Una carta a los demás

Conversaciones con mis nietos

Arsenio Rodríguez

Arsenio Rodríguez

No sé mucho realmente sobre todos ustedes, y sólo se un poco más sobre mí. Sin embargo, de alguna manera, sus ojos y la diversidad de sus orígenes, me han causado una profunda impresión, en mi breve paso por aquí. Me he hecho amigo de algunos de ustedes, de unos por largo tiempo, y con otros me he tropezado en variantes de tiempo y circunstancia. Aún hay otros, de hecho, un número impresionante, que permanecen siempre desconocidos, en lugares remotos de la geografía y la historia; los demás.

Tenemos, historia, colores y sabores en común, a pesar de que cuando jugábamos de niños, nuestras palabras, mundos y señales eran tan extraños y desconocidos entre unos y otros. Pero de alguna manera, esta humanidad nuestra se está encontrando. Hemos bailado en alma, y compartido lágrimas, mientras intuitivamente nos reconocemos desde lejos, estando tan cerca. Y todos también hemos reído.

El impulso de conocernos supera el aislamiento de todos, y a pesar de diferentes costumbres, a veces tan extrañas a nuestros sentidos, tratamos de limar los pliegues de las diferencias acumuladas en la mente; la cultura, la historia y las formas con las cuales nos identificamos.

Y se desvanecen en esas largas tardes comunes de nadie, en esos momentos donde los amantes mueren en los brazos del otro y los filósofos en sus palabras, mientras intentan comprender una vez más, lo impensable. Nos sentamos en balcones, con vistas a bahías de encanto, con barcos listos para navegar desiertos, montañas y cuentos, en este constante miedo y curiosidad de cruzar las fronteras de cultura y forma de la vida.

Nos invaden presagios y recuerdos de canciones, viejas y nuevas, recordadas y olvidadas, algunas aún no cantadas, y nos volvemos a llamar, desde lo más profundo del alma. Son ecos, de una antigua llamada, olas de un solo océano, que se derrama en sí mismo. Degustamos la sal unos a otros, y tratamos de formar asambleas de gotas de algún tipo, mientras esperamos que el océano nos absorba.

Sobrevolamos en atmósferas de pensamiento y opinión, pero no sabemos dónde todo comenzó. Nos aferramos a nuestras respectivas identidades, y tratamos de cincelar el semblante de los demás a nuestra semejanza, aunque no conocemos la verdadera belleza de nuestros propios rostros.

Todo comenzó, con un desbordamiento primordial inexplicable, de las células del corazón de nuestro ser, que se dispersaron en todos los puntos cardinales por las fuerzas evolutivas de la vida, construyendo asambleas de cada vez mayor consciencia.

Nos deslizamos como gotas de lluvia en vidriera, juntándonos y separándonos, mientras desfilamos con prendas y poses y sonrisas, sin saber por qué. Pero todos bailamos, y nos damos cuenta de que las estrellas también brillan, sin saber por qué. Y al final confluimos hacia el mismo mar.

Hoy, mis recuerdos alternan entre los polos. Norte y sur, se juntan en un punto, un ecuador de alma, que integra tantos momentos de deseo y fuego, de inspiración y desesperación, de planificación y de deseo de huir, a una isla perdida en el Océano de la vida, un Shangri-La para vivir para siempre, feliz para siempre.

Y de alguna manera, los sueño a todos ustedes y los recuerdo. Y siento a través de quienes conozco realmente tan sólo de pasada, la cascada de humanidad, fluyendo a través de esta consciencia, y aún en medio de la fragmentación que nos aqueja, presiento una música y una luz, una intuición que insinúa la unicidad de todo, de yo y los demás.

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