Dejen gobernar a Gustavo Petro

Por Aram Aharonian* – SURySUR

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El festejo fue, es y será intenso. Una multitud de mujeres y hombres de todas las edades pero en su mayoría jóvenes, coparon la tarde-noche del domingo 19, felices, las calles, avenidas y parques de sus ciudades y barrios residenciales, en las veredas de sus pueblos caribeños, amazónicos, andinos. Sí, sí se pudo.

Un triunfo alcanzado en segunda vuelta, con la movilización decidida de la juventud -factor determinante en el resultado final-, y el crecimiento de más de dos millones y medio de votos a favor del Pacto Histórico, rompieron el mito de la prensa hegemónica sobre el techo de la izquierda, gracias a la acción decidida de esta nueva fuerza sociopolítica del cambio.

«Lo que viene es un cambio de verdad», anticipó el economista y exguerrillero de 62 años en su primer discurso público luego de ser electo, donde insistió en la reconciliación y la construcción de la paz. Gustavo Petro es el caso más reciente de un izquierdista de América Latina que llega al poder en una ola de descontento social con la clase política, la desigualdad y el estancamiento económico.

Un cambio de verdad, en medio de un complicado panorama de poderes fácticos, violencia, descomposición social y una oligarquía que ha mantenido el país bajo su férula durante casi toda su historia, que no ha dudado en recurrir a la guerra sucia contra toda aquel o aquello que cuestionara su poder y que no parece dispuesta a ceder sus privilegios de buenas a primeras.

Petro mantuvo un día después de resultar electo, una conversación telefónica de 20 minutos con el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, sobre el proceso de paz y el cambio climático. Y hablaron sobre cómo la estrategia de EEUU contra el narcotráfico se puede complementar con el objetivo de Petro de disminuir la violencia en las zonas rurales.

En su discurso tras la victoria, Petro propuso que los países de América Latina se unan para hablar con Washington y sentar las bases de una «transición energética» ante los estragos causados por el cambio climático, y construir “una economía descarbonizada, una economía de la vida en toda América».

Tres días antes de la primera vuelta electoral, en Washington se presentó un proyecto que buscaba codificar como ley la actual designación de Colombia como “aliado extra OTAN”. Fue publicado de manera oficial hace menos de un mes por el ultraderechista dirigente demócrata Bob Menéndez. El proyecto establece la lucha en común contra la corrupción, “expandir el compromiso en cuestiones como el crecimiento económico inclusivo, la paz y la gobernanza democrática” y establecer criterios comunes en materia de “seguridad internacional”.

El desacople de la política exterior de Colombia de la de Washington será uno de los desafíos de una gestión precondicionada por poderosos factores externos. Pero eso significaría un mayor debilitamiento para el gobierno de Joe Biden. ¿Nada hablaron Blinken y Petro sobre las ocho bases estadounidenses en Colombia, de los asesores militares, de la injerencia de la DEA y los caminos de la coca hacia EEUU, de la membresía de la OTAN?. Ya habrá tiempo.

Petro ganó con los votos de poco más de la mitad de los colombianos (que votaron). El Pacto Histórico logró la victoria con el respaldo de la periferia del país, en las regiones del Caribe, del Pacífico y la Amazonia, en tanto el impresentable candidato de la derecha ganó en la zona andina –centro de Colombia– y en la Orinoquia.

La moderación en algunas de sus propuestas lo ha llevado a ser visto más como un candidato de centroizquierda que de izquierda radical. De hecho, Petro ha negado que Colombia tenga que ir al socialismo y que él piense recurrir a expropiaciones o a reformas de la Constitución para ser reelecto como hicieron otros presidentes latinoamericanos de izquierda.

Pero sí ha propuesto cambiar el sistema económico del país, mermar la extracción recursos naturales, una reforma agraria para terminar con los latifundios improductivos y ofrecer empleo en el Estado a quienes no lo encuentren en el sector privado. Vamos a desarrollar el capitalismo en Colombia. No porque lo adoremos, sino porque tenemos primero que superar la premodernidad en Colombia, el feudalismo», dijo Petro en su discurso triunfal el domingo.

La llegada de Petro a la presidencia ha generado especulación sobre la relación que tendrá con la Fuerza Pública (Ejército, Policía Nacional, Armada y Fuerza Aérea). El mayor general Eduardo Zapateiro, jefe del Ejército y representante del ala dura y conservadora, mantuvo una disputa por twitter con él, al que criticó con dureza. Algunas voces han sugerido la posibilidad de un golpe de Estado. ¿Qué tan determinantes serán los militares en la gobernabilidad? ¿Es viable un golpe?

Pero los casi 500.000 miembros del Ejército parecen más preocupados por mantener su salario, sus primas y no se van a meter en una aventura. Petro se encuentra con unas fuerzas que se cayeron en las encuestas, que están deslegitimadas, que están divididas internamente y por eso hay tanto escándalo de corrupción en sus filas.

Muchos quieren definir su gobierno comparándolo con otros mandatarios de centroizquierda, lo que enfureció al gobierno que protestó por unas declaraciones que hizo el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, sobre la elección presidencial colombiana. «Le mando un abrazo a Petro desde aquí. ¿Y saben por qué lo abrazo? Porque está enfrentando una guerra sucia de lo más indigno y cobarde, todo lo que ya vimos y padecimos en México», dijo López Obrador.

Pero claro que una cosa es la propuesta electoral y otra la forma en que se gobierna, sobre todo en un país polarizado y con claros contrapesos de poder.

