ANÉCDOTA OFTALMOLÓGICA
PASAMOS al Registro de Prendas para recoger de don Adán su acostumbrada colaboración de los lunes. Se excusó por no tener en el momento nada listo, y luego agregó:Pero puedo referirles un suceso sin importancia, medio divertido, para variar de temas añejos. Me ocurrió hace pocos días. Llegó aquí una señora bien, en busca de mi auxilio; llorándome su desventura, pobre y enferma, sin recurso alguno, pretendía una pensión del Estado. Yo le dije desde luego: «siento mucho no poder servirle; ya no me toca a mí conocer de pensiones; usted tiene que acudir a la Oficina de Jubilaciones y Pensiones; allí atienden esos casos con benevolencia, hasta donde la ley lo permite. Pregunte por el licenciado Enrique Jiménez Miranda o la señorita Ligia Sáenz Vargas, ambos de trato noble y cultura ejemplar. Expóngales sus circunstancias. ¿Usted es viuda y desvalida … ?»
-No señor repuso de inmediato, no soy nada de eso. Vivo en Grecia, donde estuve en casa de un señor rico y generoso, a pedirle protección; y su consuelo fue decirme que le rogara a Dios que me descansara. Por eso vine a San José. Ahora ME SIENTO BIEN; en el Hospital me tomaron una radiografía y, desde entonces, he mejorado bastante…
La señora del cuento estaba mal sentada, y tuve que decirle: «Mire, doña, allá en la Oficina de las Pensiones no vaya a sentarse como ha estado aquí. Porque nosotros, los viejillos, padecemos de orzuelos y don Enrique podría contagiarse …
Y ella se despidió agradecida y, al parecer, muy apenada …
Tomado del Anecdotario del Lic. Adán Acosta V.