión. Un grupo escindido de la IV Internacional en los Estados Unidos le acusó de traicionar los intereses de la Unión Soviética. Trotsky respondió el 30 de julio de 1939: “El derecho de autodeterminación nacional es, por supuesto, un principio democrático y no socialista. Pero los principios genuinamente democráticos sólo se ven apoyados y realizados en nuestra época por el proletariado revolucionario; por esta misma razón se entrelazan con las tareas socialistas. La resuelta lucha del partido bolchevique por el derecho de autodeterminación de las nacionalidades oprimidas en Rusia facilitó en extremo la conquista del poder por el proletariado. Fue como si la revolución proletaria hubiera absorbido los problemas democráticos, sobre todo los agrarios y nacionales, dando a la Revolución Rusa un carácter combinado. El proletariado emprendía ya tareas socialistas, pero no podía elevar inmediatamente a este nivel al campesinado y a las naciones oprimidas (a su vez predominantemente campesinas), que estaban absortos en resolver sus tareas democráticas”. Esto explica, como concluyó Trotsky, los compromisos históricamente inevitables sobre las cuestiones agraria y de las nacionalidades.
Poco después, el 20 de agosto de 1940, Trotsky fue asesinado por un agente de Stalin. Otros diez meses después, el 22 de junio de 1941, la Alemania nazi invadió la Unión Soviética. Al principio, el ejército alemán obtuvo rápidas victorias en Ucrania. Esto se debió en parte a que parte de la población cayó en la ilusión de la liberación tras el gobierno de Stalin, hasta que se vieron obligados a darse cuenta de que el régimen de Hitler era en realidad mucho más cruel. Pero la mentalidad de Stalin y los zares ha vuelto a Rusia con Putin, y con ella la mentira de que la población ucraniana es un pueblo de segunda clase que no necesita su propio Estado.
La lucha contra el chovinismo, el militarismo, el anticomunismo y el antisemitismo está unida sin peros a la lucha por una Ucrania independiente, cuyo destino futuro deben determinar los ucranianos, y sólo ellos.
Nada puede ser más bienvenido para el pueblo ruso que una Ucrania independiente, pues “un pueblo que oprime a otro no puede emanciparse. El poder que utiliza para suprimir al otro se vuelve finalmente siempre contra sí mismo”. Estas palabras, dirigidas por Friedrich Engels en 1874 contra la ocupación rusa de Polonia, son hoy tan pertinentes como entonces.
Mario Kessler es investigador principal del Centro Leibniz de Historia Contemporánea de Potsdam (Alemania), especialista en las vicisitudes de la izquierda centroeuropea del siglo XX y miembro del consejo asesor académico de la Fundación Rosa Luxemburg. Este ensayo apareció originalmente en la edición alemana de la revista “Jacobin”.
Fuente: Rosa Luxemburg Stiftung
Traducción:Lucas Antón para sinpermiso.info