Hay quienes exageran y dicen que lo que pasó en Colombia fue una epopeya. Petro gana con unos pocos puntos de ventaja, la mitad del país y un poco más; la casi otra mitad sigue siendo goda, o escogió por la opción goda, pese a toda la tragedia que ha envuelto a Colombiano, pese a las decenas de falsos positivos, pese a la narcopolitica, pese a los desplazamientos forzados, pese a ser uno de los países más desiguales del mundo, pese a las depravaciones del ejercicio de la política.

Logró derrotar a esa oligarquía que puso todo lo que tenía para mantenerse en el poder: dinero, drogas, carteles de la droga, instituciones del estado, todas las fuerzas políticas conservadoras, liberales derechistas con sus variantes, las fakenews y las shitnews, el poder subrepticio estadounidense, medios de comunicación nacionales y extranjeros cartelizados. Cuidado: la oligarquía también demostró que aún tiene músculo.

¿Cómo se hace para gobernar un país donde la más rancia oligarquía es propietaria de los medios de comunicación y la imposición de imaginarios colectivos? No hay posibilidad de éxito sin una política comunicacional que permita llevar el mensaje presidencial y de gobierno a todo el país, a cada ciudad, a cada vereda, a cada rincón colombiano, y permita, a la vez, la difusión de opiniones diversas, ciudadanas.

Y como si todo eso fuera poco, ahora nuestros demandantes “pensadores” y “analistas” de izquierda le empiezan a exigir que debe construir el paraíso en la tierra. Algunos le pasan factura por desmarcarse del gobierno venezolano, que –dicho sea de paso- nada ha hecho por apoyarlo. Alrededor del chavismo se construyó un discurso mediático: en España acusan a Podemos de chavista, en México lo hacen con López Obrador. ¿Socialismo? Hasta Joe Biden acusó a Donald Trump de socialista, aunque usted no lo crea.

No tienen la sensatez de aplaudir un cambio político que no se había dado en 200 años, rogar -o rezar si es creyente-que logre un gobierno decente, que haga cumplir y respetar los acuerdos de paz de La Habana, que adelante el acuerdo de paz con el ELN y las disidencias, que someta a la justicia a los clanes narcos, y restablezca las relaciones diplomáticas con Venezuela y restituya la legalidad con la secuestrada empresa Monomeros, entregada a la mafia de la oposición guaidosista.

Habría que aplaudir y apoyar la promesa de ir hacia una educación superior gratuita, de la modificación en el sistema pensional, el abandono en 12 años de las energías fósiles por energías limpias, la legalización de la marihuana, la visibilización del indigenismo y la afrodescendencia.

Temas (y vale la pena alertarlo desde ahora) que él, Petro, sabe que serán imposible poder establecerlas en apenas cuatro años. Por ello convocó a un pacto histórico, y habla de un periodo no menor a 20 años para que buena parte de estos deseos se puedan concretar. Pero desde la comodidad de la irresponsabilidad, le exigen que todo eso ocurra de golpe.

Desde el progresismo se tiene la mala costumbre de buscar siempre lo que los separa, pocas veces exploran lo que los une. Seguramente lo que pueda hacer el gobierno de Petro no satisfaga los sueños de algunos o los delirios de otros. La inconformidad siempre existirá, por suerte. Pero no es digno comenzar a ponerle palos a la rueda de un gobierno que aún no comenzó.

Hay quienes esperaban y exigían que Petro hablara de socialismo: ¿el socialdemócrata de Salvador Allende, el marxismo leninista, el de Mao, el cubano: de qué socialismo están hablando? Recitan aún, sobre la dictadura del proletariado (cuando casi no quedan trabajadores), en las inexorables leyes de la historia, o que el cambio de la base de la economía o el modelo de desarrollo, signifique un cambio ideológico.

Todos los pensadores estuvieron –obviamente- limitados por sus condiciones históricas. Sería ridículo reclamarle a Carlos Marx que no haya dado respuesta al imperialismo, apenas incipiente en su época, o que no haya construido pensamiento alrededor de la inteligencia artificial y los algoritmos. Las utopías, y eutopias -modelo colaborativo, inclusivo e innovador de transformación- hay que construirlas hoy.

El lunes 20, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), organización alzada en armas, aseguró que si Petro se “posesiona para hacer los cambios que nos encaminen a superar el clientelismo y sacar la violencia de la política, avanzar en planes de inclusión social que contemplen empleo y emprendimientos para las mayorías, un plan de Reforma Agraria, un nuevo modelo de lucha contra las drogas y le da continuidad al Proceso de paz, Colombia tendrá un Gobierno respaldado por el movimiento popular”.

Tras instar a retomar la agenda de diálogo iniciada en el 2017, advierte que “si se instala para hacer ‘más de lo mismo’ tendrá al pueblo en las calles reclamando cambios con más vehemencia que en 2019 y 2021”.

Petro pone en pantalla varios ingredientes como el indigenismo, el feminismo, el antirracismo, la igualdad de oportunidades, el desarrollo del campo, que los campesinos sean los dueños de la industria del campo, el respeto al medio ambiente, el abandono de las energías fósiles, educación y salud para todos -no privatizada sino pública-, reforma fiscal que afectará a las cuatro mil familias más ricas de Colombia.

Petro ha mostrado ser mucho más que un candidato: viene demostrando que es un político serio, experiente, con un proyecto de gobierno popular masticado durante años, con una propuesta de país del que no estamos acostumbrados en nuestra América, al menos desde la desaparición de Hugo Chávez. Por favor, dejen de etiquetarlo, déjenlo gobernar, que ya de por sí el camino es culebrero.

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*Periodista y comunicólogo uruguayo. Director de SURySUR. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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